Capítulo 11

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Llegar al hotel, me abrumó. Me sentí como una pequeña rana en un estanque con agua mohosa. El papá de Koen tenía razón, había tres periodistas en la entrada de la casa, bueno, en el cancel que dividía el terreno de la casa, con la calle.

Nos siguieron, y trataron de tomarnos fotografías desde sus automóviles y motocicleta, pero no lo lograron, ya que la limusina tenía las ventanas polarizadas. Todo el camino, Koen me tomó de la mano, y yo me replanteaba todas mis decisiones. Quizá debí hacerle caso a Luciano y alejarme de Koen. ¡No! Solo tenía miedo, eso era todo.

Debía aceptar lo que sentía, pero era difícil, mi vida no era un espectáculo, yo solo quería vivir sin preocuparme porque la gente tomaría fotografías de lo que estaba por hacer. Abracé el miedo, como si fuera un bebe pequeño que tenía hambre, y bajamos.

La entrada dorada me cegaba más que las luces de las cámaras de los demás periodistas que ya estaban ahí. Primero bajaron los padres, después nosotros. En cuanto Koen puso pie en la alfombra que nos guiaba a las puertas, las cámaras giraron a él, y a mí, y dejé de ver.

Koen apretó con fuerza mi mano, y me guio, bajé la mirada, no podía mantenerme firme ante las luces que querían arrancarme la retina de los ojos. Los gritos de los periodistas me hacían sentir en el infierno, como si sus voces fueran picas que me atravesaban las orejas. Subí mi vista cuando llegamos a los escalones, Zazu llegó a mi lado, mi amiga me sonrió, mientras Cora se posicionaba a un lado de su hermano. Los cuatro entramos. Las puertas se cerraron.

Volteé a la noche estrellada falsa que acabábamos de dejar. Los periodistas seguían en su tortura, donde trataban de tener fotos de cerca de Koen, y sus nudillos dañados. Regresé al camino tranquilo. Un mozo nos recibió, lo seguimos. A cada paso que dábamos, me empezaba a sentir como una serpiente marina en tierra. La música sonaba de fondo, no era clásica, pero tampoco tenía letra, era una melodía vacía, que llenaba el espacio entre las personalidades falsas de las personas.

Toda la gente sonreía a Koen y a sus padres, nos estrechaban la mano como si fuéramos amigos de antaño, pero yo era una extraña que no encajaba con sus sonrisas espectaculares. Quizá solo era mi ansiedad que me hacía rechazar ese mundo, y que no me hacía creer merecedora de ese círculo de vida.

El mozo nos sentó en una mesa redonda cerca de un podio. En la mesa, Koen al fin me soltó, él se sentó a mi lado izquierdo y Zazu al derecho. Cora se puso del lado libre de Zazu, y los padres de Koen frente a nosotros. El mantel era blanco, y sequé de manera deliberada mis manos sudorosas en este sin que nadie me viera.

El salón era enorme, a lo que escuché de la gente que cuchicheaba en todos los rincones posibles del lugar, habíamos más de trescientos asistentes. Al igual que un par de personas de medios periodísticos para cubrir la nota sobre el premio al señor José.

Vi al techo, candelabros colgaban, y conectados a estos había guirnaldas que unían todas las luces del salón. Incluso, tela blanca caía de las paredes, y el logo de la empresa automotriz adornaba toda la sala, además, el logo estaba en los vasos y las copas de vino.

El bullicio era extraño, era como si estuviera en la graduación de la preparatoria de nuevo, solo que está vez no caería inconsciente en el baño. Zazu me tomó la mano, y la vi morderse el labio como si ese fuera la única fuente de comida que existiera.

Ah.

— ¿Buscas a tu papá? —le pregunté, y la purpurina de sus ojos pareció querer comerme—. Podemos buscarlo si quieres.

—No, está bien, me mandó mensaje y me dijo que estaba por entrar.

―Bueno, solo sé paciente, ya llegará, y hablarán, además, no fue tu culpa aparecer en los videos ― traté de calmarla, mi amiga seguía brincando en su silla―. Fue de Luciano, recuérdalo.

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