01. Shunki

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Si existiera la posibilidad de que una memoria sea golpeada repentinamente por recuerdos vívidos que creyeron ser disfrazados por el manto del olvido, entonces, es evidente que en el momento menos esperado una caja de pandora de indescifrable identidad se abre dispuesta a proyectar los secretos que carga dentro de ella. Es así como la memoria viaja en el momento donde peligra la consciencia que se lleva en ella, recorre en la remembranza de una vivencia que no tiene comienzo, ni tampoco un fin.

Los ojos se cierran lentamente y el oxígeno da una pausa, sus piernas dejan de correr cuando se deja descansar sobre la montaña de hojas; entonces jura que aquello único que ha de afirmar momentáneamente es de cómo su cuerpo se ha reservado dentro del angustiado y helado invierno, mientras su mente permanece en la auténtica primavera donde ha de suponer como sus sentimientos están obligados-una y otra vez-a florecer cuales pequeños capullos que pronto brotarán los más hermosos y coloridos pétalos.
Su adoración primaveral no es por el cálido clima, ni por la temporada de frescas lluvias que refrescan su memoria, tampoco es por el bello cerezo que adorna las viviendas, niega que por más sublime que sea el bello canto tan sutil de los colibríes por el mediodía, su linda primavera es sumamente particular.

Auténtica primavera que engulle sus huesos y le hace estremecer entre recuerdo y susodicho, cuanto admira entre suspiros imaginarios el calor que le apaña, aquél que calienta sus gélidas emociones. Recuerda haber trasladado a puño y letra que la obsesión propiamente dicha es aquella que acecha su estabilidad en casi una frenética persecución que ni se imaginaría en sus más tétricas pesadillas. El amante más romántico e ingenuo de la flora que recorre todo el año se deja engatusar por la tierna primavera cual extravia su atención con su encanto y que a Manabu le llaman entre susurros hasta el momento de su muerte: entre sueños y cientos de viajes aún adora sentir el abrazo cálido de la sexualidad fruto del parto dado en la instancia la cual su persona ha quedado absorta ante el exquisito enigma de vivencias que se encienden como chispas de fuego ante repetir y aferrarse a los sentimientos que ha vivido en un primer momento.

春季

Como eterno espiral de su amada melancolía los recuerdos fluyen cuales eslabones de una eterna cadena de vivencias hasta llegar al nacimiento de las memorias que en Manabu han permanecido conscientes: el nacimiento de una persona que ha de ser escindida.
En las calles de Kyoto se aspira el aroma primaveral con la vista de las blancas nubes esponjosas que se pintan sobre el cielo de un color casi turquesa, los arroyos corren suavemente y en ellos llevan un placentero sonido del agua corriente casi transparente que deja ver los pecesitos divagando de aquí para allá; las féminas desfilan por las calles afloradas y de un tono rosáceo y festejan la llegada no sólo de la hermosa primavera sino de una nueva era en la nación. Rastros de una guerra que ha quedado en la historia ahora son un canto de felicidad que se plasma en las gordas mejillas de las mujeres y de los hombres que pulen sus zapatos con orgullo para caminar libremente por las sendas japonesas. La brisa despeina suavemente el cabello azabache de Manabu y deja entre sus hebras un aroma floral, el crecimiento del cerezo que anuncia la posible llegada de un corazón enamorado. Su estancia embellece los jardines más preciados y su clima difiere entre mañanas heladas y tardes templadas, intensas tormentas que carecen de un pronóstico certero y el fuerte viento que viaja entre nubes de ficción.

Entonces fue, justamente, un día como el susodicho donde el cielo se pinta de púrpura y que permite la lucidez de una gama amarillenta y anaranjada de las nubes que en conjunto se mecen a favor del viento, el brillante sol otorga que pequeños rayitos dorados sombrean los extremos de las mismas. Quizás haya sido bajo obra del destino, un sencillo accidente, una mera coincidencia tan dulce y maquiavélica. Para un Manabu de veinte años aturdido por el mundo exterior todo esto habría de ser su más preciada serendipia, el encuentro sutil y delicado que ha de grabarse en su corazón pero que jamás se haría consciente el motivo de su obsesión.
Las calles de Kyoto que tanto extrañó se veían hermosas ante sus ojos por lo que le era agradable verse perdido entre la flora de su lugar de nacimiento. Los viejos árboles que aún estaban de pie y que de sus hojas se mecen contra el cálido viento que hace vuelo hasta sus ropas, el aroma de los templos y su tranquilo silencio, y a un par de la tranquilidad que su alma busca se halla el altar de su tormento.

Cielo y TierraWhere stories live. Discover now