CAPÍTULO QUINCE

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IMPOSICIÓN

          Estaba asustado, pero la intriga que sentía superaba por mucho al miedo que recorría mi cuerpo. Y podría apostar que no era el único que estaba así. El aire estaba frío, no era de extrañar, quizá estábamos a unos cien metros bajo tierra, eso sin sumarle el frío que hacía en la superficie, y la bata médica no ayudaba en nada, no tapaba nada mejor dicho.

          Caminamos con el mismo hombre que nos había grabado, pero ahora ya no llevaba el traje, ahora vestía un pantalón negro y una camisa de ése mismo color, encima de todo eso su bata de doctor. Lucía mucho más joven que el mayor de todos los varones seleccionados; inclusive hasta parecía más joven que mi padre.

          Llevábamos caminando unos cinco minutos, y no sólo por pasillos, también bajamos escaleras y tomamos otro elevador hasta llegar a una puerta doble que llevaba un cartelón en una esquina que decía:

CB12: Pruebas.

          Me estremecí al leerlo, esa palabra lo decía todo: Prueba. Nosotros éramos los conejillos de india de la ECC, y eso no me gustaba para nada, aunque seguiría adelante por las indicaciones que nos dio mi padre a Frank y a mí.

          Miré a Frank y parecía dispuesto a proseguir con todo.

          Suspiré.

          El hombre abrió la puerta y dejó escapar un gran resplandor de luz que en instantes me cegó. La luz de los pasillos y las otras habitaciones eran un poco más tenues que ésta, así que cerré los ojos y poco a poco los fui abriendo para que se fueran acostumbrando a la nueva luz.

«Espero que mi padre esté aquí» pensé adentrándome en la habitación muy iluminada.

****

           Ya dentro vi que en una mesa de metal, muy larga por cierto, estaban sentadas todas las chicas con las mismas batas y ya lucían más presentables. La chica pelirroja se había hecho una trenza en sus cabellos, luego cuando quise observar a las demás una voz me sorprendió.

—¡Es él! —escuché por mi derecha—. Él lo trajo.

          Era la mujer que llevaba en brazos al bebé, me estaba apuntando con su dedo índice.

          Otro hombre, éste no era doctor, ya que no llevaba la bata y tampoco lucía como uno. No tenía la postura estirada que casi todos poseían y mucho menos el vocabulario, lo supe por cuando me empezó a hablar.

—Bueno mira —esbozó mirándome fijamente a los ojos. Él se encontraba a un metro de mí sentado en una silla muy cómodamente. Su cabello era recto, pero su nariz para nada lo era—. ¿Ese mocoso es tuyo? —preguntó.

           Pensé por varios segundos antes de hablar, no quería que me notara nervioso, pero si le decía que no ¿Qué pasaría con el bebé? Y si le decía que sí, entonces se aplicaría la misma pregunta. Miré rápido a la mujer con el bebé y mi mirada luego se fue hasta Zoe.

—S-sí. —Tartamudeé—. ¿P-por qué la pregunta?

           Mis intentos de estar seguro habían fallado todos.

—Bueno. —Creo que esa era su muletilla—. ¿Puedes decirme el nombre? —inquirió.

«¿Nombre?» me alteré en mis pensamientos, tenía que conseguir uno en menos de milésimas de segundos que fuera convincente, y esperaba que mis nervios no me hicieran pasar por otro ataque de tartamudez, sería muy sospechoso.

Z-Elección©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora