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Scarlet

Siempre fui una mujer voluntariosa, amable e incluso sumamente sumisa. Siempre hice lo que padre decía sin reprochar nada.
Si madre me ordenaba hacer algo, lo hacía sin rechistar.
Jamás tuve muchos sueños, pues los pocos que tuve siempre supe que serían imposibles. Simplemente por el hecho de que soy mujer.

Estaba sumamente interesada en la política, y en la economía.
Mi padre, al ser miembro de la Cámara de Lores, y del Ministerio, tenía tantos amigos dedicados a la política, al igual que tantos libros relacionados al tema, que de ahí obtuve mis conocimientos y mi interés.

Cuando padre invitaba a cenar a sus colegas, mientras ellos hablaban, mi madre, mis hermanas, Emma, Celine, Vivian, y yo guardamos silencio. Sin embargo yo siempre seguía de cerca las opiniones de los caballeros, claro, hasta que madre de algún modo se daba cuenta y me mandaba a mi habitación.

Mis padres siempre creyeron hacer lo mejor para mi al privarme de esos intereses que no eran propios de ninguna señorita casadera. Y ciertamente si alguien más se hubiera dado cuenta, habría sido mi ruina.

Una señorita casadera debía solo pensar en hacer funcionar su casa y hacer feliz a su marido. Sin embargo, yo jamás me visualice como una señorita casadera.

No era especialmente bonita como mis hermanas o mi madre, o todas esas bellas debutantes. Mi cabello castaño no tenía el largo adecuado, era demasiado corto, a penas si llegaba a mis codos. Mis ojos no eran de ningún color extravagante y cautivador, simplemente un marrón como cualquier otro. Mi cara no tenía nada de especial, no tenía pechos abundantes, ni mucha estatura.

Todo en mi era tan simple que a veces sentía que desentonaba en los caros vestidos y bellas joyas que madre insistía en que usara para los bailes.

Tampoco jamás me consideré una mujer sensual, como esas jóvenes viudas que se paseaban al lado de sus guapos amantes.

Entonces si no tenía todas esas cualidades, por ende jamás aspiré a un matrimonio con un guapo conde o algo por el estilo, nunca creí en las expectativas que tenía mi madre para mi boda.

Y vaya que se esforzó en casarme con un apuesto y rico Lord. Durante tres temporadas me enfundó en los vestidos más hermosos, con las joyas más caras, me llevó de fiesta en fiesta por todo Londres, se esforzó para enseñarme a sonreír "seductora". Todo sin éxito.

Miré a la ventana, la luna ya se encontraba en su máximo punto.

Y entonces se preguntarán ¿Cómo es que una mujer como yo, tan simple y sin chiste, se encuentra en su cama desnuda viendo la luna, después de haber tenido el mejor sexo de su vida, con uno de los mayores y más apuestos mujeriegos de toda Bretaña, y él durmiendo plácidamente a mi lado?

Lo miré y sonreí. No pude evitarlo.

Tal vez el haberme casado en un principio fue un error.

La Madrastra (Saga Montgomery #1)Where stories live. Discover now