Último Capítulo

Începe de la început
                                    

—No, venimos porque te queremos. —Comentó mi padre. Apoyé las manos en el respaldo del sofá, negando con el ceño fruncido y una sonrisa.

—Nah, no me queréis. Si me quisieras no me habrías estampado contra la pared tantas veces sólo por estar en mi habitación. —Puse las manos de nuevo sobre mi regazo, ladeando la cabeza mientras me miraba los dedos. —Ni tampoco me habríais dejado sin ropa, ni dejarme sola en Navidad sólo porque estaba enferma. Además, tampoco habríais llamado a Camila 'la ciega'. —Solté una risa negando, mirándolos a los dos. —No podéis arreglar ahora el daño que habéis hecho.

—¿Y entonces cuándo lo vamos a arreglar? Dime. Te cambiaste el número, y ni siquiera tu hermano nos lo quiere dar. —Me echó en cara mi madre, y me humedecí los labios con aquella sonrisa rencorosa y vengativa.

—La primera vez que me cogiste en brazos al nacer. —Mi rostro cobró un semblante más serio, inclinándome un poco para mirarlos, con los codos en las rodillas y las manos enlazadas. —Deberíais haberme querido como a una hija, eso es todo. Es naturaleza humana, pero creo que vosotros de eso no tenéis una pizca.

—Mira, Lauren, como vuelvas... —Mi padre me señaló con el dedo.

—¿Cómo vuelva a qué? ¿Me vas a pegar? ¿Me vas a estampar contra ese armario otra vez? ¿Me vas a gritar hasta hacerme sentir una mierda? —Me reí negando, volviendo a la seriedad. —No eres nada. No sois nada. —Me encogí de hombros negando. —No me puedes hacer nada, porque ya no soy una niña de 19 años que lo único que quería era salir de su casa. Pero tú sigues siendo un maldito maltratador psicológico. Doy gracias a que yo no he sacado eso de ti, porque soy buena persona. Así que, si queréis quedaros y ver la exposición, genial. Disfrutad de los maravillosos paisajes que fotografié y espero que os gusten. Os deseo lo mejor en la vida. —Me giré hacia Camila y le tendí la mano, agarrándola para salir de aquella habitación.

*

Camila's POV

—¿Estás segura de que estás bien? —Pregunté sentándome en su regazo, pasando mi brazo tras su cuello.

—¿Cuándo te he mentido sobre eso? —Su mano se posó sobre mi muslo, rodeando mi cintura con la otra.

—Mmh, no sé, quizás cuando era ciega y me mentías cada día sobre que estabas bien. —Abrió los labios y los ojos a la vez, negando.

—Oh, Camila, golpe bajo. Golpe bajo. —Negó riendo, y entonces me incliné para darle varios besos en los labios, y apoyé mi frente contra la suya. —Estoy bien, de verdad. No me afecta y lo sabes. Pero...

—Pero... —Repetí con esa voz. Lo sabía.

—Pero me da rabia, ¿no me pueden dejar tranquila? Ahora que sus dos hijos trabajan en algo en lo que no tenían pensado trabajar, vienen a mí. Venga ya. —Resopló mirando por el ventanal, desde el que se veía el mar y el bosque. Pasamos de vivir en nuestro pequeño apartamento, a comprarnos otro más acomodado, y luego, este ático en el centro de Vancouver.

—¿Qué puedo hacer para animarte? —Dije quitándole la chaqueta con una sonrisa, dejándola a un lado en el sofá.

—Bueeeno... —Se le escapó media sonrisa mirándome con ojos de cachorrito, encogiéndose de hombros. —Si pudieses hacer algo, te lo agradecería...

Lauren me hacía perder la cabeza, una y otra, y otra vez. Sabía qué palabras decir para que me quitase el vestido delante de ella, sabía cómo besarme para que la desvistiese también a ella. Sabía cómo provocarme para que acabase de rodillas entre sus piernas. Adoraba la forma ronca en la que gemía. Adoraba la forma en la que su mano apretaba mi pelo y me miraba desde arriba, sonriendo un poco. Incluso en esos momentos, Lauren seguía teniendo el control.

Pero Lauren sabía cómo hacerlo, sabía cómo llevarme a la cama y hacer un camino de besos que sin quererlo llegaba a mi entrepierna. Su lengua estaba húmeda, la sensación era indescriptible. Mis manos se enredaban en su pelo, mi respiración se agitaba y mis piernas rodeaban su cuello, para así mover mejor mis caderas contra ella.

Lo más importante, es que Lauren sabía hacer el amor. Mirándome a los ojos después de besarme, moviéndose lentamente pero profundo, haciéndome gemir contra su boca y revolver su pelo, apretando mis talones contra sus nalgas en busca siempre de un poco más. Su boca mordía mi cuello, mis manos arañaban su espalda, cada vez más fuerte y más rápido. A veces duro. Así me hacía terminar, gimiendo su nombre de una forma seguida y en voz baja, con la espalda separada de la cama, el cuerpo en tensión y los pelos de punta.

—¿Estás mejor? —Pregunté riendo en voz baja, y ella asintió soltando una carcajada, besando mi frente.

—Ha sido una gran noche. Gracias a esto también, pero... Es mi tercera exposición, es especial. —Me abracé a ella, poniéndome encima con la manta tapándonos hasta la cintura. —Vamos a casarnos en unos meses. —Puse mis manos sobre las de ella y enlazamos nuestros dedos, sonriendo con ternura.

—Lo sé. De hecho casi me pongo a saltar cuando me llamas 'tu prometida'. Es tan adorable cuando lo dices... —Me incliné para pegar mi frente con la suya arrugando la nariz mientras reíamos.

Fuimos a la India durante dos semanas, allí casi no podíamos tocarnos por la calle porque la gente nos miraba mal. Aunque ella sí que quería que actuásemos como una pareja, yo no quería influir en su trabajo. Paseamos por los mercados, por esas bolsas llenas de especias, tantos colores, y una cultura radicalmente diferente a la nuestra. Después de aquellas dos semanas, fuimos a Maldivas. Nunca había visto un agua tan turquesa y cristalina, y una arena tan blanca como aquella. Una de las noches Lauren tenía que trabajar, pero me pidió que fuese con ella. Íbamos a Isla Vaadhoo, pero lo que vi allí no fue normal. Aún intento asimilar aquello, pero no puedo. El mar estaba lleno de luces azules, como bombillas de neón azules que aparecían en la orilla cada vez que una ola, por muy pequeña que fuese, rompía. Entonces Lauren me pidió matrimonio, a la luz del mar.

—Te amo. —Murmuró en voz muy baja mirándome con una sonrisa tierna. Le costaba mucho decirlo, y a mí también. Te amo y te quiero, eran palabras superfluas y banales en comparación con lo que nosotras sentíamos. Justo cuando fui a besarla de nuevo, sentí que tiraban de la sábana, y giré la cabeza. Mico intentaba saltar encima, y Lauren lo cogió dándole besos por la cabeza, poniéndoselo en el pecho.

—Qué grande está ya nuestro bebé. —Lauren se rio, porque el pobre no podía crecer y aunque hice el comentario con buena intención sonó un poco cruel.

Y nosotros poco a poco, justo como Michael y Dinah, habíamos formado una pequeña familia. Aunque ellos fue más bien por accidente. Aún recuerdo la cara de Dinah cuando se enteró de que estaba embarazada, y la de Michael más aún. No era algo que quisiesen ahora, pero el shock inicial sólo fue eso, al inicio. Él trabajaba en una de las empresas más importantes del país como ingeniero químico, y Dinah estudió relaciones públicas en la universidad de Vancouver. Ahora, trabaja en una empresa de representación de jugadores de hockey. Tuvieron a su pequeño el pasado agosto, lo llamaron Roger, y después de ver a Michael llorar al ver a su hijo nacer, no tuve duda que sería lo mejor que les había pasado.

—Ya llegará el momento en el que tengamos un bebé. —Dije sonriendo, tumbándome sobre el pecho de Lauren, que había soltado a Mico justo a su lado en la cama.

—¿Me lo prometes? —Murmuró en voz baja, pegando su rostro al mío.

—Te lo prometo.



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