Camila tenía los dos ojos hinchados y costras de sangre seca alrededor de estos. Además un vendaje en la nariz que tenía partida y algunos moratones en los brazos. No me permití sentir pena por ella, lo que más sentía era rabia. Eran ganas de darme la vuelta y volver para matar a ese cabrón.

—Hey... —Me senté a su lado en la cama tomando su mano entre las mías, dándole un beso en el dorso lentamente.—Te pondrás bien.—Es lo único que pude decir.

Acerqué mi rostro al suyo, dándole un beso leve en los labios que ella ni siquiera notó.

Estaba destrozada. ¿Podía ir mi vida a peor? ¿Podía todo dejar de hundirse y empezar a ir bien? ¿Alguna vez sería feliz? ¿Alguna vez la vida dejaría de darme golpes, de tirarme, de arrastrarme y tratarme como si fuese un perro? La respuesta era no. Me torturaba por dentro saber que mis desgracias, mi vida estaba afectando a Camila. Me dolía. Me estaba matando lentamente.

La puerta se abrió, era la enfermera, tenía que salir de allí porque el horario de visitas había terminado. Me sentía una mierda, aliviada porque Luis había tomado de su propia medicina, pero las cosas seguirían pasando si yo seguía a su lado. Pero era demasiado egoísta como para dejarla ir, porque si me iba también le haría daño. Estaba en una encrucijada. Si estaba conmigo, al menos sería feliz. Al menos podría ayudarla a mejorar.

—¿No comes?—Susurró mi hermano sentándose conmigo en la cocina. Había llegado tarde, y mi madre me había dejado apartado un plato con filete, puré y guisantes.

—No tengo mucha hambre.—Respondí a media voz, removiendo los guisantes con el tenedor y una mueca.

—¿Qué ha pasado? He escuchado algo en el instituto pero, no me enteré de mucho.—Él como siempre. De una frase no se enteraba de media.

—Luis y sus amigos golpearon a Camila contra las taquillas. Tiene la cara... Fatal.—Antes de decir nada, Chris tomó mi mano, observando mis manos. Tenía sangre incrustada en los nudillos y bajo las uñas.—Le partí la cara.—Escondí la mano sabiendo que hice más que eso. Lo reventé en todos los sentidos.

—Se lo merecía.—Asentí al escuchar sus palabras. Era reconfortante saber que él me entendía.

—Deberías comer. Apuesto que no lo has hecho en todo el día.—Apretó mi hombro un poco, pero yo no dije nada más. Yo me quedé en total silencio. Colé un poco de puré entre mis labios, resecos, cansados y agrietados.

A veces la actitud de mi hermano me aturdía un poco. Unas veces pasaba de mí, incluso se reía. Otras, como ahora, intentaba ser cercano. Intentaba consolarme en aquellos momentos en los que yo estaba totalmente hundida. Al fin y al cabo, Chris era mi hermano y debía dolerle verme así; aunque por esa regla de tres a mis padres les debía dar vergüenza tratarme así.

—Me gustaron mucho tus fotos.—Puse las cejas gachas mientras comía, desencajando la mandíbula.

—¿Fotos?—Sólo le enseñé una.

—Vi... El nombre de tu Tumblr y entré. Espero que no te importe.—Negué apretando los labios, de hecho esbocé una débil sonrisa. La única que mostré en todo el día.

Al terminar de cenar me di una ducha, larga para lo que yo acostumbraba. De hecho mis padres se quejaron aporreando la puerta un par de veces, pero a mí no me importó.

Cuando mi espalda tocó el colchón, dormí. No sé durante cuánto tiempo, porque no miré la hora en la que me acosté, lo que sí sabía era que a las siete de la mañana, cuando ya todos se habían ido, yo me desperté.

Cogí mi maleta y metí los libros, una camiseta rota por los bordes blanca, vaqueros, Vans negras y la chaqueta de cuero. Salí de casa. El frío era insoportable, tanto que los ojos comenzaban a llorarme. Las calles estaban húmedas, y es que en Vancouver era costumbre que lloviese sobre mojado.

Cogí el bus, línea 21. Llevaba directamente hasta el hospital donde estaba ingresada Camila. Sólo tres personas en él, era demasiado temprano para coger aquél autobús. En los cascos, The A Team sonaba de nuevo en reproducción aleatoria. Mis pies se movían al compás de la música, mirando el cielo encapotado, oscuro, con el cristal lleno de gotas de agua.

Salté del autobús y entré en el hospital. Sólo el ambiente me daba ganas de vomitar, me ponía enferma estar allí. Qué irónico.

Cuando llegué al pasillo la puerta estaba cerrada, al fondo, Alejandro se tomaba un café frente a la máquina. Estaba despeinado, tenía una mano en el bolsillo y hacía una mueca mirando al frente. No podía evitar culparme a mí misma por aquello que a su hija le había pasado, porque sí, era mi culpa.

—Señor Cabello.—Me acomodé la mochila al hombro apretando los dedos en la tela. —¿Cómo está?

—Bien, ha dormido toda la noche y...

—No, me... Me refería a usted.—Mordisqueé mi labio un poco, y él abrió los ojos algo sorprendido.

—Oh, oh... Yo estoy bien, gracias. Ayer le hicieron un escáner y hoy vendrá el médico a valorarla, quizás podamos irnos a casa, no lo sé.—Tomó un sorbo de su café y asentí al escucharlo, mirando hacia atrás; la habitación de Camila.—Puedes entrar a verla, está despierta.

Mientras Alejandro se tomaba su café, entré en la habitación de Camila.

—¿Papá?—Entreabrí los labios para contestar pero no me dio tiempo. Cerré la puerta. —¿Quién es?

—Soy... Soy Lauren.—Tragué saliva acercándome a la cama, observando aquella sonrisa en sus labios al escuchar mi nombre.—Perdón por asustarte.—Dejé la mochila en el suelo y me senté justo en el mismo sitio que el día anterior, tomando su mano. Su cara estaba aún peor. Su ojo derecho estaba morado, casi negro, rodeado por costras de sangre, postillas, y su nariz seguía vendada.

—No me asustas.

—¿Cómo estás?—Acerqué su mano a mis labios para darle un beso, y ella me acarició la mejilla con los dedos, suavemente.

—Ayer me dolía mucho más que hoy... —En ese momento la puerta se abrió y cuando miré, Alejandro entró, pero no iba solo. El médico venía detrás. Golpeaba con el bolígrafo la carpeta que llevaba en la mano, estaba nervioso.

—Buenos días, Camila. Soy el doctor Swan.—Tenía el pelo rubio peinado hacia un lado, pero no demasiado, lo suficiente para darle cierto aire formal. Carraspeó. Miré a Alejandro, él me miró a mí.

—¿Puedo irme ya a casa?—Preguntó Camila apretando los dedos al borde de la sábana.

—Camila... Hemos encontrado algo extraño en el escáner que te hicimos ayer..


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