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La muerte es algo impredecible. Algo que puede llegar en el momento menos esperado. Un día puedes estar divirtiéndote sin preocupaciones... al siguiente, tu familia puede llorar tu muerte. Es extraño como toda una vida puede desvanecerse de un instante a otro. La posibilidad de vivir y disfrutar cada momento se te va de las manos. Todos las cosas que hiciste y dijiste, los sueños cumplidos y por cumplir... se convierten en recuerdos para los demás. Y ahí están ellos, destrozados, lamentando tu partida. Nunca podrás saber la razón ni el objetivo de marcharte. Pero algo si puedes saber hoy con vida: Vivir cada momento como si fuera el último. Ignorar lo negativo, eso que te derrumba y te hace sentir que no puedes más. Hay una razón por la cual vives, y es para ser feliz. Ahora, los Mester estaban conscientes de eso. Se encontraban precensiando la partida de Lizbeth McCartney. Frente a su ataúd, en el funeral. Con un aire frío invadiendo el ambiente. Junto a su familia de todas partes del mundo, amigos y personas conocidas. Vistiendo el color del luto, el peor color de todos... el negro. Escuchando las palabras del padre, pero más que eso, escuchando las silenciosas lágrimas de las personas más cercanas a ella. Sobre todo Rosalyn. Había pasado una semana y lloraba justo igual al primer día que su madre se fue. Y le dolía... le dolía como si le quitaran un pedazo de su corazón. No estaba completa y nunca lo estaría. Su madre se había ido para siempre. Su mejor amigo Bruce sostenía su mano con fuerza. A él también le dolía su partida. Lizbeth era como su segunda madre. Y sí, también había llorado. Pero le afectaba más ver a Rosalyn así. Jamás la vió en ese estado. Rodeó su hombro, para abrazarla contra él. Fuerte, muy fuerte.

—Sé fuerte— Le susurró. Entonces, Rosalyn pudo ver como el padre terminaba su discurso, al cual no le puso atención. Posteriormente empezaron a bajar lentamente el ataúd. Fue ahí cuando no pudo más. No quería verlo, no estaba lista para eso. ¿Algún día lo estaría? Se zafó de los brazos de su mejor amigo y caminó apresurada, esquivando a todos los presentes, quienes la miraron con extrañeza y lástima. Pero no le importó. Pudo sentir la mirada de su padre sobre ella, pero no hubo tiempo para que él dijera algo. Rosalyn se apartó por completo de ahí. A pesar de los tacones, corrió. Dejó a todos atrás. Estaba lo suficientemente lejos ahora. Ahora llegó a un lugar completamente silencioso, junto a algunas tumbas. El aire soplaba más fuerte ahí, pues había muchos árboles. A lo lejos podía ver a la multitud de personas despidiendo a su madre. Se abrochó el último botón de su saco negro y se acomodó el sombrero negro que le cubría la cabeza. Pequeñas lágrimas adornaban sus mejillas. Ese dolor se prolongaba... como si nunca tuviera fin. Empezó a perder la fuerza para mantenerse en pié, así que sentó sobre el césped. Se amarró a sus piernas y se abrazó a si misma. Y lloró. Lloró por continua vez. Lamentándose todo esto. ¿Cómo su vida había cambiado de esa forma? Esto era algo realmente doloroso. De pronto, una ráfaga de viento se hizo presente, volándole el sombrero que tenía puesto. Al sentir que este se iba, alzó su cabeza. El sombrero estaba a unos metros de ella. Justo cuando estaba dispuesta a levantarse a recojerlo, alguien se paró justo enfrente. Se quedó más helada de lo que ya estaba. Unos zapatos negros, de hombre. Fue alzando poco a poco su mirada. Vestía de luto, igual que todos los hombres allá. Portaba un saco que lo hacía lucir espectacular. Entonces alzó más su mirada, encontrándose con el hombre más atractivo que sus ojos hayan visto: Justin. Santo Dios. Sus ojos mieles se posaron intensamente sobre ella. Entonces se hincó lentamente, para recoger el sombrero del suelo. Lo tomó con una mano y dio pasos hacia ella. Estiró su brazo adelante.

—Creo que esto es tuyo— Pronunció en voz baja, con una amarga sonrisa en su rostro. Ella rápidamente se levantó. Y lo vió más de cerca. Estaba tan guapo como siempre. Tan hermoso para enamorar a cualquier mujer. Tan él... tan Justin. Sólo él. Pudo percibir su aroma masculino y ese perfume caro que tanto adoraba. Entonces recordó cuanto lo extrañaba... cuanto lo necesitaba. Demonios. ¿Por qué se aparecía ahí? Recuperó la consciencia. Estiró su brazo y recibió el sombrero. Se lo puso de vuelta rápidamente. Por poco se le resbala de las manos. Estaba tan nerviosa que ni se dio cuenta de que Justin sostenía una rosa blanca en su otra mano.

—¿Qué...— Se le trabó la voz. —...haces aquí?— Preguntó finalmente.

—Sólo quería traerle esto a tu madre— Señaló la rosa que sostenía.

—Creí que había sido clara... te dije que no quería volver a...— El la interrumpió.

—Losé— Dijo él. —Pero es lo mínimo que puedo hacer. Lamento tu pérdida— Confesó. No apartaba su intensa mirada de ella. No le quitaba los ojos de encima ni un segundo, y ella solo trataba de evitarlo.

—Bien. Pues el entierro es allá...— Señaló con su dedo a la multitud de personas a unos metros de ahí. Se dio la vuelta, dándole la espalda. Empezó a dar pasos cortos por el césped. Justin suspiró, siguiéndola lentamente.

—Eso también losé. Pero quería verte— Habló con voz fuerte. Rosalyn sintió como la piel se le erizaba y todas esas sensaciones volvían dentro de ella. ¡No! Siguió caminando, sin detenerse. Él la siguió. —¿Me oíste?— Susurró sorpresivamente a su oído. Fue entonces cuando ella se dio la vuelta, topándose con él a tan solo unos centímetros de ella. Joder. No de nuevo... no. Y esos nervios se incrementaron. Tuvo inmensas ganas de abrazarlo y llorar en su hombro. Esto era pésimo.

—No te acerques— Pidió ella, envuelta en un mar de sensaciones. —Vete— Susurró.

—Sé que no quieres verme y...— Ella lo interrumpió.

—Me alegra que lo sepas. Si ya lo sabes, ¿Por qué no me dejas en paz?— Preguntó, con rencor en sus palabras. Justin sintió ese impredecible dolor en sus adentros. Esto sería más difícil de lo que el pensaba.

—Te necesito— Susurró él. —Cada día... cada hora... cada minuto...— Se acercó más y más, hasta que Rosalyn se topó contra el tronco de un árbol. Oh, no. Su respiración se agitó y Justin la acorraló.

—¿Por qué no te vas? ¿Qué es lo que no entiendes?— Los ojos se le cristalizaron, era inevitable. —Te dije que esto había terminado— Le recordó. Justin tragó saliva.

—No ha terminado para mí— Susurró él, casi inaudible. Y entonces, hizo lo que había estado necesitando toda esa larga semana sin ella. La tomó repentinamente del rostro... y la besó. Hundió sus labios en los suyos. La probó. La llenó de su sabor... de su aliento... de él. Una vez más. Y ahí estaba esa magia regresando. Ese tiempo congelándose a su alrededor. Esos cosquilleos en sus adentros. Esos choques de electricidad pasearse por sus venas. Todo volvía sin que ellos lo premeditaran. Por que eso volvía... y eso, eso se llamaba amor. La fuerza que ella intentó ejercer para despegarse, fue inútil ante él. Mantuvo fijo sus labios sobre los de Rosalyn por largos segundos. El frío de aquella tarde, desapareció al sentirse de nuevo. Y ella no efectuó ningún movimiento. Estaba tan sorprendida. Tan confundida. Tan hechizada. Tan... enamorada. Justin se separó lentamente de sus labios. Le acarició la mejilla con ternura. La observó a los ojos. Ella los mantenía cerrados, pero poco a poco los abrió. Se miraron. Pudieron reconocer ese precioso brillo renacer.

—No debiste...— Justin no le permitió hablar más. La calló de otro intenso y profundo beso, dejándola sin habla. Pero esta vez, la apretó de la cintura. Sus cuerpos se unieron maravillosamente. Y ella... seguía sin moverse. Tratando de ser fuerte contra él. Valla broma. No podía. Esto era algo irreal... algo mágico. Movió sus labios a los costados, obligándola a darle paso hacia su boca. Y ella... no pudo ni un segundo más. Lo hizo. Le dio esa libertad que él tanto ansiaba. Entonces, todo era tan claro... esa llama estaría ahí por siempre, atormentándolos. Necesitándose el uno al otro con fuerza tremenda. Entonces, puso sus manos sobre el pecho de Justin... lentamente... poco a poco. Él continuaba sujetándola fuerte. Finalmente se separó. Volvieron a mirarse, con sus labios palpitando... pero sobre todo, sus corazones.

—Sé que lo sientes— Susurró él. —Ambos lo sentimos—.

—No sé de que me hablas— Fingió ella. Seguía perdida en su mirada y en esas sensaciones tan jodidamente hermosas en su estómago.

—Por favor...— Respondió él, acariciándole el cabello. Ella seguía sin poder moverse. —Perdóname, no quiero perderte... te necesito conmigo, ¿Qué no lo entiendes? Te amo más que a nada, solo a ti... por siempre, Rosalyn...— Ahora le acarició la barbilla. Ella solo sentía como sus latidos aumentaban con cada palabra de él. —Por favor muñeca... vuelve conmigo— Rogó, con esos hechizantes ojos mieles clavados sobre ella. Oh, Dios... ahora ella, tenía todo en sus manos.


Detrás de los Mester. 1temTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang