[24] Desesperanza.

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AMALIA.

Limpié por tercera vez el paño húmedo que había usado para limpiar las heridas de su espalda y aproveché para acariciar los oscuros mechones de su pelo. Mordiéndome el labio, sentía como la preocupación me comía por dentro mientras su rostro se descomponía por el dolor a pesar de estar hundido todavía en un profundo sueño. 

Había pasado la noche en vela cuidándole y preguntándome qué demonios le ocurría, pero todavía no había podido entender lo que Marie me había dicho; sobre todo, no podía entender la crueldad que su padre había tenido con él. ¿Cómo podía haberle castigado de esa forma? ¿Por qué Alessandra había permitido que Jake se marchara en un estado tan delicado? ¿Por qué Jake había sido tan inconsciente?

Apreté los labios para contener un sollozo mientras los largos cortes de su espalda comenzaban a sangrar de nuevo. Limpiándome una rebelde lágrima, comencé de nuevo a limpiar la sangre mientras deseaba que su dolor desapareciera.

–Jake –susurré su nombre, perdiendo ya la cuenta de todas las veces que lo había hecho– ¿Por qué has sido tan terco? ¿Por qué?

 Aunque sabía que no iba a responderme por ahora, no podía dejar de hacerle aquella pregunta. ¿Tanto le importaba que había sido capaz de huir de su hogar en ese estado? ¿Tan mal estaba nuestra unión que su propio padre le había golpeado tan cruelmente por protegerme? 

Las lágrimas comenzaron a salir de mis ojos sin poder contenerlas. Temblando, me tapé la cara mientras sentía el dolor que él había tenido que sufrir, por la traición que había recibido de su padre.

De pronto, sentí una pequeña y cálida mano posarse sobre mi hombro, y me sobresalté cuando alcé la mirada y me topé con la de Tobías. Sus grandes ojos rojos me estaban observando con fijeza y preocupación, y pronto entendí por qué: un sordo dolor estaba empezando a extenderse por mi cabeza; notaba como si pequeños latidos estuviesen extendiendo un veneno que se mezclaba con el dolor que sentía... y eso sólo podía significar una cosa: Enric volvía a despertar.

Me levanté rápidamente de la silla, tensa como una cuerda. El dolor cada vez era mayor, y el miedo de poder hacerle daño a Jake o a Tobías me estaba matando.

  –¡Déjame entrar...! –escuchaba a duras penas lo que Tobías me gritaba. Sus grandes ojos rojos se habían abierto con desesperación– ¡No puedo ayudarte si...!

Fruncí el ceño mientras gemía de dolor. No sabía en qué momento había caído al suelo, pero ahora notaba como si me hubiese sumergido en un profundo mar helado. Cerrando los ojos mientras intentaba desesperadamente oír lo que decía, las lágrimas que había estado conteniendo acabaron escapando  de entre mis párpados. 

  –Sácame...–susurré con dolor mientras sentía la garganta seca, la visión borrosa. Intenté con todas mis fuerzas parar aquel terrorífico y doloroso avance; intenté pelear contra aquella lluvia de recuerdos sádicos y espantosos mientras notaba como mi cuerpo empezaba a entumecerse–. Sácame de aquí...

  –¡Amalia! –el grito asustado de Tobías fue lo último que escuché mientras perdía completamente el control de mis sentidos.

* * * * * * * * * * * *

JAKE.

Desperté en medio de una nube de dolor y con el corazón latiéndome a mil por hora pues mi lobo sabía que algo estaba ocurriendo. Abrí los ojos mientras oía gritos desesperados, cosas rompiéndose y gruñidos furiosos. 

De pronto, una imagen de Amalia arrodillada delante de mí y gritando por ayuda mientras la luna iluminaba su rostro apareció en mi mente. Maldiciendo, me levanté de la cama mientras ignoraba los rayos de dolor que se extendían por mi espalda.

En cuanto salí al pasillo de aquella pequeña casa, maldije de nuevo. En medio del suelo se encontraba Tobías, el pequeño vampiro que se había atrevido a acompañar a Amalia para protegerla, y cuando me di cuenta del profundo corte que tenía en la cabeza me temí lo peor. ¿Dónde coño estaba Amalia? ¿Había sido ella la causante de esto?

Arrodillándome en el suelo con una mueca de dolor, cogí al pequeño vampiro en brazos y lo llevé hasta un destrozado salón, donde lo dejé sobre el sofá tras haber revisado su herida.  Gruñendo por el miedo y la desesperación, no pude quedarme a ayudarle porque sabía que Amalia estaba demasiado cerca. Odiando tener que abandonarle en aquel estado, salí corriendo de la casa mientras me obligaba a mí mismo a mantener a mi lobo bajo control.

Siguiendo el olor de la sangre y el aroma de Amalia, llegué a la pequeña plaza donde se había desatado el caos. 

Analizando rápidamente el campo, maldije mentalmente cuando vi a mi Compañera rodeada de grandes lobos; el dolor se extendió por mi pecho cuando ella se giró hacia mí y me miró con unos oscuros ojos rojos que sabía que no le pertenecían: Enric había vuelto.

  –Jake –me estremecí cuando pronunció mi nombre.  

A pesar de que su tono no había cambiado, mi lobo se había erizado con rabia al saber que la que hablaba no era su Compañera. Maldiciendo, miré a los otros lobos que habían detenido su ataque al verme aparecer. Marie, transformada, tenía sus grandes ojos plata clavados en mí, a la espera de alguna decisión que sabía que solo yo podía tomar.

  –Alejaos –susurré mientras hacía una señal con mi brazo. 

Ellos obedecieron, reticentes, atentos por si debían atacar de alguna forma.

Amalia se rió con una maldad que no le pertenecía.

–¡Qué bonito! –dijo en voz alta, con una sonrisa divertida–. Tengo mi propio perro guardián. Al final fue una buena decisión no matarte, chucho. 

 Gruñí con furia mientras retenía mi transformación. No podía herir a Amalia, pero tampoco podía permitir que alguien más saliese herido bajo su mano, ella no se lo perdonaría.

  –No dejaré que te salgas con la tuya, Enric... –susurré con odio, entrecerrando los ojos mientras apretaba mis puños–. Amalia conseguirá vencerte.

Él se rió de nuevo y yo me estremecí levemente. Quería matarle por hacernos esto, pero odiaba no poder hacerlo. 

–Mi hija morirá dentro de muy poco, perro... Y yo haré que tu vida se convierta en un infierno –mi corazón se paralizó al oír aquellas palabras. ¿Morir? ¿Amalia morirá?–. Queda muy poco tiempo para que recupere totalmente mi fuerza, y para entonces, la resistencia de mi hija será nula –los ojos negros de Enric refulgieron de placer, de sádico placer–. Disfruta lo que te quede con ella, perro. Cuando vuelva, ella morirá. 

Me negué a contestar mientras una sonrisa sádica se extendía por sus labios y el miedo me paralizaba. Quise gritar de dolor y desesperación mientras observaba como el cuerpo de Amalia caía al suelo, inconsciente.

A pesar de que escuché varios suspiros aliviados pues Enric se había ido, la desesperanza había nacido en mí. Mientras caminaba lentamente hacia ella, no podía dejar de repetir sus palabras en mi cabeza.

Arrodillándome en el suelo y quitando varios mechones húmedos de su rostro, tragué saliva con esfuerzo cuando un fino hilo de sangre empezó a manar de su nariz.

¿Moriría? ¿Amalia iba realmente a morir?



UN SUEÑO IRREAL. || LB#2 ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora