4.- Naxos

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Sábado, 10 de junio de 1453, Naxos

Desembarcamos en el bullicioso puerto. Los griegos de aquella isla estaban sujetos a las leyes de los venecianos. Naxos fue declarado ducado dos siglos antes, pero ellos sólo querían conseguir las riquezas de la isla, cosa que a los nativos no les gustaba. Nada más salir del puerto entramos en el ágora*, dónde había un gran círculo de personas y en el centro una vestida de negro. ''¿Quién es?, -le pregunté a una campesina. ''Es el inquisidor Paolo Schiavon, y se dispone a ahorcar a tres herejes'', -añadió. Observé las sogas de la horca y a los tres ''herejes'' ¡y me di cuenta de que el del medio era mi hermano Niko!, rápidamente mis pocos soldados y yo desenvainamos las espadas y cargamos contra los clérigos de la ''Santa Inquisición'', enviándolos a algún lugar peor que el infierno. ''¡Theo!'', -dijo sorprendido mi hermano. ''¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás en Creta?'', -le contesté airado. ''Hermano, Creta ha caído en manos otomanas...'', -dijo con los ojos cerrados. En ese momento entendí que todos en mi familia habían sido asesinados; contuve las lágrimas, pues si lloraba mis hombres me perderían el respeto y yo mi autoridad. ''Solo quedas tú, ¿verdad?''. ''No, -respondió Nikolais, ''también queda Filipo, pero desconozco su paradero''. Al instante un escuadrón del duque bajó corriendo hacia la plaza, mandé a Niko al dromón. ''¡Soldados, formad una falange!. Rápidamente obedecieron mis órdenes mientras la plebe huía aterrorizada; así pues, veinticinco soldados se colocaron en primera línea y los veinticinco restantes apoyaron con sus alabardas mientras yo los comandaba.

Los venecianos contaban con algo extraño para nosotros, arcabuzas, pero disponían de poca pólvora, por tanto sólo derribaron a veinte de mis hombres. Cuando sus piqueros llegaban, nosotros cargamos y les derrotamos.Los restantes huyeron al palacio.

Poco después, los ciudadanos de Naxos salieron de sus casa y nos apoyaron; nos otorgaron antiguos sifones que utilizaban nuestros antepasados bizantinos, con un buen uso, puede ser sin duda más mortífera que la arcabuza.

Pasamos la noche en hogares que nos habían ofrecido los nativos, pero yo salí a pasear y subí a lo alto de un templo en ruinas, un templo pagano, de aquellos antiguos dioses en los que se creían en épocas lejanas. Me senté en el acantilado, observando la caída del sol mientras me quedaba dormido. Cuando desperté el templo estaba construído. Me quedé perplejo; entré en el oscuro templo y contemplé una figura de un hombre con una túnica, tenía un brillo especial en la cabeza, cabellos rubios y una corona de laurel; parecía estar cantando y tocando una lira. Permanecí atónito escuchando su hermosa voz durante cinco minutos, cuando paró se dio la vuelta y dijo: ''Bienvenido, Theodoro Conmeno''. A lo que yo respondí: ''El templo, ¿no eran solamente escombros?''. Él se empezó a reir y respondió: ''Soy Apolo, dios del Sol, la música y de otros atributos; escúchame joven, el destino te ha sonreído, pues eres el futuro de la que será una gran nación; aunque debes superar numerosos obstáculos; entre ellos amores y rivalidades''. Yo empecé a soltar carcajadas, a cada cual más fuerte y finalmente le contesté: ''Pues si tan dios eres haz un milagro o una acción divina''. Él masculló algo entre dientes y súbitamente se le empezaron a iluminar las manos, seguidas de todo el cuerpo y dijo airado: ''Escúchame soldadito, esto no es ninguna broma, los dioses olímpicos hemos estado desaparecidos durante algo más de un milenio, pero tu destino tiene algo que cambiará todo; el ''Dios'' que habeís estado adorando, no es más que una mera mezcla de todos los dioses existentes. Sigue mis consejos, pues serás un héroe que supere a todos aquellos del pasado''.

''Está bien'', -respondí serio, ''cuéntame qué debo hacer''. En ese momento cuando el dios iba a abrir la boca me desperté. Un soldado de mi regimiento me estaba llamando. Antes de escucharle miré a mi alrededor y vi el templo en ruinas: ''Sólo ha sido un sueño'', -pensé. ''¡Mi señor, mi señor!, los venecianos atacan la ciudad están quemándolo todo'', -exclamó el soldado; ''Respondamos con los sifones de fuego'', -constesté pensando en los lanzallamas que nos habían ofrecido los isleños.

Nos reunimos en el ágora los diez soldados que quedaban y yo y cogimos los seis sifones, los soldados sin sifones se encargaron de protegernos las espaldas, quemamos a todos los venecianos que encontramos y reclamamos la isla en nombre del Imperio, ayudamos a la gente a apagar el fuego de las casas y coreaban mi nombre al enterarse de que les habíamos salvado.

De regreso a Constantinopla, en el dromón, estuve pensando en aquel sueño tan extraño que me erizaba los pelos.

*Plaza para los griegos; Foro para los romanos.







Marcha BizantinaWhere stories live. Discover now