—No creo que haya nadie ahí arriba, sabes. —Apreté los ojos con las pestañas húmedas, los ojos hinchados de tanto llorar. —Pero si lo hay, no sé. No deberías dejar que estas cosas pasasen no... —Apreté los labios reprimiendo mis lágrimas, negando de forma asidua. —Sólo tiene 18 años, sólo es una niña... —Entrelacé mis manos apretándolas a la altura de mi cara, presionando mis párpados con fuerza. —Si tienes que matar a alguien, mátame a mí. —Solté una risa irónica negando, poniéndome las manos cruzadas en la boca. —Ella puede salvar vidas simplemente existiendo, yo no soy nada. —Se me quebró la voz al decirlo. La imagen de aquél Cristo se hizo borrosa por las lágrimas que se amontonaban en mis ojos. —Yo soy un estorbo sin ella... —Me mecí suavemente sobre el banco apretando las manos, los ojos, los labios, como si haciendo más fuerza, pidiéndolo más fuerte Camila se fuese a salvar.

Pero no.

La cuarta hora de operación. Me tiré al suelo con su móvil en mis manos, no tenía ni una foto nuestra. Solté una risa triste. Quería que viviese, quería que me viese.

Me removí en el suelo, tirada, con la espalda en la pared y las piernas esparcidas por el suelo.

La quinta hora. Salí a la escalera de incendios, y me fumé uno de aquellos porros que Michael había liado para mí la semana anterior. Al menos así aguantaría las dos horas de operación que quedaban. Solté una risa. Probablemente Camila ya estaba muerta. Hacía tanto frío en aquella escalera, pero nada me afectaba.

Me quedé dormida en la silla de la sala de espera, el doctor Swan me despertó moviéndome el hombro un poco. Tenía la cara desencajada, pálida, con un atisbo de tristeza en sus ojos.

—Lo siento, Lauren, Camila ha muerto... —Comencé a llorar, mi corazón parecía que había sido apretado por sus propias manos. Grité, tiré de su bata tan fuerte como pude.

Era un sueño. Me desperté.

Cuando entré, se me había pasado el efecto, ¿qué hora era? No lo sabía, pero el médico ya estaba hablando con Alejandro y Sinu. La bilis se me subía por la garganta, mis piernas temblaban y el corazón me bombeaba tan fuerte que creía que me iba a dar un ataque al corazón allí mismo.

Al acercarme, el doctor Swan se giró hacia mí.

—Hey... —Los segundos que tardó en esbozar una sonrisa se me hicieron eternos. —Tu novia ha tenido mucha, mucha suerte. La operación ha sido un éxito.

Me desmayé.

* * *

Cuando desperté, estaba en una habitación sola, con un suero puesto en el brazo, conectada a un gotero. Era la habitación de Camila, pero Camila no estaba allí. Comencé a mirar por toda la habitación y vi a mi hermano salir del baño. ¿Era de verdad un puto sueño? Porque si me despertaba y veía que Camila había muerto, entonces tendría por seguro que me suicidaría sí o sí.

—Hey, por fin te despiertas. —Dijo él acercándose a mí con un sándwich en la mano.

—¿Qué haces aquí? —Lo cogí con la mano, mirándolo. Era empaquetado de la máquina del final del pasillo.

—Vine en cuanto supe que te desmayaste, y además no me dijiste que todo era tan complicado. —Al ver que yo no lo abría, Chris tomó el sándwich y lo abrió, poniéndome un trozo en la mano. —Toma, come.

—¿Dónde está ella? —Mi hermano se sentó en el borde de la cama, con las manos entre las piernas.

—Pues en la UCI. Después de una operación así, los pacientes son llevados a la UCI para tenerlos estables hasta que se recuperen. —Mordí la punta del triángulo del sándwich, mirando a Chris de reojo. —Estás muy delgada.

—¿Cómo está? —Chris sonrió, asintiendo.

—Está bien, te lo prometo.

Me comí el sándwich y palpé el bolsillo derecho de mi pantalón, tenía aún su móvil guardado. Sonreí, porque podría devolvérselo en mano, y no sería un recuerdo amargo de su adiós.

Me quité la vía del brazo de un tirón y me levanté del sillón, abrazando a Chris con fuerza al darme cuenta de que Camila estaba viva. Él se quedó parado, sin reaccionar, hasta que sus brazos me rodearon por completo, fundiéndonos en un abrazo.

—Hueles fatal. —Me dijo al oído, y yo solté una risa al escucharlo.

—Lo sé.

—Y en dos semanas son tus exámenes. ¿Te has olvidado de ellos? —Negué, separándome de él. —No puedes ver a Camila hasta mañana... ¿Quieres que te lleve a casa, te das una ducha, cenas y duermes un poco? —Asentí sin resistirme. Lo necesitaba, llevaba dos semanas consumiéndome con mis pensamientos.

Chris me llevó a casa, y mi madre hizo lasaña para cenar. Cené en silencio, el ambiente estaba tenso, pero no por su actitud hacia mí, sino porque el tema de Camila era bastante delicado y nadie quería hacerme daño. Lo agradecía.

—¿Cómo está Camila? —Preguntó mi madre echándome un trozo de lasaña en el plato.

—Bien. —Agradecí la pregunta. Nadie excepto Chris sabía lo mal que lo había pasado. Echó otro trozo más en mi plato, sonriéndome al hacerlo algo cómplice.

Me tragué los dos trozos de una forma pasmosa, tenía tanta hambre que no me había dado ni cuenta en aquellos días. Estaba tan derrotada, que cuando me metí en la ducha tardé una hora en salir, pero nadie llamó a mi puerta para gritarme que dejase el baño libre.

Limpia, relajada y con el estómago lleno, me metí en la cama. Apagué la luz.

Fue el único momento en el que dormí toda la noche, unas diez horas de sueño. Normalmente dormía seis, incluso cinco. Aquellas nueve horas me pusieron las pilas para un año entero.

* * *

Habían bajado a Camila a planta, lo agradecía, por fin podría verla. La verdad es que ver a sus padres en aquél momento no era buena idea, seguro que me derrumbaría delante de ellos y no era un buen plan, así que simplemente les sonreí cuando llamé a la puerta. No quise decir nada más.

—Cariño, es Lauren. —Advirtió Alejandro, dejándome paso a mí.

Tenía una venda bien afianzada en los ojos, y una especie de pinza en el dedo índice, no sabía cómo se llamaba aquello. También una goma que se colaba por los orificios de su nariz, dándole algo de oxígeno para que pudiese respirar mejor.

—Camz. —Dije a media voz, tenue y suave. Una sonrisa débil, pequeña, frágil se esbozó en su rostro. —Me asustaste mucho. —Me senté a su lado, cogiendo su mano que caía en peso muerto y me la llevé a mis labios para besarla.

—Lo sé... —Dijo con voz apagada, lentamente, pesada. —Te quiero... —Dijo en el mismo tono, haciéndome sonreír un poco.

Di varios besos en el dorso de su mano, acariciándolo con el pulgar, observando sus ojos vendados.

—¿Cuánto me quieres? —Camila abrió los dedos de su mano para formar un cinco. Estaba demasiado agotada, dolorida y adormilada como para responder a esa pregunta, pero sabía que para ella eso era muchísimo. —Yo te quiero así... —Puse la palma de mi mano sobre la suya, conectando las yemas de mis dedos con las de Camila. —Más... —Separé mi mano volviéndola a un unir, haciéndola sonreír un poco, algo distraída, débil.

—No podía dejarte aquí sola... —Su voz, tan apagada y frágil hizo que se cayeran dos lágrimas de mis ojos. —Tengo que ver tus fotos para decirte lo bonitas que son...


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