CAPÍTULO DIEZ

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ELECCIÓN

          Estaba confundido, no entendía el motivo de ese sorteo. Bueno, prácticamente todo el mundo en ese anfiteatro estaba como yo: con un gran signo de interrogación en la frente.

          Ya se me había olvidado completamente el número que me habían dado, el pedazo de papel con dicho dígito estaba en mi bolsillo. Lo saqué y lo leí mentalmente.

«Trescientos setenta y siete» repetí varias veces en mi cabeza.

          En el papel no sólo estaba el número, sino que también estaba el logo de la compañía ECC que cuando lo movía el corazón parecía palpitar. En la parte posterior de dicho papel había un escrito que rápidamente me lancé a leer, pero mi lectura fue interrumpida por la voz del orador.

—Doscientos quince. —El hombre levantó la mano con la papeleta y una cámara lo enfocó.

          En la gran pantalla se podía apreciar perfectamente el 215. Sin mucho protocolo, un hombre de mediana edad, creo yo, se levantó de su asiento y se fue hacia la tarima.

          El público bipolar estaba más callado que un velorio de mudos.

          En la tarima, dos chicas habían traído como una especie de pizarra, donde el orador había pegado la primera papeleta que sacó. El hombre portador del 215 subió a la tarima con paso firme, llevaba una camisa manga larga vinotinto arremangada a los tres cuartos de su brazo. Vi que se llevaba su dedo índice a sus labios, mandando a callar a alguien, que pronto me di cuenta que se trataba de su hijo pequeño el cual se había quedado, creo yo que con su madre.

—Bien, colócate justo allí. —Demandó el orador al hombre que había llegado a su lado—. Sigamos... —Hizo una pausa mientras volvía a meter su mano en el bowl lleno de papeletas—. Seiscientos cuarenta y ocho.

«¿Cuántas personas hay aquí?» pensé y miré a mi alrededor.

         Como mínimo había ochocientas personas, o quizá hasta pasábamos las mil, o sólo quizá éramos toda la población que quedaba en ese país.

—¿Cuál es tu número? —lLe pregunté a Zoe.

—Quinientos veintiocho, tú eres el... —Me dijo y me tomó por el hombro llevándome hacia adelante—. Trescientos setenta y siete. ¿No es así?

          Asentí y volteé, había olvidado que las butacas tenían unas placas de metal con los números.

—Creo que no sabes para que es todo esto, pero no perderé nada con preguntar... ¿Para qué están llamando? —esbozó Zoe mirándome directo a los ojos.

—Ni idea...

«¡Amigo tienes que mantener la conversación!» me regañé en mi cerebro.

          Zoe ya había apartado su mirada, ahora veía al frente, dando por terminada nuestra "conversación". Yo bajé mi cabeza, estaba viendo mis botas que se había desajustado y me encargué de atarlas de nuevo, porque si tenía que correr odiaría que mi muerte la ocasione una estupidez.

—¿Quién tiene el seiscientos cuarenta y ocho? —Escuché preguntar al hombre en la tarima con el número en la mano.

          Pensé que ya el dueño de ese número había subido a la tarima cuando Zoe y yo estábamos hablando, pero ya veía que no. Quise levantar la mirada, pero también quise ajustar las agujetas de mi otra bota.

—¿Es usted la señorita Zoe Ferrara? —Escuché una voz muy cerca de nosotros, volteó la mirada y me encontré con el traje azul militar.

—Sí, soy yo. ¿Ocurre algo malo? —habló Zoe un poco nerviosa.

Z-Elección©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora