—Vamos, arriba, arriba, tranquila. Toma. —Puso el móvil en mi mano, y me quedé en absoluto silencio mirando al suelo.

—Es una mentirosa, ella sabe lo que está haciendo. Se hace la víctima para dar pena, director. ¡Mírela! —Ni siquiera me moví, sólo tuve que mantener la postura con la mirada fija en el suelo.

—Alexa, ya hemos tenido esta reunión mil veces. Culpas a personas de cosas que no han hecho para vengarte de ellas, ya me lo han contado un par de padres. —El director soltó un suspiro. —Camila, perdona la molestia, puedes salir.

—Gracias, señor Director. —La secretaria me cogió del brazo y caminó conmigo a paso lento hasta la puerta, escuchando la reprimenda a Alexa, que a pulso se había ganado.

Permanecí delante de la puerta, porque no sabía si Lauren estaba allí o se había ido, hasta que noté una mano posarse en mi cintura y aquél olor afrutado del perfume llegar hasta mi nariz. Pasé los brazos por encima de sus hombros, abrazándola de una forma reconfortante, porque sabía que Lauren se estaba sintiendo mal por mí.

—¿Te ha castigado? —Solté una suave risa en su oído, humedeciéndome los labios.

—Esa puta va a pagar, ¿sabes? —Lauren soltó una risa en mi oído, y sus manos se apretaron alrededor de mi cintura.

—No te esperaba así. —Busqué algo de refugio en su pecho, apoyando la cabeza en este casi colándome en su cuello.

—Te dije que no soy una víctima. Mi problema no me define. —Las manos de Lauren acariciaron mis mejillas, dándome un beso tímido y dulce como yo le había enseñado, haciéndome sonreír.

—Me gustas mucho más así. Cuando pienso que vas a hacer una cosa, haces otra. —Besó mi frente y sus dedos se enredaron en los míos, guiándome por los pasillos del instituto, aunque para entonces, las clases ya estaban empezadas. —He visto a Dinah, ¿sabes? Ahora estudia aquí.

—¿De verdad? ¡Eso es genial! —Exclamé en voz baja, apretando los dedos de Lauren con una sonrisa, y por lo que pude intuir, me estaba llevando a la cafetería.

—Sí. ¿Qué tienes que hacer ahora? —Lauren paró de caminar y yo me quedé a su lado, sentándome cuando sentí el borde de la silla tocar las corvas de mis piernas.

—Trabajar con el cuaderno de texturas, según dice la terapeuta estoy mejorando pero tengo que seguir. —Palpé la mesa que al parecer era redonda, pero retiré la mano al notar algo de suciedad pegajosa. Lauren cogió mi mano y con un trozo de papel comenzó a limpiarla.

—¿En qué te ayudará eso? —El dedo de Lauren levantó mi barbilla, para que alzase la cabeza y la mirase a los ojos.

—A reconocer cómo son las cosas por el tacto. No... Lauren. —Arrugué la nariz girando la cabeza, poniendo la mano encima del libro de texturas que Lauren había puesto encima de la mesa.

—Sí, Camila. No me va a doler que me mires a los ojos, ¿sabes? —Le dediqué una risa irónica, negando y abriendo el libro por la primera página, frotando las yemas de mis dedos entre ellas.

—Te duele que te mire y parezca que estoy mirando a la nada. —Susurré en voz baja, acariciando algo frío, parecía metálico. —Y a veces ni siquiera sé si estoy mirándote a los ojos.

—Me duele más que mires al suelo porque te sientes insegura. —Alcé los hombros, sin dejar de pasar los dedos lentamente por aquél libro.

—No, Lauren, no. No puedo. —Cerré la tapa de golpe, casi frustrada, apretando los dedos en el borde del tomo, soltando un suspiro hastiado.

—Tienes los ojos marrones más bonitos que he visto en mi vida.

—Mis ojos son marrones, no tienen nada de especial. —Repliqué negando, y en ese momento el aliento de Lauren se posó sobre mi mejilla, y sus dedos apartaron el pelo de mi oreja.

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