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La doctora Alejandra Díaz entró al gran salón de la Clínica del Oeste, donde solía hacer sus terapias de grupo. En sus manos llevaba las fichas de sus tres nuevas pacientes; tres casos de los que, ya había sido alertada, no serían sencillos de resolver. Uno de sus colegas le planteó en más de una oportunidad tomar esos casos por separado y de manera individual, mas ella creía que era interesante hacerlas sociabilizar e intercambiar experiencias, y así entenderían que por grave que fueran sus problemas no eran ellas las únicas que sufrían adversidades, el tener que pelear día a día con enfermedades, trastornos, problemas y pozos depresivos. Su meta era clara; estaba decidida a ayudarlas a sanar, a reencontrarse consigo mismas y demostrarles que quien quiere, puede.

Al ver los rostros de las mujeres recordó cada línea leída sobre sus situaciones.
A la primera que reconoció, gracias a las fotos que encabezan las historias clínicas, fue a Magela; su rostro reflejaba angustia, soledad y resignación. Era hermosa, su cabello castaño y ojos avellana. Sabía que jamás tuvo intentos de autoeliminación, pero sí en una época solía cortarse las piernas y brazos.

La siguiente en visualizar fue Oriana, muy delgada, demacrada, con la mirada perdida; pero aun así una linda muchachita con imponentes ojos verdes.

Por último Tamara, tenía sus piernas sobre la silla y las abrazaba; su largo cabello rojizo y ondeado cubría su rostro.

Sabía perfectamente que las atormentaba, como lo sabía de cada uno de sus pacientes, pues era su trabajo; conocerlos para llegar a cada rincón de sus mentes, explorarlas y sacar a relucir todo lo bueno que en sus conciencias dormía, todo ese potencial oculto que ella sabía tenían y erradicar de cada uno los pensamientos negativos que solo les proporcionaba dolor, autocompasión, otras veces odio propio y hasta aborrecimiento a todo el entorno sin causa o motivo. Tomó asiento es su gran sillón de cuero blanco, cruzó sus piernas, acomodó sus anteojos y comenzó a hablar:

—Buenas tardes a todos. Hoy la vida nos da una oportunidad para sanar, para reconciliarnos con nosotros mismos, perdonar y pedir perdón; darnos cuenta de que nada es tan malo como parece y que depende de nosotros y de nuestra actitud el cómo fluyan las cosas.

«Hoy se nos unen al grupo tres nuevas compañeras que necesitan de nosotros y de nuestro apoyo, se que contaré con ustedes para brindarles las herramientas necesarias que las lleven a salir adelante, porque...

—¡Quien quiere, puede! —dijeron todos al unísono para luego aplaudir; era el lema del grupo.

—Bien. ¿Cuál de las tres se presentará primero? —El más absoluto silencio reinó— Bien, ya que ninguna se ofrece de manera voluntaria escogeré yo. Magela, comienza tú, por favor.

La aludida se puso de pie, estirando las mangas de su lardo sacó de hilo negro que llevaba puesto, a pesar de estar ya en primavera. Su mirada se perdió en una pintura que colgaba en la pared y con voz apenas audible comenzó a hablar.

—Soy Magela Gutiérrez y tengo 25 años. Trabajo con mi madre en su tienda de ropa y estoy casada hace tres años.

—¿Y por qué estás aquí Magela? —La muchacha agachó su cabeza con pena— Nada de vergüenzas, todos han llegado por la misma razón que tú, salir adelante; lo que los diferencia es el motivo. Cuéntanos, nadie te juzgará.

—Soy depresiva; mi mamá insistió en que necesitaba un tratamiento diferente a todos los demás.

—Está bien que lo reconozcas, que lo admitas. ¿Y cuál es la razón de tu enfermedad? —El silencio volvió a inundar el lugar— No te preocupes, ya habrá tiempo para hablar de ello —dijo con una sonrisa, satisfecha por el comportamiento de su paciente— Tamara, preséntate por favor —La nombrada se levantó de su silla, de mala manera.

 Las Tres Marías. [Completa]© Tahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon