CAPITULO DIECINUEVE

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LOS SELECCIONADOS

          Mientras corría con el cuerpo del señor Vicenzo, aún sujeto por sus axilas, levanté mi mirada y me fijé como, por decir un número, unos treinta Contemporáneos estaban a unos pocos metros de nosotros. Un frío invernal subió por mi espalda, pero eso no me detuvo de seguir con mi camino. Frank batallaba con el peso del hombre que cargaba, no era nada sencillo llevarlo, y menos con la presión que nos ocasionaban los Contemporáneos.

          Se me hacía eterno llegar hasta las escaleras para subir a PB como mi padre había dicho, en dichas escaleras de emergencia había una puerta. Al entrar planeaba cerrarla para que los Contemporáneos se quedaran del otro lado, pero era más fácil decirlo que hacerlo.

—¡Corre Frank! —El pobre chico se resbalaba, pero no se caía. Lo comprendía, quizá él quería saber qué tan cerca estaba la muerte.

—¡Eso hago! —Me espetó pero, al segundo después noté como caía hacia su lado derecho, tras él vi una figura nauseabunda con la boca llena de sangre.

—¡Frank! —exclamé lleno de pánico, ahora arrastrando el cuerpo del señor Vicenzo. Miré a Frank cuando éste impacto su pie en el tórax del Contemporáneo, mandándolo a volar hacia atrás.

          Frank se levantó como un rayo y se reincorporó con el remolque del cuerpo, pero ésta vez no lo tomó por sus pies, sino que agarró un brazo al igual que yo y lo arrastramos hasta las escaleras de emergencia.

          El Contemporáneo que Frank había pateado ya se encontraba de pie corriendo nuevamente con la horda, pero éste quedó de último, los que estaban de primeros se veían peligrosos y diría hasta que "frescos" por no poder apreciar un poco de descomposición en sus cuerpos. Por otro lado, uno de ellos sólo tenía parte de su dorso, no entendía cómo podía mantenerse en pie. Sin embargo, había alrededor de tres niños Contemporáneos, una chica y dos chicos. La niña me recordó mucho a Rudy, tanto por su cabello en ondas que a veces se volvía rebelde, como su estatura.

          Mis pensamientos fueron interrumpidos por un ligero toque en mi talón izquierdo, era frío, pero era inanimado: una pared. Volteé y rápido la esquivé para poder entrar a las escaleras de emergencia. Frank hizo lo mismo.

—¡Cierra la puerta! —Se apresuró en decir Frank, ambos teníamos el mismo plan.

          Tomé la puerta con ambas manos, iba a cerrarla con todas mis fuerzas, pero al momento de empujarla, no ocurrió nada, estaba trabada.

«¡Maldita sea!» pensé estresado y miré a Frank.

—¡Está trabada! —exclamé. El color moreno que tenía Frank lo perdió en cuestión de millonésimas de segundos, en sus labios pude leer el desespero: "oh mi dios"

          No teníamos armas, ni pedazo de vidrio, ni nada. Sólo estábamos indefensos en esperando nuestra inminente muerte. Yo seguía tratando de cerrar la puerta, Frank se me unió, pero igual nada ocurría. Quizá sea una puerta de emergencia, las cuales no se cerraban al momento de una.

          ¿Acaso no pensaron en este tipo de emergencias?

          El primer Contemporáneo pasó, pero no nos notó. Iba directo al cuerpo del señor Vicenzo, sus fauces estaban abiertas a todo dar, pero mi pie la cerró de una sola patada. Si no me había notado ahora sí que lo hacía, ya que volteó y se abalanzó hacia mí. Frank trató de interponerse, pero ya me había agarrado un brazo.

****

          Ya no sentía miedo, ya eso se había reducido al tamaño de una hormiga. Lo que sentía era impotencia por no lograr reencontrarme con mi padre, prácticamente estaba a unos cuantos pasos de él, pero por más que lo intentase, no podría reencontrarme con él.

Z-Elección©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora