Pobrecita de mi alma

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—No era mi intención enamorarme de ella. —Iba a comenzar a contar de corrido sucesos tristes que de lejos lo hacían sentir mejor—. Ni siquiera me di cuenta.

Ah, sí, era él siendo aplastado por toneladas de dolor agonizante.

Valiente caballero.

—Yo siempre fuí sin vergüenza, en todos los aspectos. Te confieso que en un principio me hice su amigo por otras razones; pero cuándo la conocí de verdad, no pude jugar mal. —Se había recostado sobre sus brazos momentáneamente, y platicaba con palabras huecas y apenas inteligibles. La cabeza le daba vueltas y los músculos le dolían, pero aún era medio consiente y aún podía hablar con sensatez.

El cantinero no le había interrumpido en ningún momento, pero no iba a mentir que tenía curiosidad, pues el chico no había dicho nombres en todo el tiempo que llevaba contándole, mucho menos el suyo.

Sin olvidar que parecía estar de acuerdo con el hecho de tener que estar sufriendo.

—¿Cómo se llama? —preguntó el cantinero sin poder resistirse, a cambio, él levantó su cabeza con suma parsimonia, haciendo evidente su desgana.

Sus ceño estaba ligeramente fruncido en un gesto de dolor y parecían quedar rastros de lágrimas en sus mejillas pálidas, seguro y su camisa las había secado. En seguida al señor cantinero le dio pena el preguntar, tenía un aspecto demacrado que daba un poco de lástima.

—Loreley —dijo—. Bastante bonito, ¿no? —El hombre asintió—. Aunque déjame decirte amigo, tú y yo no somos los únicos que pensamos lo mismo.

Le tomó apenas medio segundo reincorporarse. Frotó sus ojos con el dorso de sus manos y seguido, toda la cara. Cuartos después, ya suspiraba con pesar.

—Llegué a pensar qué hubiera sucedido si yo les llegaba a confesar mis secretos primero. Él, Evan; aunque nunca se lo demostró, también pensaba constantemente en cuántas canciones podía escribir con sólo pensar su nombre. No me lo dijo así pero me lo confesó, al fin y al cabo. No lo culpo... pero ya era el colmo que yo deseara a alguien que no me deseaba a mí.

»¿Te imaginas? ¿Estar en medio viendo cómo se adoraban sin poder decírselo? Bastante patético. Una vez hasta me planteé la idea de porqué no les daba una mano, pero te digo, soy egoísta.

Un tequila para olvidar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora