Tú y las nubes

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El fuerte eco de la música hacía que los oídos les retumbaran esa noche, estaban detrás de un escenario, recargados contra una bocina. Uno le aprisionaba el pecho al otro mientras se empujaban mutuamente para alcanzar sus labios, sedientos, con una necesidad apremiante que no alcanzaba para calmar su deseo.

Habían tomado de más, bebidas que no sabían describir pero que se sintieron bien bajo su paladar cuándo las tomaron.

No eran inconsistentes de sus actos, sin embargo. Tal vez sólo estaban nublados por el calor que embargaba a sus cuerpos.

Joseph siempre quiso besar a Loreley de la manera en que lo estaba haciendo, y ella tal vez igual, muy secretamente en su amurallado ser. Después de todo, "no se besaba a alguien si no le atraía, no importaba cuán bebido ibas". Era una teoría bien sabida.

Esa noche era fría, no obstante, ellos parecían sofocados cuál desierto en verano. La música les alentaba con altos niveles y rítmicos sonidos que se mezclaban con sus movimientos. Había manos intranquilas que exploraban por doquier con tal de encontrar su propia satisfacción, pero no bastaba con apresurados toques hasta saciarse, porqué para ello necesitaban de más.

Así que Joseph terminó desabrochando aquella blusa coqueta con cierre que Loreley traía puesta. Fuera ésta, besó sobre la fina tela el sostén azulado, para después pasar a la suave piel de su pecho. Subió hasta encontrar la clavícula y se detuvo ahí, tomando su tiempo en saborear la natural esencia de la chica de quién tiempo atras se había enamorado. Procedió con su cuello y llegó al lóbulo de la chica, soltando en él un dócil resoplido cuándo Loreley tomó la pretina de su pantalón.

Sus movimientos eran calmos pero determinados, porqué terminó deshaciéndose del cinturón y del botón en los pantalones de Joseph sin ningún esfuerzo. Sonrió con picardía por ello, pero él no estaba para juegos previos. No se contuvo y acabó levantando con un ágil movimiento a la chica, apoyándose de la fuerza de una de sus manos y el soporte que le suponía la bocina inmensa del escenario. En respuesta, ella enredó sus piernas a su cuerpo y se acercó aún más cuando la piel que quedaba al descubierto entró en contacto con el frío insólito del aparato, sujetando con fuerza los hombros de Joseph. Luego, ella quedó expuesta tras levantar su favorable falda negra...

La tomó al mismo tiempo que sus bocas se encontraban, de la manera más carnal que dos cuerpos deseosos podían hacer y que dos oscurecidas mentes podían permitir.

No debía haber preocupación en ese momento, sino, sólo el único objetivo en complacer a su mutuo deseo.

Para Joseph, Loreley se sentía perfectamente en él, encajaba cómo una nube hermosa en el infinito cielo azul. Así cómo debía ser, se complementaban cómo amantes de buen día.

Y cuándo hubo llegado el momento en el qué el último acorde de la música estimulante retumbó en el aire, éste se mezcló con el sonido final de sus gemidos complacidos, ocultandolos.

Lo que quedó después, fueron sonrisas titubeantes y sentimientos confundidos entre los dos.

Corrección, tres. Junto al ser que comenzó a germinar esa noche en el vientre de Loreley.

Un tequila para olvidar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora