20.- Soberbia

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Domingo, 10 de diciembre de 1453, 11:30. Mostar, Bosnia.

''¡Vamos Theo, la misa será en breves!'', -dijo Alejo. Nunca fui una persona cristiana, detestaba ir a misa y siempre tuve problemas con ello. Aún así respetaba las religiones y creencias de la gente.

Llegamos a Mostar al amanecer después de dejar Serbia y a su agradable rey Durad Brankovic. El rey de Bosnia era un hombre extraño y altivo, y los campesinos de la zona nos comentaban que hoy llegaría a Mostar después de una sesión de caza con su pedante corte. Le esperaría en las puertas de la ciudad con Alejo y Justino mientras mi ejército descansaría en las afueras de Mostar, en sus granjas.

''Esteban Tomás'', pensé mientras observaba la silueta de sus nobles y el a lo lejos, ''veamos como reaccionas ante mí''. Mientras se aproximaba me fijé en cada uno de los detalles de su cuerpo: era un hombre esbelto y rubio, de no más de treinta años y con la cara afilada y fría. Cuando estaba a veinte metros de mí su expresión facial cambio: esbozó una sonrisa, o al menos una mueca desagrable como si me conociese de alguna situación en el pasado: ''¿Por qué sonreís, caudillo de Bosnia?'', -interrogué, ¿nos conocemos?'': ''Tú a mí no. Pero tranquilizaos, pues os dejaré marca en vuestra mísera vida'', -respondió el siniestro rey. Sentí una sensación bastante desagradable y mis dos amigos me miraron sorprendidos: ''¿Acaso no sabes quien soy? ¡Soy uno de los vastagos de Argos! ¡Puedes llamarme Heptos pero la gente me conoce como Soberbia! ¡Me encanta mofarme de mis enemigos y mostrarles mi superioridad racial y divina! ¿Sabes lo qué te espera verdad, Theodoro Conmeno? ¡Los hijos de Argos hemos decidido aniquilarte, pues tu futuro destruirá nuestra gloriosa secta, perro de los dioses!'', -se burlaba Esteban, la Soberbia, o como él decía: Heptos.

No reaccioné con palabras, sólo con un gritó de odio mientras cargaba hacia él con la lanza que portaba, Alejo y Justino me apoyaron por la retaguardia sin dudar. Éramos tres valientes bizantinos contra cincuenta nobles bosnios y Soberbia. Heptos me esquivó sin problema alguno y mi caballo se tambaleó cayendó así al pavimento del camino que llegaba a la ciudad. Sólo me dañé la nariz, ahora sangrienta, mientras Alejo y Justino masacraban a los patéticos nobles. Me reanimé poco a poco y miré a Heptos, quien se miraba sus cuidadas uñas: ''¡Bastardo, no me ingnores y lucha conmigo! ¿Sabes que tengo cerca un ejército de ciento seis personas?'', -le chillé airado: ''No lo harás'', -dijo con tranquilidad, ''te retirarás a conquistar tu ciudad sin rechistar''. Sentí otra vez esa sensación de miedo y malestar en mi cuerpo, era como un hechizo, pero en el fondo sabía que sólo era una especie de don. Mis fuerzas me abandonaron y me precipité al suelo: ''Nos veremos pronto Theodoro'', -me susurró mientras se bajó de su caballo y me acariciaba el pelo como señal de supremacía, ''habrá una gran batalla antes de que conquistes Constantinopla y verás a viejos compañeros, amigos y enemigos''.

Heptos se fue con sus heridos nobles y yo mandé la retirada de mis hombres: ''Salgamos de Bosnia, soldados. Este sitio es peligroso'', -ordené con la voz temblorosa: ''Theodoro, es mi deber volver a Albania. Dejo a los hombres que me llevé contigo aqui en vuestro ejército. Tened suerte amigo'', se despidió Skanderbeg.

''Justino. Hace tiempo que no me comunico con los dioses, pero de manera indirecta quieren que nos apresuremos a Adrianópolis, allí ocurre algo'', -le comenté a mi amigo y él aceptó mi presentimiento.

Marcha BizantinaWhere stories live. Discover now