Tequila con limón

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—Chico, creo que no estás llegando a ningún punto del por qué de tu infelicidad. —Le cortó el cantinero de lo que fuera que estuviera contando y Joseph resopló de mala manera sólo por ello.

—En mi defensa —dijo, dándole un traguito a su jugo de puro limón, haciendo una mueca ácida al instante—, a) no tenía seguro que fuera a contar mis penas, b) si dejarás de interrumpir cuándo te platico de largo y c) ¿sabes lo difícil que es tan siquiera mantener mi culo pegado al banco con media botella de tequila en mi sistema? Madres, o intento entrelazar hechos o me caigo.

El cantinero o Mavi, según le había dicho que le llamara, rió por el argumento de Joseph, después de todo, él encontraba momentos en los que se tragaba su sufrimiento y le brotaba de poco en cuando un lado gracioso. Por lo que Mavi no desaprovechaba instantes en los que podía reír, al fin y al cabo, eran comentarios que le hacían gracia.

—Todo un lío ¿he?

El muchacho movió la mano restando importancia. Mucha, a decir verdad. Más que nada porqué estaba poniedo mucho esfuerzo en sonar serio y emplear la prosodia correcta, para que el hombre al otro lado de la barra no se diera cuenta de que realmente no sabía de qué era de lo que estaba hablando, puesto que estaba ebrio y tenía la lengua adormecida por el alcohol. Desde hacía dos jugos de limón que había perdido el hilo de la congruencia en el asunto.

¿Qué más daba ya? Se estaba quedando sin saliva todo por platicar hechos que él ya sabía. ¿Qué haría el cantinero cuándo terminara de contarle? Respondería por sus problemas, ¿acaso?

Por supuesto que no.

Si algo Loreley le había enseñado, es que no debía lamentarse por cosas que sí no podían arreglarse, por qué angustiarse en buscar una solución que no existiría o por qué malgastar energía en algo sin provecho, —de la misma manera cómo él estaba haciendo—, si simplemente podría ahorrarse la fatiga.

Incluso le llegó a decir, cuándo el tema se presentó nada más por pura conversación, qué el llanto y el sufrimiento eran opcionales, siempre y cuándo fueran realmente necesarios, sólo cómo en casos extremos. ¿Pero llorar sólo por derramar lágrimas? Era cómo dejar el grifo de la regadera gotear deliberadamente, resultando en un maldito desgaste de agua innecesario. Apostaba que si ella lo veía justo en ese momento, se burlaría por lo patético que de seguro lucía.

Sin embargo, estaba llorando porqué era su culpa, y justamente estaba buscando motivos para encontrar solución a algo que no podía reparar, pero que quería remediar.

Ella lo odiaba. Se lo dejó bastante claro cuándo la vió, después de cuatro meses que no la veía y que dejó de saber de ella y de Evan.

—Estaba bien antes de volver a verla —comenzó con mucho esfuerzo, y fruncio los ojos en señal de dolor nada más por puro reflejo—. Traía cargando a una niña de más o menos unos tres meses.

—¿Tu amigo iba con ella?

Si. Y había sido un golpe bajo en la punta del corazón. Un leve pinchazo que le provocó dolor de a poco y en ascenso desde él día anterior que los vió.

La niña era idéntica a ella. Pero no lo era a su antiguo amigo.

Un tequila para olvidar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora