2. Decisiones inoportunas

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Capítulo 02: Decisiones inoportunas.

Miro de reojo al mesero que se aleja con nuestros platos vacíos que contenían postre de pastel de chocolate. No me dio ningún remordimiento comer una deliciosa rebanada de ese manjar, más adelante estaría como una ballena y no necesariamente por comer como desesperada, sino por algo más problemático que incluye pañales.

Analizo a las personas que se encuentran en el restaurant y algunos poco en el bar embriagándose en sus propios dolores vivenciales. En otros tiempos yo era una chica cuya motivación era ahogar sus problemas en ron, tequila, wiski (entre otras sustancias alcohólicas). Afortunadamente salí de ahí antes de que mi gusto se volviera una adicción de mala cordura. Aunque estuve demasiado cercas de no encontrar el final para saciar mi pena y dolor. Con las adicciones pasa que un poco no es suficiente, siempre tienes que tomar hasta lo último y más.

Muevo mis piernas por debajo de la mesa, me distraigo de mi acompañante. Las palmas de mis manos me sudan, gracias a los nervios de la noticia que se aproximaba a explotar en los campos de fuerza de Afganistán (no literalmente). No paro de recitarme una y otra vez que tendría que decirle a Max lo que he venido ocultándole desde hace una semana. Cuando agarraba el valor necesario se me inflamaba el pecho, entonces él me interrumpía con otra de sus historias increíbles durante el día, y Dios sabe que él puede ser muy hablador cuando se lo propone. Pero ya no lo podía posponer más, ya era bastante tiempo guardando el secreto. Además estábamos viviendo una cena hermosa y romántica, como de esas disfrutábamos cada vez al mes por nuestros trabajos y contratiempos. Él es encantador y adulador; constantemente me está haciendo reír. Sería la cereza del pastel contarle lo de nuestro hijo.

Max me gusta por su manera de vestir. Hay algo en sus trajes que me vuelven completamente loca. La segunda vez que lo vi —después de que dejó pasar 6 meses de nuestro encuentro en el club gay— portaba un fabuloso traje color gris con corbata roja, calzando unos mocasines negros, y entonces se presentó en el pórtico de mi casa. Ahí mismo, sin miedo al rechazo que vendría en consiguiente, me invitó a salir. Puede que en ese tiempo estaba retirada de los hombres, pero no me pasó desapercibido su galantería ¡y que usaba un traje! Pero, tan perfecto como era en físico y vestimenta, le dije que se subiera a su auto y me dejara en paz porque no tenía intención de acercarme a ningún hombre jamás. Lo de dejarme tranquila no funciono. Tengo la prueba en mi vientre que nos conectamos muy bien.

—¿Cariño? —lo interrumpí bruscamente cortando su siguiente oración. Era claro que no estaba prestando atención a lo que me decía hace ya un largo tiempo.

Rápidamente me prestó atención por la seriedad de mi voz. — ¿Qué sucede, nena?

Mis dedos tamborilearon la mesa, encontrando una acción en la cual distraerme. Me hice de valor y fui al grano. Sigo detestando la anticipación. —Ayer confirme algo que tenía hace una semana preguntándome.

Sus cejas se surcan y deja la copa de vino en la mesa. Si él hubiera resultado un poco más observador, hubiera notado que yo no pedí vino y en cambio tomaba agua, y con eso ya hubiera tenido sospechas de lo que le tendría que decir. Pero nada. — ¿Qué es eso?

Me están matando sus ojos verdes cuando me mira con tanta profundidad y atención.

Hay muchas clases de verdes. Está el verde olivo, el verde pasto, el verde moco, el verde esmeralda, el verde rubí y, mi favorito, el verde Max. El verde Max es cristalino e igual de oscuro que un pino, pero con la claridad de un diamante.

Totalmente quiero que nuestro hijo tenga sus ojos. Existe muchas probabilidades de aquí así sea, porque ambos los tenemos verdes pero los míos son diferentes.

Walking on the mark » Justin Bieber (#2 TPLIM)Where stories live. Discover now