Capítulo 4: Complot.

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Danglars siguió con la mirada a Edmundo y a Mercedes hasta que desaparecieron por uno de los ángulos del puerto de San Nicolás; y volviéndose en seguida vislumbró a Fernando que se arrojaba otra vez sobre su silla, pálido y desesperado, mientras que Caderousse entonaba una canción.

-¡Ay, señor mío -dijo Danglars a Fernando-, creo que esa boda no le sienta bien a todo el mundo!

-A mí me tiene desesperado -respondió Fernando.

-¿Amáis, pues, a Mercedes? -La adoro.

-¿Hace mucho tiempo?

-Desde que nos conocimos.

-¿Y estáis ahí arrancándoos los cabellos en lugar de buscar remedio a vuestros pesares? ¡Qué diablo!, no creí que obrase de esa manera la gente de vuestro país.

-¿Y qué queréis que haga? -preguntó Fernando.

-¿Qué sé yo? ¿Acaso tengo yo algo que ver con...? Paréceme que no soy yo, sino vos, el que está enamorado de Mercedes. «Buscad -dice el Evangelio-, y encontraréis.»

-Yo había encontrado ya.

-¿Cómo?

-Quería asesinar al hombre, pero la mujer me ha dicho que si llegara a suceder tal cosa a su futuro, ella se mataría después.

-¡Bah!, ¡bah!, esas cosas se dicen, pero no se hacen.

-Vos no conocéis a Mercedes, amigo mío, es mujer que dice y hace.

« ¡Imbécil! -murmuró para sí Danglars-. ¿Qué me importa que ella muera o no, con tal que Dantés no sea capitán? »

-Y antes que muera Mercedes moriría yo -replicó Fernando con un acento que expresaba resolución irrevocable.

-¡Eso sí que es amor! -gritó Caderousse con una voz dominada cada vez más por la embriaguez-. Eso sí que es amor, o yo no lo entiendo.

-Veamos -dijo Danglars-; me parecéis un buen muchacho, y lléveme el diablo si no me dan ganas de sacaros de penas; pero...

-Sí, sí -dijo Caderousse-, veamos.

-Mira -replicó Danglars-, ya lo falta poco para emborracharte, de modo que acábate de beber la botella y lo estarás completamente. Bebe, y no lo metas en lo que nosotros hacemos. Porque para tomar parte en esta conversación es indispensable estar en su sano juicio.

-¡Yo borracho -exclamó Caderousse-, yo! Si todavía me atrevería a beber cuatro de tus botellas, que por cierto son como frascos de agua de colonia... -Y añadiendo el dicho al hecho, gritó:- ¡Tío Pánfilo, más vino! -Caderousse empezó a golpear fuertemente la mesa con su vaso.
-¿Decíais?... -replicó Fernando, esperando anheloso la continuación de la frase interrumpida.

-¿Qué decía? Ya no me acuerdo. Ese borracho me ha hecho perder el hilo de mis ideas.

-¡Borracho!, eso me gusta; ¡ay de los que no gustan del vino!, tienen algún mal pensamiento, y temen que el vino se lo haga revelar.

Y Caderousse se puso a cantar los últimos versos de una canción muy en boga por aquel entonces. Los que beben agua sola son hombres de mala ley, y prueba es de ello... el diluvio de Noé.

-Conque decíais -replicó Fernando-, que quisierais sacarme de penas; pero añadíais...

-Sí, añadía que para sacaros de penas, basta con que Dantés no se case, y me parece que la boda puede impedirse sin que Dantés muera.

-¡Oh!, sólo la muerte puede separarlos -dijo Fernando.

-Raciocináis como un pobre hombre, amigo mío -exclamó Caderousse-; aquí tenéis a Danglars, pícaro redomado, que os probará en un santiamén que no sabéis una palabra. Pruébalo, Danglars, yo he respondido de ti, dile que no es necesario que Dantés muera. Por otro lado, muy triste sería que muriese Dantés; es un buen muchacho; le quiero mucho, mucho; ¡a tu salud, Dantés! ¡A tu salud!

El conde de Montecristo (Alejandro Dumas)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora