MARISOL

Hoy no podía dejar de sonreír desde que sonó la alarma para levantarme. Y es que finalmente, finalmente, llegó el día. Quise gritarlo por todos lados pero trate de actuar normal. Adria me lanzó varias miradas preocupadas en el bus de camino hacia acá. Pero las ganas de sonreír como el gato que se comió la crema eran casi imposibles de aguantar.

Todo iba bien, hasta hace media hora que en realidad pensé en las consecuencias. Pero a pesar de todo aquí me tienen. En la dirección.

Ser reconocida por tus profesores y personal del colegio es genial en un día cualquiera. Pero ahora solo quiero ahorcarlos a todos y gritarles que se alejen porque están arruinando completamente mi fachada. —Señorita Montenegro —una de las secretarias de dirección, Sandy, me sonríe con calidez. Las otras dos se encargan de gruñir y seguir moviendo las uñas sobre los teclados frente a ellas—. ¿En qué te puedo ayudar? ¿Otra vez tarde a clases? Creo que tengo un pase...

Ella busca en uno de los cajones de su escritorio. —No, no. Nada de eso, Sandy —sonrío. Tengo media hora para entrar a la dirección y necesito que ellas se larguen de algún modo—. Solo vine para hablar con la directora. Usted sabe, algo personal.

Sandy hace una mueca. —Comprendo, Marisol. Pero la directora no se encuentra. Y en unos minutos cerraremos dirección. Tenemos hora de almuerzo. ¿Tan urgente es que te saltas la hora de la comida?

Trato de pensar en cosas horribles: perritos abandonados, Adria llorando, papas fritas con helado; lo que sea para que mis ojos luzcan desamparados. —Algo así... ¿Ella regresará pronto?

—Justo después del almuerzo —me ve con simpatía y luego baja la voz para que sus compañeras no escuchen—. Si en verdad es urgente y necesitas hablar con alguien, aquí estoy Marisol. Creo que también la psicóloga del colegio está disponible por si buscas ayuda más profesional.

Espera, espera, espera. Ella es amable y mañana o tal vez más tarde, podré bañarme en la culpa, pero ahora solo necesito que entre en mi juego. —Yo... —respiro profundo—, estoy bien. Pero esto lo quiero hablar con la directora en persona. De todas formas, gracias por tratar de ayudar.

—Claro —sonríe—. Entonces puedes regresar después del almuerzo. Nadie se queda en dirección a esa hora.

Bingo.

—Está bien. Gracias —señalo hacia afuera en el pasillo—. ¿Importa si me quedo a esperar...?

Se ve indecisa pero después niega. —No tengas pena. Puedes esperar afuera, pero te perderás tu almuerzo.

Almuerzo que después Adria tendrá que pagarme en una hamburguesa grande y en una porción de papas enorme. —No hay problema. Gracias.

Y es que la verdad no debería estar aquí. Debería estar en la cafetería comiendo una cantidad decente de carbohidratos y azúcares con Adria y con ese bombón que es Gabriel. Pero nop. Estoy aquí a punto de cometer tal vez el peor de mis delitos estudiantiles. Y todo gracias a ese hombre de ojos grises que, aunque Adria no lo admita, trae a mi amiga comiendo de su mano cual pájaro muriéndose de hambre. Y planeé contarle esto a Gabriel, pero vamos, el chico acaba de llegar al país. Pensé en Santi, pero él no puede ayudarme. Y hablar con Adria en estos días sobre el querido profesor es picar un panal. Aunque según ella, dejó claro de una vez por todas que lo que hay entre ella y Ojitos Grises es nada más que una sana amistad.

Claaaaro.

Una persona normal seguramente aconsejaría a su amiga para que se aleje del peligro, o en todo caso la alentaría a que vaya más rápido a su encuentro. Bueno, en mi caso algo no cuadra en toda esta historia y voy a averiguarlo. Cueste lo que cueste. Mato dos pájaros de un tiro: Adria toma su distancia de Ojitos Grises y yo duermo tranquila por el resto del año escolar.

Salgo de la oficina y me siento en las sillas a un costado del pasillo. Escucho voces a lo lejos de los estudiantes y un par de profesores pasan saludándome. Respondo por cortesía y casi me doy por vencida y me largo, cuando milagrosamente las secretarias salen de la oficina de dirección. Las dos amargadas me pasan ignorando y solo Sandy me sonríe, se marchan. Mis súplicas fueron escuchadas porque ellas no cierran la oficina con llave.

Veo discretamente hacia la cámara al final del pasillo. Si me voy a arriesgar tendré que hacer que valga la pena. Corro hacia la puerta y entro. Paso los escritorios de las secretarias, aquí no está lo que vine a buscar. Abro con cuidado la puerta de la oficina principal esperando que en cualquier momento suenen las alarmas y con ello mi carta de expulsión. pero nada sucede. La oficina es simple, los archivadores que tiene son muy pequeños para tener los documentos que vine a buscar. Abro otra puerta al costado de la oficina.

¿Cuántas puertas tengo que abrir?

La respuesta llega de inmediato. Ninguna otra.

Las filas de archivos llenan todo el espacio. Recorro las filas observando los títulos y la del final es la que brilla como el oro.

"Profesores titulares"

Bajo un poco y... sí. Él es el número 11 en los archivos. Avanzo un poco y su nombre resalta.

Montreal M., Elliot Jeremías.

—Te tengo. ¿Jeremías? Bueno. Alguna falla tendría que tener.

Como puedo saco el expediente del enorme estante y comienzo a leerlo, mientras mis ojos vuelan cada dos segundos a la puerta abierta. Si alguien se acerca puedo fácilmente darme por muerta. Sudor perla mi frente solo de pensar en esa posibilidad.

Las palabras prácticamente me salen en susurros. —Elliot Jeremías Montreal M. —¿dónde está su segundo apellido, profesor? —, Profesorado en Matemáticas. A su corta edad ha sido premiado y aclamado una de las academias más importantes de Europa por su capacidad en la enseñanza de blablablá—paso las hojas hasta encontrar información importante sobre su infancia o algo más sobre el por qué está aquí. Tal vez un pedacito de esta información me ayude a alejar a Adria de él—. Madrid, España como residencia en los últimos años. Tipo de sangre "O" positivo —frunzo el ceño—. ¿Qué tipo de informe es este?

No lo pienso más. Saco mi celular y frunzo el ceño ante las llamadas de Adria.

Lo siento amiga. Estoy en una misión de incognito.

Tomo fotografías de lo que puedo. Tomo hasta tres fotos por página por si algunas salen borrosas; es lo más seguro por la forma en la que mis manos están temblando.

No sé cuanto tiempo pasa cuando dejo el informe de nuevo en la estantería, resbala un poco entre mis dedos por el sudor. Antes de cerrar la puerta vigilo que todo esté en orden. Voy por la puerta de la oficina principal cuando...

—¿Y lo pusiste dentro?

No me atrevo ni a respirar.

—Date prisa, Sandy. Nos perderemos el almuerzo —la puerta está abierta. Si ellas entran no habrá forma de esconderme.

—Solo un momento.

—Sandy. ¿Recibirás una llamada importante o algo? Si no es así, vamos a almorzar y después tendrás tu celular. Ahora a comer.

Un momento de silencio.

—Marisol... Tal vez fue finalmente a comer algo —Sandy suena preocupada. Más silencio—. ¿Sabes qué? Tienes razón. Mejor lo dejaré cargando. Vamos.

Por la rendija de la puerta puedo ver como se alejan.

—Jesús... —me tiembla todo el cuerpo. No lo pienso cuando salgo de la oficina principal y paso por los escritorios de las secretarias lanzándole dagas con los ojos al celular rosa chillón en el de Sandy. Abro con cuidado la puerta final y corro lejos de la dirección.

Hay cámaras por todo el lugar. Solo debo rezar para que los encargados de seguridad sean lo suficiente confiados para no monitorear a esta hora esta zona del colegio. Deben de estar enfocados en la cafetería y las áreas exteriores, nada más. Bajo un par de escaleras y voy al baño más cercano.

Cierro con un portazo la puerta del baño y saco mi celular.

Voy a mi galería, selecciono las fotos que acabo de tomar y comienzo a leer. 

Una última vez (Reescribiendo)❌Where stories live. Discover now