Sinopsis: Don't be normal

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I want to break free
I want to break free
I want to break free from your lies
You're so self satisfied I don't need you
I've got to break free
God knows, God knows I want to break free.
–Freddie Mercury.


La vida es una aventura, siempre lo he dicho, nuca me he jactado de tener un pensamiento igual al resto del mundo, jamás he logrado encajar como debería en ningún sitio y eso es porque no me siento parte de ningún lugar. Me encargo de vivir mi vida conforme a mi jodido ritmo sin meterme en la de los demás. No es que sea una persona egoísta o pretenciosa, simplemente no me interesa. Tengo el placer de contar con un solo y único amigo, me conoce y lo conozco, somos parecidos, ambos llevamos a cuestas nuestro propio infierno y conocemos a nuestros monstruos, por eso nos llevamos tan bien. Su nombre es Abel y es la jodida persona más valiosa que tengo además de mis padres.
Nací en la Ciudad de México el 21 de septiembre del año de 1992. Fue un día como cualquier otro y yo como muchas, llegué a este mundo sin presentar complicaciones, no le quise dar guerra a mi madre, supongo. Me llamé Victoria Alcorta, tengo un hermano dos años menor que yo, que por cierto es mi completo opuesto y aunque suene doloroso él es todo lo que yo quisiera ser, su nombre es Aarón. Mi padre Adrián Alcorta, es un ingeniero en sistemas bastante conocido y mi madre Mónica Hernández una escritora también muy reconocido, ellos son la prueba perfecta de que los opuestos se atraen, ambos son como la tormenta y la calma.
Siempre he disfrutado una vida bastante cómoda, mis padres se encargaron de darme todo lo que deseo y eso está bastante bien.

Hasta aquí cualquiera creería que no hay nada que contar, ya que mi vida suena demasiado muy simple. Pero no es así, se los dije, jamás me he sentido parte de ningún sitio y eso es gracias a que desde pequeño fui tratado como una verdadera señorita, siempre fue raro para mí escuchar a mi padre llamarme princesita.

El ingeniero Adrián Alcorta se casó con la escritora Mónica Hernández a los 26 años de edad, se conocieron en un café mientras él trabaja en su tesis y ella buscaba ideas para su nueva novela. Ellos argumentan que cuando se vieron por primera vez el amor fue instantáneo, mi padre le invito una taza de café y mi madre por supuesto la acepto. Ese día el tiempo pasó sin avisar y ambos se perdieron en su mundo, sabían que se deseaban incluso antes de haber nacido y que necesitaban estar juntos el resto de su vida.
Con un noviazgo de 3 años y su real y ferviente confianza en el destino ambos se casaron. El sueño del ingeniero era tener una niña, pero mi madre deseaba un varón. Dios se puso de lado de mi padre, porque yo nací exactamente dos años después del matrimonio.
Durante el embarazo nunca quisieron saber mi sexo, por su completo desacuerdo, así que cuando por fin llego el día en que mis padres me conocieron, no pudo haber hombre más feliz sobre la faz de la tierra.
Mi padre se salió con la suya, era su más grande tesoro — Y debo mencionar que, aunque dos años después nació Aarón siempre fui su favorita—. Me colmó de los más grandes lujos que una pequeña niña pudiera desear, toda mi habitación era color de rosa, tenía los vestidos de todas las princesas de Disney, una repisa repleta de muñecas y un baúl atascado con diferentes accesorios para jugar con ellas. Pero no me sentía feliz. Los vestidos me los ponían a regañadientes y cuando llegaba a jugar con las muñecas era para enfrentarlas a muerte en un torneo de artes marciales ¿Se escucha gracioso no? Pero es comprensible si consideramos que desde muy pequeña me gustaba el anime, mi favorito siempre fue Dragón ball.
Sin embargo, mis padres y hasta yo misma creíamos que era normal y real mente lo era... No tiene nada de raro que una niña de 5 años vea dragón ball y este enamorado de Bulma pasando de largo a el personaje principal Goku. Pero es que ¡Por Dios! Bulma es tan sexy.
Mi infierno comenzó cuando entre al preescolar, comenzaba a interactuar con otros niños, ya que en casa con los únicos que convivía era con mis padres y mi muy pequeño hermano, que en ese entonces tenía más o menos un año, así que no me servía para divertirme. Cuando mi padre tuvo que aceptar que tenía que compartirme con el mundo lloró mucho, me parecía extraño ver a mi progenitor llorar en la puerta de mi jardín de niños, así que también comencé a llorar sin poder explicarme la razón. Los primeros días simplemente no los recuerdo, sin embargo, conforme pasaba el tiempo, pequeños fragmentos de mi historia se fueron incrustando en la memoria.
Recuerdo a muchas niñas jugando con sus muñecas de manera muy distinta a como yo lo hacía, ellas las peinaban con delicadeza y les ponían vistosos vestidos. A mí me parecía estúpido y me enfocaba en jugar a las peleas con mis compañeros, aunque siempre mis profesoras terminaban regañándome porque no era algo que las señoritas deberíamos de hacer.
Muchas veces intentaron relacionarme con otras niñas, pero estas lo único que hacían era hablar de cosas que no me parecían para nada interesante. Prefería ir a buscar orugas o pelear con mis compañeros.
Disfrutaba ensuciándome y peleando, rasgarme la ropa y patear pelotas.
Cuando mis maestras ya no pudieron con la frustración que les causaba tantos intentos fallidos recurrieron a mis padres, quienes no le vieron nada de raro a mi comportamiento tan "carente de delicadeza" puesto que en casa siempre traía puesto un estúpido vestido y me la pasaba jugando con mis muñecas, claro que ellos nunca se daban cuenta de que tipos de juegos eran los que llevaba a cabo su pequeña hija.
Cuando llegó el momento de entrar a la primaria, le rogué a mi madre que me comprara un pantalón en vez de una falda para el uniforme escolar, ya que con la falda no me era posible jugar cómodamente, por supuesto ella no acepto.
— Victoria, lo correcto es que utilices falda, son las reglas de la escuela. — Me dijo mientras me probaba el anticuado uniforme color azul marino de la escuela.
Yo me queje y llore como nunca. Y aun cuando pensé que tendría a mi padre de aliado, quien siempre accedía a todos mis caprichos sin pensárselo dos veces, tuve que usar la jodida falda, porque me "veía como una hermosa princesita".
Diablos.

Los primeros días en la primaria sí que los recuerdo, porque pronto los niños notaron que yo era diferente, no paso mucho tiempo para que mis compañeros varones comenzaran a llamarme Víctor, cosa que no me molestaba en lo absoluto, incluso me gustaba, mientras que mis compañeras se limitaron a marginarme por completo tachándome de marimacho. Pero ustedes se preguntarán ¿De dónde sacaron niñas de 6 años semejante termino? Les sorprendería lo ocurrente y crueles que pueden llegar a ser los niños.
Mientras que mi relación con mis compañeros marchaba de maravilla, mis compañeras ni me hablaban y yo estaba bien, no le veía absolutamente nada de malo con mi forma de ser.
Pero fue cuando inicié el tercer grado que comencé a darme cuenta de la diferencia y a pensar qué lo que yo hacía estaba mal.
Le pedía constante mente a mis padres que me compraran pantalones en vez de faldas y que mi recámara fuera similar a la de mi hermano.
Conseguí ambas cosas a medias, me compraban ropa de niña junto con ridículos pantalones rosas o de otros estúpidos colores como morado o azul cielo, pero había conseguido estar más cómoda, también logre que remodelaran mi habitación, la pintaron color púrpura y se deshicieron de las decoraciones de princesas, incluso logre que papá me dejara pegar un póster de dragón ball.
Pero ¿Qué carajos me sucedía? ¿Por qué mis compañeras me odiaban? ¿Qué tenía yo de malo? Las cosas se complicaron cuando mi maestro, al igual que mis profesoras en el preescolar, intento mezclarme con mis compañeras y me metió en un grupo de puras niñas para hacer un trabajo. Fue ahí cuando surgió mi primer amor. Supongo que estaba creciendo...

Víctor contra Victoria. |La historia de un tránsgenero|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora