07. Kasumi

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“Yo mismo formo parte de las causas del eterno retorno. Vendré otra vez con este sol, con esta tierra, con este águila, con esta serpiente –no a una vida nueva o a una vida mejor o a una vida semejante-: vendré eternamente de nuevo a esta misma e idéntica vida, en lo más grande y también en lo más pequeño…”

Con el corazón acunado entre la palidez de sus manos Manabu se halla descansando—para su sorpresa, ligeramente rejuvenecido—sobre un colchón de lirios que se dedicaron a cosquillear la desnudez de su piel que le otorga la extraña sensación de melancolía. En soledad y con la esperanza en la punta de la lengua, ha de sentir una presión en el pecho en un intento de contraer su corazón por cada recuerdo que palpita en lo vivo de los hechos que han sucedido la noche anterior.
Vulnerable, suspira por el duelo que él mismo encuentra. Las manos del bello hombre de morbo enmascarado se tatuaron sobre su piel integrando la dureza de estas mismas, convirtiéndose en la suavidad más confortante que alguna vez le ha acariciado. No es que la locura indague sobre su conciencia como Ícaro hacia el sol, pero aún la esperanza de refugiarse en el amor permanece tan intacta, que asimismo, se vuelve tangible; tan tangible, que involuntariamente, se halla buscando en lo retorcido de su alma más pistas que han de borrar sus huellas con el olvido aún dejando reposar la marca que cicatrizó su corazón. Corazón... tan hirviente que bombea bajo la palma de su mano, tan jugoso que se hunde entre el filo de sus dientes con asco. La equivalencia de su destacable falta genera en él la necesidad de perderse eternamente entre recuerdos y la necesitada sensación de volver a ser amado, de ser acunado como un pequeño niño entre los brazos de un adulto que ingenuamente intuímos que ha de ser lo suficientemente fuerte como para que nos defienda del cruel bucle temporal que ha de perseguir nuestra lúgubre sombra en el preciso momento en el que abrimos los ojos. Es así como Yoshiki fue dejando el infernal vacío en el alma del viudo que arde tan intenso porque implora la inocencia extraviada que no soporta estar de pie.

Incontables dudas que han quedado en su memoria junto a fragmentos de su vida que se proyectan confusos. Apariciones de la misma Muerte que con el viaje entre los días va creciendo y descendiendo a la locura. Son tardes del sabor amargo de café, noches de sexo casi tan insípidas que su corazón late solamente cuando comienza a creer que entonces no estaba vivo. Una rutina que se repite, Manabu sigue esperando entre paisajes y una extensa fauna, entre ruinas y cartas, bosques y lagos, el cielo y la tierra. Con melancolía vuelve a sentarse frente a la puerta a esperar la llegada de un Yoshiki desaparecido; busca, entre estaciones, su aparición mientras se deja reposar sobre la madera que endurece sus huesos si de aquellos días de extremo frío se trataran; el cielo oscuro que llora su desaparición repentina tal como la mera esencia de su alma que se reflejaba en él como si fuera un espejo.

El cielo, no es tal sin la Tierra que lo conecte.

MUERTE DEL ACT 0
EN EL CIELO Y EN LA TIERRA

NACIMIENTO DEL ACT 1
AMOR Y REVOLUCIÓN

Cielo y TierraWhere stories live. Discover now