15.

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Luego de la charla en el parque, Tamara y Oriana llegaban a su apartamento.
―¡Vas a vivir con él, Tamy! eso es tan maravilloso.
―Lo sé, lo sé ―respondió feliz. Se sentía demasiado bien, su corazón palpitaba con fuerza, su historia de amor le parecía un regalo casi absurdo, temía una mañana despertar y que fuera solo un sueño―. Aún no puedo creer que alguien se haya fijado en mí después de conocer mi lado más oscuro.
―Eso es porque tu lado luminoso es mucho más grande y potente. El amor es aceptar todo de la otra persona sin prejuicios, sin reclamos y sobre todo, es aliviar el alma atormentada de quien amamos para regalarle paz.
―¡Eres una cursi! ―dijo golpeando su brazo.
―Es culpa de Alexia. ―Se encogió de hombros.
―Igual me gusta lo que dices. ―Oriana negó sonriendo y Tamara rio―, cuanto silencio hay aquí ―dijo de repente, colocó la llave en la cerradura y abrió la puerta, la mochila de Mía estaba en el suelo junto a otra, dos vasos con jugo por la mitad y varios cuadernos y útiles regados por la pequeña mesa del living. ¿La sorpresa? sobre el sofá, Mía y un chico se daban un acalorado beso―. ¡Mía Valentina Borges...! ¿Qué significa esto?
―Ma... ―respondió la chica sobresaltada―, ¿qué... qué no ibas a... estar con tus... amigas? ―preguntó nerviosa.
―Sí, pero ya volví y por lo visto te arruiné la fiesta.
―No es lo que parece, o sea sí es, pero no es.
¿Podría hablar con coherencia? Tamara lo dudaba.
―Me quedó clarísimo ―respondió su madre con tono irónico.
―Yo mejor voy al mercado a comprar tomates, servilletas o... algo ―dijo Oriana girando sobre sus talones y salió de allí.
―¿Y bien? ―Tamara alzó una ceja con cara de pocos amigos.
―Mamá, él es Rodrigo, Rodri, ella es Tamara, mi mamá. ―Los presentó en un hilo de voz, ¿por qué estaba tan asustada? tal vez por el simple hecho de que la idea no era que se conocieran en esas circunstancias.
―Ajá, ¿y Rodrigo quién vendría siendo? ―No quería ser tan dura, pero así sonaba, de todos modos debía marcar los límites.
―Es... bueno... él y yo… es mi...
« ¡Cálmate tonta! » Se dijo mentalmente.
―Soy el novio de su hija. ―Habló por fin el muchacho, tenía acento brasilero, no era muy alto, pero sí de cuerpo bien formado, ojos verdosos y su piel morena―, mucho gusto, señora. ―Extendió su mano y Tamara la aceptó, ésta lo veía esperando que continuara―. Le pido disculpas por la situación, no fue nuestra intensión sorprenderla de esta manera para nada grata.
―Disculpa aceptada ―dijo después de varios segundos―. No te lo tomes a mal, voy a pedirte que te retires para hablar con mi hija.
―Claro. ―Tomó su mochila―. Sólo... permítame decirle algo, quiero mucho a Mía y no tengo intención de hacerle daño.
Tamara asintió, Rodrigo se despidió de su novia desde lejos y se marchó.
―Ma... de verdad lo siento, iba a contarte te lo juro, pero no encontraba el momento adecuado ―dijo nerviosa. 
―¿Hace cuánto salen?, ¿dónde lo conociste?, ¿cuántos años tiene?, ¿qué hace con su vida? 
―¡Espera, mamá! ―Pidió casi riendo por el interrogatorio―, a ver... lo conozco hace como tres años o más, estudiamos juntos, somos compañeros de clase, tiene dieciocho años y acaba de comenzar a trabajar con sus papás, tienen un restaurante en el centro de la ciudad. El próximo año comienza su carrera, va a ser chef ―dijo orgullosa.
―Todo suena muy bonito, pero aún no me dices hace cuanto que es tu novio.
―Hace poco, más de un mes. Antes éramos amigos, pero hace un tiempo lo empecé a ver con otros ojos, es buen amigo, muy inteligente, con sus objetivos claros... su manera de ser comenzó a atraerme y de ahí a quedar loca por él fue cuestión de minutos. Una tarde después de acabar un trabajo de historia que hacíamos en su casa se lo dije aun corriendo el riesgo de perderlo, para mi sorpresa me respondió con un beso diciéndome que desde hacía mucho me quería. ―Su madre escuchaba con atención―, no te enojes, porfa. ―Hizo un leve puchero para convencerla
―No estoy enojada. ―Se acercó a ella―. No quiero que hagas las cosas sin pensar.
―Tranquila, mamá, tengo mis prioridades muy bien marcadas. Sé en qué orden quiero las cosas en mi vida y Rodrigo también.
―Me gusta cómo se oye eso. ―Acarició su mejilla―. No quiero detalles de tu vida privada, solo te diré que te cuides y si ese Rodrigo te hace sufrir o llorar lo dejo sin descendencia.
―¡Ay, ma! ―dijo riendo a carcajadas―. Te amo.
―Y yo a ti, mi niña. ―Tamara la envolvió en un abrazo.
―¿Crees que podamos organizar una comida para que los abuelos y Nico conozcan a Rodrigo?
―Me gusta mucho esa idea.
―Buenas, ya volví ―anunció Oriana―, traigo limones. ―Mostró la bolsa con al menos dos kilos del cítrico.
―¿Para qué tantos? ―preguntó Tamara desorientada.
―¡Ni idea! ―Las tres rieron―, podríamos hacer un mouse de limón ¡O un pay! ―¿Me ayudas, Mía?
―Claro.
―Yo quiero ayudarlas ―protestó Tamy siguiéndolas a la cocina.
***
―Bruno, mi amor, ¿qué haces? ―Magela entró al que sería el dormitorio de la niña encontrando a su marido allí en un rincón, llorando en silencio. Se sentó a su lado para abrazarlo.
―¿Sabes? ahora puedo entenderte, comprendo todo ese dolor que sentías creyendo que perdimos a Nacho por tu culpa, comprendo tus ganas de no querer seguir. Entiendo tan bien lo agobiante que es tener a todo el mundo a tu alrededor queriendo hacerte sentir mejor, intentando que el sentimiento de culpa se desvanezca, ahora sé lo que es que no te dejen vivir tu agonía en paz, que cada intento de sonreír duela porque sientes que no lo mereces, que no mereces ser feliz. Ahora vivo en carne propia lo que es estar muerto en vida. Perdón, mi amor, perdóname por no comprender tu dolor.
―Mi vida... ¿y qué dejas para mí? en estos momentos yo comprendo tu desesperación por hacerme entrar en razón, ese dolor por miedo a perder también a la persona que amas, la inmensidad de la angustia en tus días por lidiar con la ausencia de nuestro hijo y mi lejanía. En estos momentos comprendo lo injusta que fui las veces que creía que para ti era más fácil. Perdóname, mi vida, perdona porque fui débil y te ocasioné tanto dolor… ―Se abraza-ron con fuerza, tanta como para unir los trozos de sus corazones y sus almas quebradas―. Permíteme intentar hacer contigo lo que hiciste por mí alguna vez, déjame ayudarte. 
―Te amo tanto, Magela. ―Acarició su rostro.
―Y yo a ti, Bruno, es por eso que lo haremos sencillo, mi amor, o los dos nos ponemos en pie y aprendemos a vivir de nuevo buscando la manera de salir adelante o... ―Hizo una pausa―. O ambos nos dejamos llevar por la tristeza. Pero ten presente que de cualquiera de las dos maneras estaré junto a ti.
―Y yo junto a ti. ―Unieron sus frentes luego de sellar ese pacto con un casto beso.
***
―Yo también te extraño, Alexia ―dijo Oriana frente a su laptop. Era cierto, extrañaba todo de ella: su presencia, sus charlas, sus besos... pero estaba orgullosa de ella. Estaba logrando uno de los primeros lugares en su clase y ya contaba con varias ofertas para cuando volviera, sin contar con que en cada lugar que hacía sus prácticas quedaban encantados con ella―. Ya falta poco para que estemos juntas otra vez.
―Lo sé, Ori, y eso me hace muy feliz ¡Estoy tan contenta con todo esto! estar aquí es un sueño; este lugar es inmenso, la gente tiene una mente tan distinta... los lugares son diferentes a los que hay por allá, es casi mágico ¡Me encantaría que estuvieras aquí conmigo!
―Y a mí me gustaría mucho estar ahí contigo o que estuvieras aquí, pero cada una está cumpliendo su meta profesional y eso nos ayudará para un mejor futuro juntas.
―Te lo dije mil veces y te lo repetiré mil más, gracias. Gracias por apoyarme en esto tan importante para mí, por estar de mi parte y sacrificar la dicha de estar juntas para que yo pueda cumplir esta meta.
―Tu felicidad es la mía. Además, ¿qué son unos meses separadas comparado con toda una vida juntas? 
―Toda la vida juntas suena maravilloso. ―Se sonrieron a través de esa pantalla que se había vuelto su confidente―. ¿Cómo van tus estudios y el trabajo?
―Todo bien. Estamos empezando a pensar en los exámenes que comienzan en un par de meses, Alejandra me dará licencia para que pueda prepararlos con tranquilidad, ya sabes lo largo y tediosos que son... y hay algo más.
―¿Qué? no me asustes, Oriana, ¿qué pasa?
―No es nada malo, solo... inesperado. Hace tres días vino mi papá a buscarme.
—¿Y eso?, ¿qué quería? ―Su voz dejó ver el miedo. Los padres de Oriana habían sido los causantes de la mayoría de los problemas que tuvo que enfrentar y el que ellos volvieran a su vida podía significar algo peor que acabar su relación, estaba el riesgo de que la chica sufriera una recaída. Porque eso era lo que más le preocupaba; el bienestar y salud mental de la muchacha.
―Tranquila, sólo quería hablar. Me pidió perdón por todo lo que me hizo sufrir, por sus rechazos, por su ausencia, por ser un mal padre... me pidió una nueva oportunidad.
―¿Y tú que le dijiste?
―Al principio le reproché cada cosa que me hizo, saqué lo que tenía dentro, todo ese dolor. Le hice saber el sufrimiento que sus acciones me provocaron y lo corrí, pero esa noche, Mía me dijo algo que me dejó pensando.
«Entiendo muy bien lo que estás pasando, el rechazo de un padre duele más que nada en el mundo porque va contra las leyes de la naturaleza. Se supone que ellos deberían protegernos del sufrimiento, no provocarlo; pero no siempre es así y no importan los motivos por los que fueron crueles, lo que importa es que acepten su error y tengan la humildad de admitir que se equivocaron. Y es ahí donde nosotros marcamos la diferencia y tenemos el poder de cambiarlo todo y somos capaces de perdonarlos, no por creernos superiores a ellos sino para sanar nuestro corazón y tomar esa nueva oportunidad que la vida nos regala. Una vez escuché que la única prueba fehaciente de que existe el infinito es el amor de los padres, pero créeme que el amor de los hijos también puede serlo. No lo rechaces, podrías arrepentirte después.»
Oriana recitó cada palabra como si en ese mismo instante las estuviera oyendo, y es que le quedaron grabadas a fuego en su memoria.
―¡Qué lindo, Mía es demasiado sabia para su edad!
―Sí... por eso mismo al día siguiente lo busqué y decidí darle, darnos, una oportunidad. Claro que llevará tiempo, compromiso y dedicación de parte de ambos y yo estoy dispuesta a intentarlo. Me preguntó por ti, le conté por donde andas y también que a tu regreso nos casaremos.
―¿Y...?
―Y... dijo «soy feliz de verte feliz», eso dijo.
―¿Y tu madre? ―Esa mujer sí la odiaba y por más que no le temía a su presencia, sí la atormentaba pensar en sus actos.
―Se fue. Mi padre y ella discutieron cuando él le dijo que me buscaría, lo presionó diciéndole que si me acogía con mis locuras incluidas, ella se marcharía.
―Bueno, creo que allí tienes la primera prueba de que tu papá de verdad quiere recomponer la situación contigo.
―Pues sí ―dijo y bostezó.
―Ve a dormir, cariño. Mañana hablamos, descansa.
―Igual tú, te amo.
―Y yo a ti.
¿Cuál es el tiempo prudencial para armar una despedida sin que se note? algunos pueden creer que eso no existe, otros tal vez piensen que dejarlo todo en orden es suficiente y quizás haya quienes crean que también es necesario hacer notar a todos quienes nos rodean que en verdad los amamos para que cuando no estemos puedan recordar el cariño que les teníamos.
La mente del ser humano puede ser sorprendente ya que se puede llegar al punto de idear y planear algo de forma tan minuciosa como certera, pensando solo en su fin, en su destino, en su ya todo acabó. 
Mía cumplió sus dieciocho y celebraron con una bella fiesta donde estaban familiares y amigos. Ya Rodrigo había sido presentado de manera formal ante todos y su relación se veía muy bonita, los papás de él le tenían un gran cariño a Mía y estaban felices con ese noviazgo. Acabaron la preparatoria con excelentes notas y cada uno de los muchachos emprendería su carrera para estudiar eso que les apasionaba.
Cuatro días después de la fiesta, otro gran acontecimiento, la mudanza de Tamara a la casa de Nicolás. Un nuevo momento de felicidad y dicha, muchos sueños por delante, muchas ilusiones compartidas. Esa noche, todos juntos y sentados en el suelo comieron pizzas compradas, en medio de las cajas llenas de libros de medicina y las bolsas con ropa, todos reían y celebraban. Tamy estaba radiante junto al amor de su vida, sus amigas, su hija y el novio de ésta... ¡Y hasta sus padres! la vida había sido benévola al final de cuentas y agradeció a Dios por tenerlos a todos allí.
***
―Magela, ¿cómo hacías para fingir que estabas mejorando cuando en realidad tu interior se derrumbaba? ―preguntó Bruno esa noche mientras acariciaba su pelo después de compartir sus cuerpos. Ese era el único acto de amor que les quedaba intacto después de todo, a parte del cariño genuino de sus amigos.
―Me enfoqué tanto en qué era lo que merecía que lo ter-miné creyendo. Terminé por convencerme que ese era mi castigo por ser mala madre, mala mujer, mala persona... me castigaba de esa manera. 
―¿Y nunca te daba culpa por engañarnos así? ―Ella volteó a mirarlo.
―Todo el tiempo, pero más culpa me daba sentir que yo no era digna de ti y de tu amor. Creía que lo mejor era que yo desapareciera y tú fueras feliz con alguien más.
―¡Eso jamás! sólo tú puedes hacerme feliz. ―Besó su frente―. ¿Cómo fue que no noté que fingías? perdóname.
―No, mi amor, no tengo nada que perdonarte. Esa era mi intención, que no lo notaras, supongo que lo hice bien.
―Ya falta menos para irnos.
―Sí... falta menos...
Poco tiempo pasó, Oriana salvó cada uno de sus exámenes con excelentes calificaciones y pasó al segundo de tres años que duraba esa carrera. La relación con su papá cada vez se solidificaba más, se estaban volviendo muy unidos y más al descubrir la cantidad de cosas que tenían en común ―cómo el gusto por las películas de acción y ver los espectáculos de ballet― el sólo huía cuando a ella le daba el ataque repentino por escuchar a Justin Bieber. En realidad sólo Alexia soportaba esa faceta suya.
Demoraron dos meses en preparar la boda, sería en febrero para que la luna de miel no interviniera en el comienzo de las clases. Y así fue... una boda romántica y dulce, se veían bellas y la dicha les brotaba por los poros. La ceremonia fue emotiva y cuando el juez las declaró «unidas en matrimonio», el salón estalló en aplausos. Bailaron, rieron, se divirtieron y brindaron por el amor y la felicidad, pero... ¿qué es la felicidad?
¿Es aprender a sonreír con lo que tenemos y no llorar por eso que nos falta?, ¿es una elección?, ¿está en nuestro interior o está depositada en los seres que amamos?, ¿es el destino quien decide si somos felices?
Nadie lo sabe con certeza, pero hay algo que sí es cierto; no existe la felicidad absoluta, más bien son momentos que hay que disfrutar al máximo.
Antes de marcharse, Oriana apartó a sus amigas.
―No podía irme sin despedirme de ustedes. Sólo serán diez días, pero nunca nos separamos tanto tiempo. ―Rieron―. Estoy muy sentimental hoy, las amo, amigas. Gracias por tanto, son las mejores.
―También te amamos ―dijo Tamy iniciando un abrazo grupal.
―Ori… ―Magela tomó sus manos y la miró fijo a los ojos―, se muy feliz, chiquita. Estoy muy orgullosa de ti, de ambas. ―Soltó una de sus manos para tomar a Tamara―. Son el mejor regalo que me dio la vida, solo Dios sabe lo que las quiero, no lo olviden nunca. 
―Eso suena a despedida ―protestó Tamara.
―No seas tonta ―respondió conteniendo las lágrimas―. Quería que lo supieran, eso es todo. Nada hubiera sido lo mismo sin ustedes.
***
―¿Ya acabaste? ―Le preguntó Bruno a su mujer.
―Sí, la carta para Oriana, otra para Tamara, para Mía, para Alejandra... y la de mi mamá. ―Esta última la nombró con más dolor que las demás―. Ella es la que más me preocupa.
―Aún tenemos un día más. ―Se acercó a ella―. No tienes que hacerlo, Magela.
―Es lo que quiero, ¿recuerdas el trato? o salimos a flote juntos o nos marchamos los dos. Sí no lo hago ahora contigo, ya luego no podría y mi vida será un infierno. ―Se abrazaron.
―¿Qué quieres hacer ahora?
―Pasar el día con mi mamá, ¿vamos?
―Vamos.
A Pilar no le pareció rara la cariñosa actitud de su hija y su yerno. Fueron al puerto y almorzaron allí, después al museo y más tarde a tomar un helado. A la noche compraron empanadas y vieron los tres una película, Bruno se quedó dormido en el sofá.
―Magela, eres mi hija y te conozco demasiado, intuyo lo que planean.
―Mamá...
―No, escúchame. No voy a rogarte nada, no voy a hacerte una escena y tampoco me haré la víctima. Y no porque sea una in-sensible sino porque quiero que estés en paz, si eso incluye alejarte de mí no voy a oponerme.
―Yo te amo, mamá, eres mi mayor ídolo.
―¿A dónde piensan irse?
«Al Paraíso.» Pensó ella.
―Lejos, pero buscaré la manera de hacerte saber que estamos bien.
―Estoy segura que así será. Además yo creo en los milagros.
A la mañana siguiente, muy temprano, dejaron las cartas correspondientes, una sobre la mesa de noche de Pilar, una en casa de Oriana, dos en casa de Tamy y Nico y una en el apartamento de Mía.
Solo con sus documentos, sin nada más que lo puesto, caminaron tomados de la mano por toda la ciudad. Ese día no sentían hambre, ni sed, ni calor... la paz comenzaba a invadirlos de forma lenta y cada letra que sus amigos leían en esa tinta tatuada en hojas blancas era un paso más cerca de la tranquilidad de sus almas.
Al atardecer, se sentaron a la orilla del puente. Se dieron mil besos junto a cientos de «te amos» sin soltarse las manos, jamás.
El eterno adiós resonaría en el lugar.

 El eterno adiós resonaría en el lugar

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Imagen: Luciana Camelo.

 Las Tres Marías. [Completa]© Where stories live. Discover now