06. Keiyaku

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Dos almas, la tuya y la mía que se observan en silencio una a la otra, y son las manos de Yoshiki, ásperas, las mismas que acarician la sangre que yace bajo la piel de Manabu, y en tu tacto, se revuelve sobre el ardor de una lascivia casi tan cercana que la siente presente en el palpitar del corazón.
Cuando la oscuridad abunda para alejar su soledad es la sonrisa del hombre de cicatriz en el rostro la misma que cual faro conduce a un psicótico Manabu a acomodarse hacia lo cómodo de sus brazos, del gélido suelo bañado de lycoris y pétalos dispersos de lo que alguna vez ha de ser la lluvia rosada de la primavera. Con la torpe idea de vivenciar el amor que jamás ha sentido con anterioridad él busca en sus ojos miel palabras que pronto habrían de perderse entre recuerdos.
─¿Quién eres? ─pregunta Manabu de la mano de la sinceridad. Yoshiki por primera vez se ríe genuinamente de sus palabras, por lo que mudo su adverso le observa intrigado.

─Soy lo que quieres que sea. El día, la tierra, tu más amable ángel. Yo puedo ser entonces un sueño diurno ─pausa, y el oscuro de sus ojos brillan al mirarlo─, ¡como una pesadilla!
Más allá de la ingenuidad, de la atracción al romance y de su corazón que palpita salvajemente Manabu entonces percibe en el opaco de su irónico brillo que sus palabras entonces eran una invitación a ser devorado por el mismísimo diablo disfrazado de una burlona y tranquila apariencia la cual bombeó en su interior dejando el gusto exquisito sentido en sus entrañas. Actúa calmado, se deja dominar mostrando una imagen sumisa. En ese momento fue Yoshiki quien hizo una pausa a sus acciones deteniendo la manifestación de sus verdaderos sentimientos con el fin de querer mostrar su verdadero 'Yo', con el castaño cabello desordenado, la respiración agitada que podía hacerse ver en su pecho y la firmeza en el ademán que muestra, se dedica a exclamar una ideal petición que─según él─habría guardado todo este tiempo, y que anhela poder mostrarla. Manabu lo observa con una mirada tonta, abrumado y hechizado por su encanto toma de su mano con curiosidad escondida entre el carmesí de sus mejillas que cubren el sonrojo que yace en ellas.

─Déjate ser parte de mi universo —propone agitado y como titiritero conduce el cuerpo del hechizado atrayéndolo hacia su cuerpo. Un pequeño impasse donde ambos se abrazan con fuerza, deseosos, como si se conocieran de toda la vida y recién vuelven a encontrarse, que inconscientes actúan bajo recuerdos que no surgen. Así fue como los pétalos volaron entre ambos cuerpos que en la intimidad se conocen por primera vez.

Con la plácida frase que de sus pícaros labios han de mostrarse el delirio comenzó a desencadenarse queriendo alcanzar el clímax de la prudencia que ha de nadar en agua turbia. Yoshiki besa la profundidad de su interior con su voz, y acariciando sus cabellos el joven ruega: —Manabu, mírame.

Dice, antes de que el ambiente se acomode nuevamente a la realidad, su alrededor se vuelve denso en un instante y probablemente fue la causa del miedo en sus ojos que se divisaron a través de su brillante y oscuro par que no dejaron un momento de observarlo de cerca como si de él fuera su más preciado tesoro, el corazón se hacía sentir palpitando a toda velocidad con cada instante que pasa lento como si aquello fuera el santiamén que se refleja como castigo ante su débil conciencia que ha de morir con vergüenza tras haber caído en la tentación; dado al instante en el que siente una punzada en su cuello. Comprende vagamente, como un pequeño conejito, lo sencillo que fue caer en su trampa y en la ilusión de ser la primera persona que sintió la totalidad del placer de su exquisita masculinidad.

La jugosa piel se oye como una melodía desconocida para su popurrí cuando los dientes afilados de Yoshiki muerden apasionadamente su cuello como la viva imagen del vil lobo que decapita la fragilidad que un pequeño cordero padece en su yugular. Y mientras, la sangre fue intérprete de los impulsos que coexisten entre la líbido de ambos. Se oye el eco de mil voces que han muerto y el reflejo de un innato matador que entre recuerdos se deshace en perversidad y del goce en la susodicha. Los cuerpos sin vida que frente a Manabu han de parecer fieles espectadores que murieron en busca de visualizar el único show que podrían disfrutar en sus vidas los rodean con interés de querer ver más; el óbito que alcanza el placer con la necesidad de perturbar sus emociones hasta explotarlas como un pequeño niño que juega con burbujas. Se siente patético, y se divisa teatralmente entre una infinidad de hilos bermellón maniobrados por el majestuoso titiritero quien se muestra contento frente a la delicia de su función que marcaría el comienzo de una estrella que se regocija entre una inmensidad de artistas para ser el mejor de los tiempos.

En los aplausos de tantos muertos el primer acto de amor y caricias da su cierre tras el impacto sangriento de sus uñas que escarban con desespero la espalda del joven. El frío que le corta la piel cual en búsqueda de protección se esconde entre la fuerza que los brazos de su apasionado transmiten con calor, entre ambas pieles que se anhelan yace el infinito dilema que todo este tiempo los ha alejado el uno al otro bajo la orden del destino quien desconfía de las almas que juntas prometen la destrucción. La vida y la muerte. El miedo se esconde entre el moreno cuerpo que mece a Manabu, delicado, con su consciencia fragmentada, y nuevamente retrocede a su infancia cuando su hermosa madre le hamacaba entre sus brazos hasta apaciguar su llanto y hacerle conciliar el sueño.

El vacío en su interior que se llena con el contrario junto al hueco de su alma que ha permanecido destrozada en todo este tiempo, el intenso carmín se hace ver manchando la escena por completo y haciendo de su boca un desastre, sus labios repletos de carne cruda que aproximan con la firmeza de sus colmillos el color marfil de sus huesos. Manabu se pregunta perdidamente, entre el placer sexual que siente durante el acto íntimo, si era realmente necesario pasar por aquél dolor para entender que todo esto es parte del destino que siempre le ha esperado: los cuerpos muertos y corrompidos, de cómo un salvaje animal es capaz de capturar con simpleza a una indefensa presa. Su conciencia se ensancha al mismo tiempo que las fichas caen una por una, y sonríe rendido con el dolor que le arde en las entrañas dejando caer su peso sobre el pecho de su compañero.

—Ahora entiendo todo —susurra Manabu por lo bajo.
La complicidad y el placer de pecar, la traición, el delirio que Eros domina.
—Tú y yo, nos conocíamos de antes, ¿no es cierto? —exclama su pregunta retórica—, tú has estado buscando completamente mi atención, día y noche, dejando tu marca en cuerpos putrefactos porque acertaste que soy el único doctor en el pueblo que se dedica a aquello. Espero no equivocarme, entonces estaría muy decepcionado porque mírame, hombre —cita, levantando su mirada para encontrarse con los inquietantes ojos de Yoshiki que con su sarcasmo siempre le observan—. ¿Qué te he hecho para que me hagas esto? Con verte de cerca tengo bastante, pero nos hemos encontrado reiteradas veces en esta vida, me pregunto entonces si serás el karma que siempre he de esperar. ¿Es esa la respuesta?

Pregunta, con esperanza en sus ojos y con la necesidad de amar a flor de piel; viva, su rojiza carne late bajo la luz de la luna esperando pudrirse por completo hasta alcanzar la puerta de la muerte. Yoshiki mantiene una expresión imparcial en su rostro, y alzando los hombros, dice:
—Quién sabe… —anuncia—. Dicto brevemente que tu saber debería saciarse más allá de lo que crees. Una vista al lago, un encuentro bajo las flores y la tierra, ¿crees que es suficiente como para que Yo, un amante neurótico, haya pasado por tantos cuerpos sin vida hasta poder llegar a tí, un mortal que desea morir? Cuando repares mi corazón, o termines de destruirlo, entonces revelaré la respuesta a tu primera pregunta.

Finaliza, y como manto onírico Manabu siente como su cuerpo comienza a apagarse.


KEIYAKU, nuestra sangre se mezcla para volverse una misma.

Pacto.

Cielo y TierraWhere stories live. Discover now