13.- Capitulo trece

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El día anterior había sido agotador y ahora los dos se encontraban expectantes por los días venideros, se encontraban cansados de los obstáculos que día con día se encontraban, cada mañana despertaban con algún cambio desfavorable nuevo y ambos se encontraban cansados de eso.

Viktor aún esperaba la llegada de sus padres. Con el retraso de Frederick que aún no llegaba de su viaje, mover a Alina de su casa hacía algún lugar seguro no fue fácil, al final el Dr. Otto había aceptado esconder a Alina en su casa nuevamente mientras que los padres de Viktor aun estuvieran por ahí.

El traslado de la joven no fue sencillo, y mucho menos con Gibbs merodeando por ahí, tratando de encontrar algo con lo cual culpar a Viktor de traición. Viktor aun sentía el odio hacia Gibbs, pero había decidido dejarlo pasar por un tiempo mientras sus padres estuvieran cerca. El simple hecho de verlo todos los días con su sonrisa arrogante ponía a Viktor con los nervios de punta, y hacía que las ganas por matarlo aumentaran considerablemente.

Eran las ocho de la mañana y Viktor ya llevaba varias horas en el campo, últimamente se la pasaba ahí, vigilando a Gibbs, y evitando la soledad que se sentía en su casa sin su compañera.

Apartó el registro de muertes y fue a servirse un vaso con licor, estaba por sentarse de nuevo cuando tocaron a su puerta:

¡Heil Hitler! —lo saludó un oficial al entrar— Standartenführer, el Brigadeführer Kleiber acaba de llegar de recoger a sus padres. ¿Necesita que lo haga pasar?

No tenía nada de ganas de saber nada sobre sus padres, pero sabía que tenía que interactuar normal.

—Hágalo pasar.

El Brigadeführer entró y explicó como estaban los señores Schultz, Viktor no preguntó más que lo esencial, aunque moría de ganas de ver a su madre, no podía negar que a su padre no le guardaba ningún sentimiento favorecedor. Dudaba en como actuaria cuando los tuviera frente a frente.

Su reputación consistía en dejarlo ver como alguien despiadado, cruel y sin sentimientos, no podía echar todo a perder por mostrarse desesperado por saber de su madre.

La mañana se fue rápido y Viktor no encontró más pretextos para quedarse y evitar encontrarse con Gibbs y con su padre.

Eran las doce del mediodía y supo que era hora de irse, mandó a buscar a Gibbs.

Cuando llegó Gibbs, Viktor anunció su partida.

—Disfruta el día con tus padres.

—Claro, muchas gracias. —dijo Viktor con un pie en la salida

—Espero y acepten gustosos la invitación para cenar en mi casa el día de hoy, por favor hazles llegar a tus padres esta cordial invitación y los espero en mi residencia esta noche. —sin esperar una afirmación por parte de Viktor, Gibbs se retiró.

El maldito día no tenía para cuando mejorar, pensó el oficial, esperaba que sus padres encontraran alguna excusa para no ir y así poder mandarle una nota de disculpas a Gibbs.



Llegó a su casa en poco tiempo. Sus padres habían escuchado el auto y decidieron esperarlo afuera. Cuando el joven Standartenführer descendió del carro, su madre corrió a envolverlo en sus brazos, Viktor se lo devolvió con amor y devoción.

—Hola, cariño.

—Hola, mamá— respondió Viktor con cariño.

Su padre lo saludó con el riguroso saludo nazi y Viktor con pesar se lo devolvió. Aún y con el rencor que Viktor sentía por su padre no pudo no conmoverse al ver la mirada de orgullo de él al verlo con su uniforme y su insignia de Standartenführer. Pasaron a la casa y conforme pasaban las horas los sentimientos que Viktor sentía por su padre se desvanecía y el amor que antes profesaba por él se restablecía. Comieron entre risas y anécdotas.

El sol comenzaba a meterse cuando el teléfono sonó, su madre que se encontraba en el salón y por lo tanto se encontraba más cerca del aparato, contestó. Viktor no pudo escuchar quien hablaba, porque su padre lo mantenía ocupado platicando.

Su madre llegó al comedor con una sonrisa, y dijo;

—¿Quién era? —preguntó Viktor.

—¡Oh, cariño! Habló el Standartenführer Gibbs, para confirmar nuestra asistencia en su casa esta noche. Con toda la charla que te hemos sacado, se te debió olvidar comunicarnos su invitación, pero he confirmado en tú nombre.

A Viktor se le borró enseguida la sonrisa. Sus padres se levantaron y fueron a cambiarse de ropa para la cena, ¿Cómo se le había olvidado la maldita cena? Y ¿Qué pretendía Gibbs al invitarlos a su casa?

Fue hasta el salón en busca del teléfono, marcó el número escrito en su agenda y esperó.

—¿Hola? —preguntó el Dr. Otto Schneider al otro lado de la línea.

—Hola, Otto, ¿puedes poner a Alina al teléfono un segundo? —preguntó Viktor, volviendo la vista cada poco segundo para ver que ninguno de sus padres bajara.

—Espera.

Los segundos pasaron.

—¿Hola? —Su corazón se paró un segundo al escuchar su voz.

Püppchen. —Soltó Viktor junto con un suspiro.

—¿Pasa algo, Viktor? —Preguntó Alina con angustia.

—Nada Püppchen, solo quería escucharte, saber que estas bien.

—Estoy bien, el Dr. Schneider es muy amable.

—Te extraño Alina.

—Yo también te extraño, ¿Cuánto tiempo se quedaran tus padres?

—Solo unos días.

Se mantuvieron en silencio unos segundos, a ninguno de los dos se les ocurría decir nada. Viktor escuchó la voz de su madre y supo que tenía que colgar. Suspiró antes de despedirse.

—Me tengo que ir. No olvides que te amo Püppchen, te veré en unos días.

—Adiós, también te amo.

Su madre llegó justo en el momento que colgaba.



Arribaron a la casa de Gibbs a las siete y media y este los esperaba en la entrada con su despreciable sonrisa sobre su cara.

Desde su llegada, Gibbs se mostró inusualmente amable, halagaba en cada oportunidad a Ebba, la madre de Viktor. En menos de dos horas sus padres ya adoraban al hombre que más odiaba su hijo.

—Herman, ¿no ha pensado en ocupar un puesto en el Reich? Seguro que un seguidor como tú, seria aceptado sin dificultad. —le preguntó Gibbs al padre de Viktor.

—¡Oh! No, yo ya estoy muy viejo, el honor de pertenecer al Reich es solo de mi hijo. —contestó orgulloso su padre.

Herman y Gibbs continuaron su plática en el comedor, mientras Ebba y él tomaban un trago en el salón. Su madre, se excusó para ir al tocador. Viktor la esperaba cuando escuchó la plática que mantenían en el comedor.

—Si, Alina era su nombre, pero claro nosotros como buenos alemanes prohibimos esa relación. Viktor con el tiempo entendió que no eran la misma clase de gente y se alejó alegremente de ella.

—¿Y estas seguro que la olvidó? —le preguntó Gibbs.

—Claro que sí, mi hijo jamás estaría enamorado de una judía. —Y así todo el amor que había vuelto a sentir por su padre, desapareció de nuevo en un segundo.

 —Y así todo el amor que había vuelto a sentir por su padre, desapareció de nuevo en un segundo

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En el corazón de un AlemánDonde viven las historias. Descúbrelo ahora