10. Komorebi

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Retazos de pesadillas que han de descansar sobre la planta de sus pies, pero que de aquella noche siquiera realizaron un mínimo esfuerzo para hacerse aparecer a través de su plácido sueño. En el rostro de Manabu, bajo aquellos hermosos ojos oscuros de almendrado borde cual cuervo que revolotea por lo bajo, usualmente se encuentran un par de ojeras que ligeramente sombrean sus párpados porque claro está lo difícil que le es conciliar el sueño como cualquier otra persona en el mundo, porque si no son los recuerdos de angustia que se le aparecen en forma que le es sumamente difícil de comprender, pues entonces son pesadillas mezcladas de placer, de la avergonzada sensación que en sí reside fielmente. Pronta recuperación bajo el par genuino de color azabache, sus ojos se dieron un pequeño descanso tras aquella noche donde diluvió tan fuerte como el granizo del invierno que lento deja huella en el pedestal.

Esa noche llovió sin parar. Fue tan extensa que para la comodidad de ambos ha de sentirse eterna. Esa noche Manabu finalmente durmió entre las piernas de su compañero, descansó su alma en el pecho de Yoshiki y se encaminó al mundo onírico que paciente le esperó. Esa noche exacta Manabu soñó con su madre y logró recordar lo olvidado: no supo si fue por las explosivas emociones que sintió durante toda la madrugada, tampoco supo la unión entre lo inconciliable y el olvido. Sueña con un descanso y con sus recuerdos reprimidos que luchan por salir entre rastros sanguíneos. Los cabellos azabache de su madre se sienten tangibles y le hace pequeñas cosquillas en el rostro de tal manera que parecían ser vividos de tan real manera que su corazón habría de sentirse tristemente agobiado; descansa su cabecita sobre el pecho de su madre mientras esta lo acuna entre sus brazos de tez pura como el algodón, mientras se mece para hacer dormir a su revoltoso niño ella tararea una canción de cuna, canción que el Yakuza perdió en el remolino de recuerdos que en su mente abunda. En el dulce sueño él se aferra a su madre y descansa entre sus brazos, puede sentir el aroma frutal de su vestido celeste, y aunque su rostro permanece borroso por los rayos de sol, él la reconoce sin dudarlo dos veces.

Anhela quedarse eternamente en ese sueño donde ha de ser un niño puro, en el sueño su conciencia se asimila a la que hoy en día es, por lo que piensa lúcido que era mucho más feliz antes de ser corrompido. La canción de su madre y su dulce voz le generan sueño a medida que la escena transita lentamente, se mueve inquieto como último esfuerzo porque desea quedarse por siempre allí, pero es imposible, y debe entenderlo, luego se calma tras pensar que ha soñado con su madre por primera vez en su vida mientras que la idea le encoge el corazón, asimismo, se despierta entre cálidas lágrimas que humedecen sus mejillas y nariz. Se siente un pobre Diablo.

Tres segundos le tomaron pensar en dónde se halla, ya que no es usual en su rutina despertarse junto a alguien.

Confundido observa a su alrededor y se acomoda entre las sábanas. No sólo fue el sueño que tuvo acerca de su olvidada madre segundos atrás-y la sorpresa que le llevó-sino también que es la primera vez tras noches de irónica soledad que se ha despertado junto a alguien en la misma cama. Se pregunta si aún permanece en el mismo sueño, la torpe idea provoca que suelte una suave risa por lo bajo mientras se acomoda en el mismo lugar en el que descansó. (*) Se deja llevar por la admiración tan sentida, la vista pasea por el rostro dormido de su compañero y entre un cauteloso movimiento conduce la mano hacia el rostro del chico para delicadamente acariciar su dorada piel bañada en luz solar que se filtra por la persiana.

Sus largos dedos hacen trazos sobre su piel, y bajo una suave caricia dibuja constelaciones de dulce sabor. Lo mira dormir tan tranquilamente que la idea intolerable de interrumpir su sueño se mantiene lejana a su vivida realidad la cual añora ahora mismo, porque cree que en su trayecto todo marcha tan perfecto que rechaza la idea por su mal acostumbramiento.
Como dosis del agridulce afrodisíaco que sus labios ha de saborear se siente totalmente sedado tras colocarse de pie, su entorno gira y en su mente maldice por lo bajo mientras se aproxima al baño abriendo las canillas de la ducha. El agua hirviendo corre estrellándose contra el suelo, con el paso de los segundos el vapor comienza a surgir y Manabu entra en calor como si estuviera en un infernal sauna.

Cielo y TierraWhere stories live. Discover now