Humo en los ojos

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—Te lo digo amigo, escuchame antes y no me juzgues. —Ya no estaba bebiendo más, hacía rato que había dejado la botella a tres pulgadas de terminarla, pero aún así, ya había consumido el suficiente alcohol para que se le aflojara la lengua y se le reprimiera la culpa—. En la universidad tenía ésta manía de no tomar en serio algunas cosas que para otros podían ser importantes, y ya verás, que gracias a ello me jodí la vida al mismo tiempo que se la jodiá a alguien más.

Iba a echar limón en su todavía abierta herida, y ni siquiera ayudaba a aplacar a su triste corazón el hecho de traer encima unas cuántas copas de añejo tequila; mucho menos le daba valor. Pero había escuchado que siempre era bueno desahogarse. Hasta su amigo el cantinero se lo había dicho. Claro, mientras limpiaba la barra y lo veía de reojo lágrimar.

«El alcohol afloja el sentimiento, chico. Sin pena que los hombres también lloran. —Le había dicho».

Así que mentalmente preparó limón y sal por si él mismo tenía que cicatrizar rápido su bien ganada lesión. De además tener consigo la botella medio vacía a la mano y la manga de su camiseta para limpiar posibles lágrimas necias.

—Tenía un amigo, —comenzó—; era un gran tipo y un buen compañero. Y te lo juro, no le guardo rencor porqué, al fín y al cabo, él fue mejor que yo pero... —Entonces sí, tenía que armar huevos si quería continuar relatando su situación. Hasta tres contó y vació ácido en su desgarrado sistema—. Pero se quedó con ella.

Un tequila para olvidar ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora