—Está bien—digo.

—Además, fui yo quien te dijo que saliéramos hoy, ¿no? —Me mira con una sonrisa coqueta, alzando levemente las cejas— Y ambos sabemos qué queremos luego de la cita.

Ay, santa madre de dios, gracias por las mujeres. Gracias por las mujeres como Lucía que no se están con rodeos. Una voz más dulce me saca de mis pensamientos:

Pregúntele que hizo ayer directamente—dice Adela.

Me doy cuenta de que tiene una voz linda. Tersa... si es que las voces pueden ser tersas.

—Y... —digo rascándome la nuca—, ¿qué estuviste haciendo ayer?

Ella mira uno de los vitrales.

—Trabajé—murmura.

—Oh...

—¿Qué hiciste tú, Pablo?—pregunta volviendo la vista hacia mí.

Diablos, no preparé mi coartada.

—Pues nada, estuve aprovechando el día libre en casa. La verdad de las cosas es que no hice nada.

—¿Entonces, estás descansado para lo que viene luego de la cita?

Madre mía, ¿por qué estaba yo aquí?

Sonrío y asiento, atontado. Si me voy con Lucía luego de la cita a disfrutar, será por un propósito meramente investigativo.

Adela tose en mi oído y, entonces, sacudo levemente la cabeza.

—Entonces, ¿tienes un trabajo aparte de la tienda?

Ella asiente con el ceño ligeramente fruncido.

—Sí. Hago recepciones de envíos, a veces.

Escucho a Adela murmurar: "recepciones de envíos".

—¿Y de qué se trata eso?

Ella sonríe, y se encoge de hombros.

—Eres muy curioso, ¿sabías? Pero se trata de envíos que recibo, independiente de lo que sea, y debo despacharlos a diferentes partes.

—¿Eres como una especie de cartero?

Lucía ríe otra vez.

—Sí, algo así.

Pregúntale de qué tipo—dice Adela.

—¿De qué tipo?

—Pues... —dice— Lencería.

Abro los ojos.

¿Y si Adela estaba equivocada?

—Está muy bien generar más dinero—murmuro, incómodo.

La mesera (que está guapa) llega hasta nuestra mesa otra vez.

—¿Todo bien con sus cafés?

Ambos asentimos. Antes de irse se da vuelta y observa a Lucía.

—El hombre que está allá se llama Gaspar—le dice, apuntando al maldito adonis al que espero que se le quiebre la nariz—. Dice que no le va a dar su número, porque no le gusta perder el tiempo.

Entonces, sonríe triunfante y se va. Lucía se pasa la lengua por los dientes.

Adela se ríe en mi oído y murmura: "Esa chica me cae demasiado bien" y pienso que somos dos.

—Eh, iré al baño. Vuelvo en un momento—le digo a Lucía.

Ella asiente tranquila, y camino casi corriendo hasta el baño de los hombres.

Me pongo frente al espejo y me desabrocho el primer botón de la camisa que llevo.

—Esto no está funcionando—le digo a Adela, esperando que me escuche.

Claro que sí. Está cambiando las cosas, si no se ha dado cuenta. ¿Recepción de envíos? ¿No será recepción de dinero robado?

—Puede ser. Me cuesta leer entre líneas—digo.

Un anciano entra al baño y me observa hablando solo. Hago una mueca y le apunto el móvil para que crea que uso el manos-libre. Él rueda los ojos y entra a uno de los baños murmurando algo sobre la juventud de hoy en día.

—Tenga en cuenta que será lento, Pablo. Tomémonos las cosas con calma. El verdadero plan para hoy es que ella confíe en usted. ¿Está bien?

—¿Y tú confías en mí?—digo mirando mi reflejo en el espejo.

Le confiaría mi vida—dice con mucha seguridad.

Veo que mi reflejo sonríe con su respuesta. Es una sonrisa real.

—Gracias, Adela. Volveré a la carga, entonces—le digo y salgo del baño a grandes zancadas.

Como que me llamo Pablo Castañeda que vamos a desenmascarar a Lucía.

(Para entender el crossover, lea El Despeñadero de los Sueños").

Pablo y Adela [EN EDICIÓN]Waar verhalen tot leven komen. Ontdek het nu