CAPÍTULO VEINTINUEVE

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ABANDONO


          Corrí con todo lo que mis piernas me permitieron. Aunque el que parecía un caballo en galope era Zeon con su prótesis, podría jurar que se le dificultaba hacer tal cosa, pero al parecer estaba equivocado. Frank por otro lado, corría junto a mí y al llegar a la media-pared de la azotea, pudimos notar que la manguera estaba tensa, vi quién estaba bajando y miré a Zoe.

—¡Déjate caer! —Le gritó Vanessa desde el suelo, también vi a los demás aglomerados a su alrededor—. ¡Te atraparemos!

—¡No! —gritó la chica que estaba bajando—. ¡No puedo!

—¡Zoe sólo suéltate! —Volvió a gritarle.

          Zoe estaba aferrada a esa manguera como si de ella dependiera su vida.

—¡Le temo a las alturas! —bramó en toda esa oscuridad.

          Zeon se veía asustado, lucía agotado, pero atento a su alrededor.

—No veo llamas por ningún lado —farfulló él, seguido de—. ¡Salten!

          Lo miré, sus ojos lo decían todo.

—¡Es una granada!

          Me apresuré en subirme a la media-pared, igual hicieron los otros dos. Pero de un segundo a otro, mis oídos se quedaron sordos a causa de un sonido de una gran explosión.

****

          No recuerdo haber saltado de la azotea, y no puedo decir que Frank o Zeon me empujaron. Lo que si recordaba era que una honda expansiva me golpeó como un Porshe sin frenos por la espalda.

          Mientras caí al jardín de mi casa pude darme vuelta y caer sobre mi espalda, en el césped marchito, esto hizo que todo el aire que tenía en mis pulmones; y también el humo que expedía la bomba, salieran de él y me dejara tirado en el suelo queriendo tomar todo el aire del mundo sólo en unos segundos. Además mi cabeza había recibido un golpe que me había aturdido.

          Frank por la maldición que botó de su boca y compitiendo conmigo por ver quién llenaba primero sus pulmones de oxígeno, supuse que él también había caído de espaldas. Pero un sonido de metal o plástico, no sabría cómo describirlo, y otro de un humano adolorido me hizo pensar que Zeon había caído de una forma un poco dolorosa.

—¡Vámonos! —Sin duda alguna, era la voz rasposa de el señor Vicenzo.

          Un par de manos me ayudaron a levantar y no esperaron que me recompusiera. Alan me tenía tomado de mi brazo y me obligaba a ir con él.

—¡Corran, corran! —Ordenó Zeon—. Yo puedo, yo puedo. —Repitió.

—Pero Zeon... —La voz de Vanessa se escuchaba preocupada—. Tu pierna se dobló... Déjame ayudarte.

—¡A la mierda mi pierna Vane! —exclamó Zeon—. ¡Corre mierda, corre! ¡Corre antes de que nos rodeen!

          Volteé a mirarlos, mientras doblaba en una de las esquinas del jardín que daban para salir a la entrada de mi casa, y no me gustó lo que vi: La prótesis de Zeon estaba en un ángulo un poco extraño... Demasiado diría yo.

          Detuve a Alan.

—Ayuda a Zeon. —Logré decirle antes de que me quedara sin aire—. ¡Ayúdalo!

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