6.- Naufragio

103 7 2
                                    

Miércoles, 22 de junio de 1453, Mar Egeo norte

Tras dos largos días de viaje, por fin avistamos tierra a un kilometro aproximadamente. Pero antes de llegar, una gran tempestad azotó el Egeo y trajo una increíble ola de diez metros que tambaleó la embarcación: ''¡Mi señor Theodoro!, -gritó un soldado, ''¡El sombrío barquero ha desaparecido! ¿Cómo arribaremos a aquella isla?''

Todos los hombres estaban horrorizados, corrían por toda la carraca sin saber qué hacer: si lanzarse al agua, o buscar una diligente solución de cómo solucionar el problema de la navegación. Finalmente, puse orden dando una gran voz: ''¡Soldados de Bizancio, no os aterroriceis! Sacad los botes y partiremos a la isla".

Sacaron tres botes y rápidamente, se lanzaron como fieras a ellos hundiendo así dos de los cinco disponibles. Ya sólo quedaban veinte hombres (incluyéndome a mí). Tranquilamente les imperé bajar al bote. Remamos con ansiedad, pero, desgraciadamente una ola más grande que la anterior nos devoró.

Jueves, 23 de junio de 1453, Lesbos

Cuando abrí los ojos estaba solo recostado en una playa. Me levanté y miré a mi alrededor. Vi a una hermosa mujer de tez pálida mirándome fijamente. Era de mi estatura, quizás un poco más baja, rubia de ojos verdes; pestañas largas y cejas diminutas, con unos labios carnosos y una nariz pequeña, los mofletes colorados. Bajando de la cabeza: los hombros delicados, pechos pequeños, la cintura resaltante, piernas delgadas y pies pequeños.

''¿Dónde estoy?'', -le pregunté con voz ronca, ''y, ¿quién sois, mi señora?''. Antes de que acabara la pregunta, huyó al interior de la isla. Se escondía de algo. Unos soldados que hablaban italiano me agarraron y me encadenaron: ''¿Quiénes sois?'', -le pregunté a su líder. ''Somos reclutas de la república de Génova. Os hallais en la isla de Lesbos y os llevamos a una celda en la ciudad de Mitilene. Confesareis vuestros planes de asesinar al gobernador de la isla junto a tus seis compañeros turcos.'' Después de que me explicara, me asestó un gran golpe en la cabeza, desmayándome así.

Me desperté y sólo vi oscuridad, pasé alrededor de cinco horas en la celda. Recordé también a aquella hermosa chica que contemplé en la playa. También recordé mi infacia y lo torpe que era cortejando a niñas que tenían mi edad.

''¡Hora de salir, rata otomana!'', dijo el capitán italiano que me atizó antes. Nos alejamos de la celda al palacio del gobernador local, junto a mí había seis hombres, que parecían arábigos. ''Soy Raffaele Spinola, gobernador de esta isla. Puesto al cargo del cabeza de la república de Génova Pietro de Campofregoso'', -dijo el anciano líder. Mientras, su capitán, el hombre que me golpeó, le contaba los hechos que él creía ocurridos. Yo me fijaba en la sala y sus alrederores y me fijé sorprendido en quién estaba detrás de Raffaele. Se trataba de la bella mujer que había visto nada más despertarme en la playa.

''¿Por qué miras a mi hija con tanto anhelo, sarraceno?'', -dijo Raffaele. ''Mi señor, no soy sarraceno. Me confundes con estos hombres. Soy un hombre griego, y uno de los grandes comandantes exiliados del Imperio Bizantino'', -le respondí y a continuación le narré mi historia. El hombre se compadeció de mí y quisó invitarme a un banquete que se celebraba en una hora: ''Encarcelad a los demás'', -dijo su agresivo comandante llamado Niccolò Lomellini.

En la comida, a la cual asistieron más de quince nobles y clérigos que me ojeaban con odio y envidia, también estaba aquella extraña bella joven, que me observaba con aquellas esmeraldas que tenía por ojos ''Muy bien Theodoro'', -dijo Raffaele, ''debido a tu prestigio y fama quiero que elijas dos obsequios que pueda entregarte''. A lo que un clérigo replicó: ''¡Pero señor, no podemos permitir que un hereje ortodoxo sea tratado así!''. El gobernador frunció el ceño y le ordenó retirarse de la comida e ir a rezar dos padrenuestros y tres ave marías.

''Lo primero, noble alcalde de Mitilene, solicito un escuadrón de cincuenta hombres. Necesito ir a Anatolia e iniciar la conquista de Constantinopla poco a poco'', -alegué. A lo que él respondió: ''También te dejaré tres brulotes* para que puedas cruzar el mar''.

''Lo segundo es que me gustaría que me diérais la gema que portaba conmigo y mi mandoble, y si fuera posible una nueva coraza'', -le solicité amablemente, a lo que él aceptó.

Quedé en reunirme con los soldados a las ocho de la mañana en el puerto de Mitilene. El comandante de la isla, Niccolò, me arrojó la coraza y mis pertenencias al suelo y me miró con aires de superioridad. ''Recógela del suelo ahora mismo'', -le imperé. A lo que él contestó escupiendo encima de ellas. Súbitamente me lancé sobre él y le asesté golpes abocajarro: ''¡Está bien!'', -vociferó como un crio. Temblando recogió mis cosas, hice una finta de ataque a la que respondió con un grito. Lo que tenía seguro es que no volvería a molestar. Eso pensaba entre risas.

Por la tarde, salí a dar un paseo por la playa y, para mi sorpresa, me encontré con ella. Rápida y sigilosamente me acerqué y le toqué la espalda. Se dio la vuelta y me lanzó una sonrisa: ''¿Quién eres?'', -le pregunté, ''antes no respondiste a mi pregunta''. ''Soy Lucrezia Spinola, hija de Raffaele'', -respondió con su voz dulce y aguda, ''tienes algo especial, lo presiento. Tu destino promete, estoy enamorada de ti, pero tu sino está en otra mujer. Ella reside más allá de un gran mar, para ello tienes que evitar a todas las mujeres que se pongan en tu camino'', -dijo con una lágrima en los ojos . Yo la besé y antes de que abriera la boca marché; asumiendo así mi destino.






Marcha BizantinaWhere stories live. Discover now