EPÍLOGO

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El timbre sonó, dando comienzo a la parte más esperada del día. Recogió sus cosas a máxima velocidad, y salió atropelladamente de la clase, pidiendo algunas disculpas. Corrió por el pasillo y se dirigió a una de las clases vecinas, donde se colocó en la puerta soltando un fuerte grito, para llamar la atención de su compañero de equipo.

-¡KAGEYAMAA! –Gritó a todo pulmón, sin importarle que aún el profesor se encontrara en el aula.

El resto de sus compañeros se rieron, y Kageyama recogió sus cosas lo más rápido que pudo. Al llegar a la puerta agarró a Hinata por la capucha de su sudadera y lo arrastró de allí.

-¿No me puedes venir a buscar como una persona normal? –le increpó mientras lo soltaba y comenzaban a andar tranquilamente.

Hinata soltó una risilla y siguió andando a su lado, dando pequeños saltitos. El colocador lo miró de reojo, arqueando una de sus cejas. ¿Hinata solía estar siempre tan feliz? Vale, puede que sí. Pero aquello era exagerado.

-¿Se puede saber qué te pasa hoy? –preguntó, sin poder aguantarse más.

El pelirrojo inclinó la cabeza y le miró con cara de confusión. ¿Tan rara había sido su pregunta?

-Dentro de unas semanas vamos a Tokyo. ¿No te parece razón suficiente para dar saltos de alegría? –dijo de forma tan convincente, que Kageyama se quedó sin palabras en su sitio.

Unos minutos después de aquella conversación, el tan deseado entrenamiento de voleibol, comenzó. Todo el equipo estaba con el ánimo por las nubes, y la práctica resultó provechosa y gratificante para todos. Kageyama y Hinata estaban coordinados a la perfección y rara vez se les vio fallar un ataque. Por otro lado, los demás seguían entrenando, con gran esfuerzo, los nuevos ataques y combinaciones que usarían en Tokyo. Después de un par de horas, el entrenador les concedió un merecido descanso donde cada uno lo aprovechó del modo que más le convenía.

Hinata cogió su botellín de agua, sin dar antes un par de grandes tragos, y salir del gimnasio para respirar un poco de aire fresco.

Se sentó en las pequeñas escaleras de la entrada y miró al cielo, respirando profundamente.

-Con que ya han pasado dos meses, eh –se dijo a sí mismo.

-¿Qué haces aquí solo? –le preguntó una dulce voz.

Hinata se giró y observó como el albino se sentaba a su lado.

-¡Sugawara-san! –exclamó sorprendido. No habían tenido muchas oportunidades para hablar aquel día.

Suga le sonrió y dirigió la mirada hacia el mismo punto que Hinata.

-¿Estabas pensando otra vez en aquello? –Aunque hubieran pasado dos meses, sentía que aún no podían hablar de aquel tema con la suficiente libertad.

Hinata bajó la cabeza, empezando a jugar con su botellín. Quería decirle exactamente lo que pensaba, pero no encontraba las palabras correctas para explicarlo con claridad.

El pelirrojo arrebujó el ceño, pensando en el método más apropiado para formar aquella frase. No era muy bueno con ese tipo de cosas, así que continuó estrujándose el cerebro hasta que cayó rendido.

El colocador suplente soltó una risilla al ver la cara de Hinata, roja como un tomate, y una expresión de máxima concentración.

-A ver si puedo adivinarlo. Sientes que aún tu relación con Kageyama no es lo suficiente próxima, debido a lo que ocurrió hace dos meses –le dijo con total normalidad, como si le hubiese leído la mente.

DesmoronamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora