—¿Estás bien...? —Asentí, aunque me di cuenta de que no podía verme. —Lauren, ¿estás mirándome las tetas?

—Uhm... —Me rasqué la nuca, y ella soltó una suave risa cogiéndome del bajo de mi camiseta.

—¿En qué piensas? —Entreabrí los labios balbuceando un poco, y Camila volvía a tirar de mí, pegándome totalmente a ella. —Vamos.

—¿Q—Qué? —Ella sonreía, pasándose la lengua por el labio inferior.

—Vamos, dime qué se te está pasando por la cabeza al verme. —La imagen de Camila con la camisa entreabierta, mostrando el sujetador blanco manchado de tomate, justo como estaba esa parte de su piel.

—Que... Tus... Digo... Estás mojada, ¡¡manchada!! Manchada, estás manchada, de tomate y... —Agaché la cabeza besando su cuello, aunque al instante paré. No sabía si la estaba incomodando, no sabía si ella quería eso, o sólo quería que le dijese lo que pensaba.

—¿Por qué paras? —Tiro del cuello de mi camiseta, acercándome a sus labios con una sonrisa algo lasciva. —Soy ciega, pero una persona normal, ¿sabes?

—L—Lo siento, yo... —No estaba siendo así por ella, estaba siendo así por mí. Ese tipo de cosas me ponían nerviosa, y más si la tenía a ella delante. —Me ponen nerviosa estas cosas, no es porque seas así.

—No vamos a hacer nada, sólo... Tranquilízate. Así que... —Volví a besarla lentamente, quitando su camisa y dejándola caer al suelo por los hombros, bajando las manos por su cintura y mordiendo sus labios un poco, algo suave, provocando una sonrisa en sus labios. Bajé los besos por su cuello, lentamente, aunque sólo eran besos superficiales. Decidí sacar un poco la lengua y deslizarla por su piel lentamente, como si la estuviera besando a ella. Lento, suave, húmedo, retorciendo mi lengua sobre el cuello de la latina, deslizándome hasta llegar a sus clavículas. Las besé, las mordí con cuidado, con sutileza, mojándolas bajo mis labios.

Una vez empecé, no quería parar, quería besar cada centímetro de su piel, quería hacer que ella sintiese, que volviese a sentir algo por primera vez, que volviese a sentir conmigo.

Cuando me quise dar cuenta, tenía la boca entre sus pechos y a Camila no parecía importarle, porque su mano estaba puesta en mi mejilla, acariciándome lentamente. Mi lengua recorría la piel de sus pechos por encima del sujetador, llevándome el tomate en la lengua.

—Laur... —Tiró de mi mano un poco, caminando hacia la cama hasta topar con el colchón. Retiré el cartón de pizza poniéndolo encima de la mesa, aunque justo cuando Camila notó que estaba a su lado, tiró de mi camiseta para tumbarse en la cama, arrastrándose hasta la almohada, y me coloqué encima de ella apartándole el pelo de la cara.

Los besos se hicieron lentos, profundos, húmedos, con nuestras lenguas saliendo lentamente de nuestras bocas para hundirse en la de la otra, y luego fundirse entre ellas.

—Laur... —Escuché su voz, y levanté la cabeza de forma repentina, mirándola. Ella permanecía con los ojos cerrados y una sonrisa débil en su rostro.

—¿Quieres que pare? —Ella asintió, por su mueca, parecía no estar muy cómoda con aquella situación que había llegado demasiado lejos. Como ella bien me advirtió, no íbamos a llegar a nada.

—Lo siento, no quería incomodarte. —Dije apartándome de encima de ella, que negó un poco sonriendo.

—No, no me incomodas. Sólo... Quiero esperar un poco más. —Pero yo no podía reaccionar, porque Camila estaba en sujetador delante de mí, haciendo que se me cayese la baba al mirarla, y ella ni siquiera lo sabía.

—Claro, claro. No hay problema. —Dije algo nerviosa, cogiendo de nuevo la caja de pizza para darle un mordisco enorme al trozo que estaba comiendo y así evitar tener que hablar del tema, porque para mí sí que era complicado después de haberme calentado de aquella manera.

—Ven. —Buscó mi brazo arrastrando la mano por la cama hasta encontrar la mía, y tiró un poco. Dejé el cartón de nuevo en la mesa y me acomodé a su lado. —Tenemos que aprovechar hasta que tu abuela vuelva.

—Tendremos que buscarnos otro sitio para nosotras, ¿no crees? —Camila no respondió, simplemente me abrazó un poco más fuerte escondiendo la cabeza en mi pecho.

Su sitio estaba conmigo.

* * *

—¿Dónde cojones estabas? —Escuché gritar a mi padre mientras pasaba por delante de la cocina. —Eh, eh, ¿dónde vas? Ni un hola, ni nada. Entras y ya. —Suspiré soltando la mochila en el suelo, mirando a mis hermanos y a mis padres comer.

—Hola. —Dije con pesadez, mordiéndome la cara interior del labio. Quería subir a mi habitación cuanto antes, aquello de estar allí era un auténtico suplicio.

—¿Qué has sacado en el examen de biología? —Preguntó mi madre con el tenedor en la mano, apuntándome.

—No la ha dado. —Respondí cogiendo la maleta de nuevo, y corrí para subir las escaleras.

—¡Sí! ¡Sí que la ha dado! ¡Deja de mentirnos a mí y a tu madre! —La voz de mi padre se clavaba en mi cabeza.

—Seguro que ha suspendido, si no estudia. —Mi hermano no sabía ni siquiera de qué hablaba. No, no había dado ninguna nota.

Las tardes en mi habitación se hacían eternas, sobre todo, porque no podía salir, no quería salir. Sentada en la cama con las piernas cruzadas y el portátil encima pasaba las tardes, reblogueando fotos en Tumblr y escuchando música. Esa tarde no fue menos.

Cada vez que escuchaba los pasos de mi padre junto a mi puerta se me encogía el corazón. Sólo abría la puerta para decirme que era una inútil, que cuándo me iba a dignar a terminar el último curso del instituto y entrar a una universidad, pero no, yo no quería hacer ingeniería o economía como él me quería imponer.

Abrí el portátil colocándome los cascos en cada uno de mis oídos, y ahí se acabó el mundo. La música sonaba tenue en mis oídos, pero yo sólo me centraba en eso. Abrí Tumblr, y vi unos cincuenta mensajes en la bandeja de entrada. ¿Qué mierdas? Siempre solía tener, pero no más de 15. Cuando tenía 16 solía hacer una fiesta. Abrí los mensajes, y todos eran sobre lo mucho que les gustaban mis fotos. Uno incluso me decía que quién era la modelo de las fotos, parecía muy natural.

Claro que era natural, ella no se estaba dando cuenta de que la fotografiaba en ese momento. Camila despertaba mi lado más creativo, y sin duda eso se veía reflejado en los comentarios de la gente y el los reblogs que las fotos tenían. Ya no sólo las de Camila, las de los bosques, las de Vancouver. Gente de la otra punta del mundo que me decía lo mucho que le gustaría estar ahí, gente que alababa los aspectos más técnicos de las fotografías, o gente que sólo quería decirme que les gustaba y ya está. También, los que pedían aún más fotos, y aún no podía creerme nada de eso.

¿De verdad eran tan buenas mis fotos? Sólo eran... Fotos. Nada más. No tenían nada de especial, yo sólo captaba los momentos que sucedían, no era tan difícil de hacer, cualquiera con una buena cámara podría hacerlo.

—¡Eh! —Los golpes fuertes de mi padre en la puerta me alertaron, di un pequeño bote en la cama y cerré el portátil tan rápido como pude. —Deja ya el maldito ordenador, todo el día con el puto ordenador. Eres una inútil, no sabes hacer nada. Vives en una pocilga, ¿qué vas a hacer cuando tu madre y yo muramos? ¿Vas a seguir esperando a que te hagamos las cosas? ¿Eh? Ponte a estudiar de una vez que es lo que tienes que hacer, deja ya la puta cámara y el puto ordenador y coge un libro. —Al salir dio un portazo que me hizo rebotar en la cama, con el corazón encogido, un nudo en la garganta y el pecho oprimido.

—Ya sé que soy inútil. —Susurré en voz baja, hundiéndome en la cama a punto de sollozar. —Todo el mundo lo sabe.


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