Llegamos a un parque, donde Kellin compró algodón de azúcar y nos sentamos en el pasto. Era un buen rato. Estuvimos en silencio por minutos, solo observábamos a la gente caminando cerca, las parejas estúpidas hablándose con gestos extraños y los niños brincando por ahí.

-Oye, Heather... -articuló mirando hacia el frente con la mirada perdida-

-¿Si? –Pregunté intentando mirarlo a los ojos confundida probando el último bocado de aquel veneno para diabéticos.-

Me miró y posó su mirada en el suelo después, guardando silencio. Seguí mirándolo tercamente.

-No, no, no lo entenderás, lo siento. –Dijo escondiendo sus verdes orbes entre sus manos-

-ok –respondí desconcertada retirando la mano del rostro de mi amigo para notar el escarlata de sus mejillas. Reí negando con la cabeza mientras su vergüenza ponía su rostro aún más colorado.

Luego de un rato incómodamente silencioso, Kellin se fue a comprar algo, no lo acompañé porque tal vez quería estar solo. Trajo consigo un par de paletas con sabor a lulo cuando regresó. No quería mirarme a los ojos y eso era extraño. Recibí la chuchería probando su sabor ácido y agresivamente alucinante olvidándome del momento por completo, porque esa cosa sí que sabía bien.

Observábamos el espacio detalladamente, nuestros ojos bailaban por todas partes al mismo tiempo que el viento comenzaba a despeinarnos el cabello. El cielo parcialmente oscuro revelaba la vejez del día. Yo ya quería irme a casa.

Sin pronunciar palabra, observé a Kellin con el rabillo de mis ojos, para mi infortunio giró su rostro buscando a mis ojos. De pronto, tomó mi mano y me atrajo hacia el sonriendo nervioso. El pobre temblaba y yo no entendía nada. Tuve miedo.

Dejé que me besara. Aun no sé por qué, no estaba ebria. Y los caramelos de frutas tropicales no podrían causar esos efectos, ni tampoco el algodón de azúcar. Cerré los ojos tratando de conseguir concentración, pero me fue particularmente imposible lograrlo. Mi mente trajo millones de recuerdos de Oliver a mi cabeza. Intenté imaginar que esos labios eran los suyos, intente disfrutarlo, pero no podía sentir lo mismo. Me sentí estúpida, de hecho.

-No te imaginas como he esperado este momento. –susurró. Quise morir, porque odiaba lo que le estaba haciendo. Lo estaba dañando, y él no era el culpable.-

No respondí, Kellin se incomodó y desvió su mirada al suelo. De manera que solo podía ver su cabello. Mis ojos se llenaron de lágrimas disminuyendo mi capacidad visual. Imité su acción, mirando hacia un lado el suelo.

-Heather yo... ¿Heather? –frunció el ceño observando las lágrimas que estallaban entre mis parpados- ¿por qué lloras? –preguntó asustado-

-Los siento, Kellin, lo siento mucho. De verdad, no quise lastimarte. –hablé en un hilo de voz entrecortada.-

-¿Qué? –Titubeó con los ojos bien abiertos y abarrotados de angustia-

-Kellin, yo no... no quiero que hagas esto otra vez. –Suspiré- E-es Oliver. –Dije mirando hacia la nada.- Su estado de ánimo empeoró como un cáncer empeora con el tiempo. La desilusión estaba ahí, casi podía palparla.

-No pasa nada, e-estoy bien, no haré nada más. L-lo siento. –sonrió temblorosa y melancólicamente.-

-Gracias Kell.-me lancé a abrazarlo y sonrió.-

-Te quiero. –Mencionó sorbiendo su nariz-

-yo a ti. –respondí-

Nos separamos demasiado rápido, pasé mi vista alrededor y divisé un perro que s eme hacia muy familiar. Si, era Oskar, y era de una tal Alysha, ella se fue de viaje por unos días y le pidió a mi hermano que se lo cuidara. Pero quien lo llevaba no era una chica.

Y si lo era, tal vez no era muy femenina.

Me tensé cuando empecé a considerar que los caramelos y el algodón si tenían algo parecido al alcohol, creí estar alucinando.

Estaba vestido de negro casi completamente. Llevaba un abrigo abierto que dejaba ver el borde posterior de su playera color celeste. Murmuré un montón de palabrotas al enterarme.

No vi su rostro, estaba de espaldas y tapaba su cabeza con la capucha del oscuro abrigo. Pero si reconocí los tatuajes de sus manos.

Kellin notó mi tensión y volteó a ver a la dirección a la que yo miraba, luego suspiró apartando su rostro del alcance de mis ojos. Se encontró después con una silenciosa batalla entre los dedos de sus manos que se enredaban por culpa del nerviosismo.

Rogué porque Oliver no volteara a mirar. Fingí que mi vista nunca pasó por su figura e intente concentrarme en cualquier otra cosa.

-¿Estas bien? –preguntó Kellin rompiendo con su inquietud y su desesperación. Tomó mi mano y de inmediato miré a Oliver para asegurarme de que no haya visto eso. Me encontré con sus ojos. Apreté la mano de Kellin mirando hacia el suelo y reprimiendo las lágrimas.

Oliver me miraba con una seriedad impresionante, finalmente, nos dio la espalda en tan solo segundos. Tomó la correa de Oskar –que corría felizmente por el parque hace tan solo minutos- la puso alrededor de su cuello y se marchó.

-Quiero irme de aquí. –pedí con la mirada perdida. –Kellin me abrazó y acaricio mi cabeza. Lo aparté de inmediato porque sabía que eso lo arruinaría mucho mas.

-N-no. –susurré-

-Ya no llores. –Dijo enganchando sus dos manos mirando hacia el pavimento- ¡No quiero que llores! –Habló frunciendo el ceño-

Se puso de pie impaciente y me extendió su mano para que lo acompañara, cuestioné un poco el hacerlo pero no quise rechazarlo.

[...]

Hold Me Close, Don't Let Go. -Oliver Sykes-Where stories live. Discover now