Capitulo 8 Un cambio inesperado

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¿Se te perdió algo?
Dejé la fotografía en la mesa y di media vuelta; Ryan se acercó hasta ésta y la bajó.
Terminemos con esto de una vez -suspiró.
Nos sentamos en el sofá y comencé a ayudarlo con las tareas. Al terminar, procedí a explicarle unas cosas que requería aprender para los exámenes que se aproximaban.
Necesitas estudiar de la página 48 a la 56 y... -su mirada estaba fija en mí. ¿Qué me ves?
Se quedó en silencio por unos minutos, hasta que finalmente decidió hablar: ¿Por qué no crees que me interesa estudiar?
Porque los populares como tú, lo tienen todo y no les gusta aprender -respondí con simpleza.
¡Auch! -se hizo el dolido. Eso duele; nosotros también tenemos corazón.
No parece -susurré mientras me enfocaba en la última página que le dije que repasara.
¿Qué quieres decir? -bajó el libro y lo miré.
Que ustedes van por la vida teniendo sexo con quien se les ponga enfrente, y no saben lo que es el amor; eso es lo que menos les interesa.
¿Palabras de una dolida? -alzó una ceja, ¿O de una ardida?
¡Lo ves! ¡Ahí está! -me levanté. Crees que solo pienso eso por ardida, pero no es así. Todos ustedes creen que son el centro de atención y que el mundo gira alrededor suyo, pero no es así. No son los únicos en la Tierra, creen que la gente los ama pero, todo lo contrario, la hipocresía es lo que hace a la gente estar con ustedes; las personas no los aman, solo admiran lo que tienen a su alcance.
Las personas nos adoran porque somos geniales -dijo.
¡Dios, qué egocéntrico! Ahí está su error, las personas no los aman, y no son geniales. Son solo una bola de personas superficiales, que se creen muy por encima de nosotros, pero no es así, ustedes no... -ni siquiera supe en qué momento alcé la voz.
¿Qué está pasando aquí? -preguntó la mamá de Ryan, mientras bajaba por las escaleras. Él y yo nos miramos.
No pasa nada -contestamos al unísono.
No pasa nada -dije. De hecho, yo ya me iba -cogí mis cosas; hasta luego.
Quédate a comer -pidió la mujer, con amabilidad.
No, gracias -sonreí tímidamente. Además, no creo que a su hijo le guste esa idea, con permiso.
Propio -dijo ella.
Salí de la casa y comencé a buscar mi celular para llamar al chofer, pero no lo encontré. Me di cuenta que lo había dejado en la cama; busqué dinero y la tarjeta de crédito, pero tampoco las había llevado. Regresé mi vista a la mansión y comencé a maldecir en voz baja. Caminé de nuevo hacia la entrada, golpeé la puerta con suavidad, y segundos después, una mujer abrió la puerta.
¿Quién es? -gritaron desde el fondo.
Solo es una vagabunda -respondió la mujer que se acercó a la puerta.
¡Vagabunda su abuela! -pensé.
¡Vete de aquí! -cogió una escoba y me comenzó a golpear con ella. ¡Fuera satanás! ¡Sal de ese cuerpo! ¡Vete!
¿Qué está pasando? ¡Leonor, no! Basta, déjala -vi a la madre de Ryan.
¡Sal demonio! -seguía pegándome la mujer con la escoba, hasta que se la arrebataron.
La mamá de Ryan se acercó a mí y me preguntó si estaba bien; le respondí que sí y le expliqué que tenía que llamar a mi chofer, pero que había olvidado mi celular, el dinero y la tarjeta, así que le pedí que me prestara su teléfono.
¡Ay, no! Querida, mejor que te lleve Ryan a tu casa. Tú lo estás ayudando, es lo mínimo que puede hacer él por ti.
¡No! -exclamé alterada. No, no señora, no es necesario, yo solo necesito que me preste su teléfono y ya.
De ninguna manera, Ryan te llevará.
¡A veces, la vida es tan odiosa!
¿Qué? -preguntó, mientras me miraba de reojo.
Nada... Yo me entiendo -me cubrí la cara con mi mochila y me deslicé por el asiento.
¿Qué haces? -dijo.
No querrás que te vean con la nerd del instituto. ¿Qué dirán si se enteran de que me subiste a tu auto?
Ryan no dijo nada y siguió conduciendo, hasta que paró en seco. Me acomodé en el lugar y dejé la mochila a un lado. Había tráfico, observé por la ventana y cada vez llegaban más autos, pero ninguno avanzaba.
¡Mueve tu carcacha! -gritó un hombre, mientras sonaba el claxon.
¡No estamos en una verdulería para que grites! -gritó una mujer, contradiciéndose.
¡Cállate, hija de Shrek! -gritó otro hombre.
¡No te metas, Grinch!
¡Muévete animal!
Bajé la mirada y comencé a observar mis mangas, vaya que necesitaba un nuevo suéter.
Se hizo un silencio. Bueno, no un gran silencio, debido a los cláxones sonando y las personas gritando; me refería al silencio entre él y yo.
No todos somos iguales -dijo; yo lo miré.
¿Qué?
No todos somos iguales -dijo. Los populares también podemos amar.
Yo no dije que no podían amar, solo dije que eso es imposible, ustedes solo saben divertirse y tener sexo, pero... -miré por la ventana. Todos podemos enamorarnos en algún momento
-dije casi en susurro.
¿Crees que un popular no puede cambiar? -lo miré nuevamente.
Las personas no cambian -dije.
Incluso leyendo demasiados libros clichés, sé perfectamente que las personas no cambian. El tiempo tampoco las hace cambiar, son historias ficticias, no son reales. La realidad es otra, y aceptémoslo, aunque lo intente, una persona no puede cambiar.
¿Por qué estás tan segura de eso?
Porque las personas no cambian. Ni la vida ni el tiempo te hacen cambiar, tal vez lo intentes, pero no lo logras, así de sencillo, la vida siempre será la misma.
¿Nunca has intentado cambiar?
No... -recordé las palabras de mi madre; y nunca lo haría.
Un silencio nos invadió a ambos, aunque, claro, los gritos de afuera aún podían escucharse. Al fin, después de un buen rato, los autos comenzaron a moverse y los gritos disminuyeron. Ryan condujo hasta mi casa y se estacionó, cogí la mochila y abrí la puerta, pero antes de poder salir, él habló.
Te demostraré que los populares no somos como crees, y que sí podemos cambiar -lo miré detenidamente. No me había dado cuenta de que sus ojos eran tan bonitos; tienen un color azul perfecto.
Aquí es donde vendría el típico cliché en donde nos miramos a los ojos, nos acercamos lentamente, él mira mis labios y yo contemplo su mirada, roza mis labios con delicadeza y los une en un perfecto beso, el cual me produce un millón de mariposas en el estómago y siento la sensación más maravillosa que jamás había sentido.
Pero no fue así, eso pasa solo en los libros de romance adolescente. Me bajé de su auto sin decir nada y entré a casa, dejé mi mochila en el sofá y subí a mi habitación.
No soy la típica chica que tiene un gran espejo en su habitación y se mira diariamente, ni tampoco de las que tienen uno pequeño para verse siempre.
Entré al baño y procedí a mirarme en el espejo que estaba ahí; el baño tiene espejo y yo no; algo raro. Me miré en el espejo y realmente, no culpaba a la señora por llamarme vagabunda ya que, en verdad, parecía una. Me quité las gafas, los tenis y el suéter; me quedé en playera y jeans; luego procedí a quitármelos, quedándome solo en ropa interior.
Estaba más plana que un edificio, parecía una tabla de surf; mejor dicho, la tabla tenía más que yo. Nunca me interesó desarrollarme ni tener un perfecto cuerpo, con curvas perfectas, una buena delantera y un gran trasero; siempre pensé que esas cosas eran para personas superficiales, así que nunca me interesé por eso. Recuerdo que lo único que quería era crecer... pero lo que no recuerdo era para qué.
***
Keysi -comencé a abrir mis ojos, cuando sentí que me movían. Alguien decía mi nombre.
Keysi, Keysi ¡Keysi, levántate ahora mismo! -me caí de la cama. El piso no necesita tus besos ahora.
¡Mamá! -exclamé. ¿Qué quieres? ¿Por qué me levantas de esa manera?
Porque se te hará tarde -cruzó los brazos. Miré la hora.
¡Son las seis de la mañana, entro en dos horas!
Nada de dos horas -me ayudó a levantarme. Tenemos que ir a un lugar primero.
¿A dónde? -pregunté, mientras estiraba los brazos.
A comprarte ropa decente.
¡Ay, no! Ya va a empezar otra vez -realmente creí que solo lo había pensado, no creí haberlo dicho en voz alta. Cuando me escuchó, mi madre me miró indignada.
¿Ya voy a empezar qué? -preguntó con algo de molestia en su tono de voz. ¡Vamos! Se nos hará tarde.
Ninguna tienda de ropa está abierta a esta hora.
Eso es lo que tú crees.
Me sacó de la habitación con todo y pijama para llevarme hasta abajo. Pude observar desde el comedor a mi padre to-

mando de una taza, que estoy segura que tenía café.
¡Papá, no dejes que me lleve! ¡Sálvame de esta mujer! -mi madre me miró mal. Sin ofender, mamá. ¡Papá, hazme caso!
¡Que se diviertan! -siguió bebiendo de su café y comiendo sus panquecillos.
Mi madre me obligó a subir al auto y me llevó a una tienda de ropa que yo no sabía que abría tan temprano.
¡Ayúdenme! -continuaba gritando. Para su buena suerte, no había tantas personas; de hecho, casi no había personas, solo se encontraban un par de clientes, además de las trabajadoras de la tienda. ¡Auxilio! -continuaba.
Disculpe, necesitamos la ropa más bonita que tengan -dijo mi madre, con una enorme sonrisa en su rostro, mientras nos acercábamos a una empleada, sin soltar mi brazo, me miró- es para mi hija.
¡Santos cielos! -exclamó la chica. ¿Qué te pasó? Ese pijama no es nada bonita -negó. Si viera cómo me visto cada día, le da un ataque.
¿Qué es lo que buscan? -abrí la boca para protestar. ¡No me digas! -interrumpió una de las trabajadoras; ya sé lo que necesitan.
La chica se fue y luego de unos minutos, regresó con unos jeans que, a simple vista, se veían muy ajustados, y unas blusas muy llamativas -pruébatelos y dime qué te parecen.
Una total basu... -mi madre me interrumpió antes de que pudiera terminar la oración. Se las probará inmediatamente, gracias -me miró; ve y pruébatelas; no sales de aquí hasta que no te quedes con tres cambios de ropa, como mínimo -miré seriedad en su rostro.
Quiero estos tres -escogí los primeros. Ahora, vámonos.
Pruébatelos -ordenó.
Pero, mamá...
¡Ahora! -dijo molesta y cogí la otra ropa.
Este es un cambio inesperado, pero que ni crea que me pondré estas cosas, estaría loca si me las pusiera.
¡Te escuché!
Me metí a un probador, estaba claro que no me iba a probar nada. Me senté en el suelo por un buen rato y después salí. Escogí los primeros que vi e inventé que ya me los había probado.
Se me hará tarde para la escuela -dije.
Mi madre pagó y nos fuimos a casa. Tiré los cambios sobre el sofá y corrí hacia mi habitación. Me di un baño súper rápido, me coloqué lo primero que encontré en el clóset; me hice una trenza mal hecha y bajé.
No irás así -mi madre se interpuso en mi camino.
Tienes razón -corrí rápidamente a mi habitación, cogí mis gafas y bajé, cogí la mochila del sofá y salí corriendo hasta el auto. El chofer ya estaba adentro, afortunadamente, ¡se me hace tarde! -mi mamá se acercó con un cambio en sus manos, me metí al auto de inmediato. ¡Conduce Luke, por favor! ¡Conduce! Él condujo sin preguntar nada y mi mamá quedó atrás. Suspiré aliviada y revisé mi mochila.
¡Demonios! Había olvidado cambiar los libros, me faltaba el de Ciencias y el de Matemáticas.
Entré al instituto corriendo como si mi vida dependiera de ello, y noté algo muy extraño.

Disponible por Amazon en formato físico y digital.

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