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(Punto de vista de Alejandra)

Al día siguiente, como era lógico tras una noche de fiesta, nos levantamos casi a las tres de la tarde. Como nuestro estado no era el mejor, decidimos tirarnos en los sofás y pedir unas pizzas para desayunar y comer a la vez.

En la media hora que estuvimos allí tumbados, mi móvil no dejó de sonar.

-Madre mía, Álex -comentó Víctor un rato después-. ¿Quién se interesa tanto de repente por ti?

-Me apuesto lo que sea a que es tu amigo este, Mario -contestó mi hermana con una risita antes de dejarme hablar.

-Pues sí, es él, ¿qué pasa? Me ha puesto los buenos días y hemos empezado a hablar. Nada extraño, pesados -dramaticé, hundiéndome entre dos cojines.

-No, si no pasa nada. Pero que ahí hay tema... -aseguro Carolina, alargando mucho la "a" de "tema". Todos asintieron, con guasa.

-Y que no te quisieras liar con él anoche... ¿qué te pasó? -intervino Claudia.

-No me pasó nada, es que no era el momento -corté.

-Ni la persona -susurró mi hermana, y yo la fulminé con la mirada. Afortunadamente sólo yo pude oírla.

-Me sigue pareciendo muy extraño.

Yo me encogí de hombros, y volví a centrar mi atención en el móvil. Sonreí al ver el último mensaje de Mario, aunque era sólo una tontería.

-Madre mía, si le sonríe al móvil y todo... a ver si te va a dar fuerte con este chico al final -me picó Fran.

-Fíjate que lo dudo muchísimo -le respondió mi hermana, con una media sonrisa significativa.

-¿Y eso por qué? Me parece que tú sabes más de lo que dices, Sarah -la interrogó Claudia.

-Yo no sé nada -Sarah se encogió de hombros-. Es sólo mi intuición como hermana gemela.

No pude evitar poner los ojos en blanco al oír eso.

-Menuda hermana gemela...

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Sobre las siete de la tarde de ese mismo día, cuando ya todos se habían marchado y Sarah y yo volvíamos de correr, el móvil de mi hermana comenzó a sonar. Algo muy extraño, ya que nadie nos llamaba nunca. Utilizábamos el WhatsApp.

-Qué raro, ¿serán mamá y papá...? -masculló sacando el móvil del bolsillo. Frunció el ceño y en seguida se le escapó una sonrisa tonta antes de contestar-. Ah, hola, Álvaro.

Yo me reí y ella me dio un empujón para que entrase en casa. Le hice caso, y ella vino tras de mí. Permanecí muy atenta a su conversación.

-¿Hoy? Sí, bueno, claro. Ah, pues seguro. Yo se lo diré, igualmente. Vale, ahora nos vemos. Un beso.

Colgó y su mirada se centró en mí. Yo hice un gesto inquisitivo con los hombros.

-Era Álvaro -aclaró.

-No me digas.

-Cállate. Me ha dicho que ha hablado con Mario -alzó las cejas y yo suspiré-, y que si nos apetece ir a cenar con ellos. Ellos invitan.

-Madre mía, sin tener novio ninguna de las dos y tenemos plan de parejitas.

-Qué quejica, ¿vienes o no? -me riñó Sarah.

-Está bien, ¿a dónde vamos exactamente?

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Dos horas después, me encontraba sentada con Sarah, Álvaro y Mario en un reservado de uno de los restaurantes italianos más caros de la ciudad, comiéndonos cada uno una pizza tamaño extra grande. Desde luego, no podíamos negar que nos habían tocado unos nuevos amigos, por llamarlos de alguna forma, generosos.

Ángel de la guarda (Daniel Oviedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora