8

2.7K 147 3
                                    

Marco me golpeó de nuevo, pero yo no dejé de chillar. No, al menos, hasta que me asestó un puñetazo.
-Te he dicho que te calles -siseó en mi oído, amordazándome con su brazo. Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Cuando Marco me desabrochó la cremallera del vestido, supe que era el fin.
Pero me equivocaba.
-Oye -escuché una voz a mi lado. Me giré-. Yo de ti, amigo, no haría eso.
Marco separó su boca de mi clavícula y escudriñó la oscuridad, receloso. Yo hice lo mismo, y distinguí una silueta alta y recia junto a nosotros.
-¿Quién coño eres? -gruñó.
-No soy nadie importante, pero yo de ti no haría eso -continuó la voz.
-¿Qué cojones quieres?
-Que la sueltes -instó el desconocido, con un peligroso tono. Una voz que cada vez me resultaba más familiar.
-¿O qué?
-O te parto la cara, y no va a coña. Suéltala ahora mismo -susurró, en tono ronco.
-Vete a la mierda, imbécil.
Hubo unos segundos de silencio, y entonces, en mitad de la nada, resonó una carcajada irónica seguida de un resoplido.
Distinguí un borrón en la oscuridad, y seguidamente Marco fue separado con brusquedad de mí. Al verme liberada, eché a correr hacia la calle. Los tacones se me hundieron en la tierra empapada, y caí al suelo. Me hice un ovillo sobre mí misma, y me eché a llorar de nuevo. Permanecí así unos minutos, con la mente en blanco, intentando procesar lo que acababa de vivir, con el sonido de los golpes de fondo.
Pronto, me abstraí y dejé de escucharlo todo. Me limité a abrazarme a mis rodillas, y llorar.
Pasado un rato, tal vez minutos, tal vez una hora, sentí una mano sobre mi hombro desnudo. Di un respingo, y levantándome de un salto, eché a correr. Pero el dueño de la mano me retuvo, agarrándome de la muñeca.
-¡SUÉLTAME! -grité con todas mis fuerzas. Pero no me hizo caso.
-Sh, sh, soy yo -susurró una voz en mi oído. Una voz cuyo dueño no desprendía alcohol por los poros.
-¿Y quién eres tú? -sollocé, escudriñando la oscuridad para intentar discernir su rostro. Pero no pude.
-¿No me reconoces? -se rió-. Ven.
Me guió con suavidad por la oscuridad, sosteniéndome para que no me cayera, hasta que llegamos a la calle, ya iluminada. Entonces pude ver de quién se trataba.
-Eh... eres tú -susurré, sintiéndome muy avergonzada de repente.
-¿Cómo estás? -Daniel Oviedo esbozó una media sonrisa. Pero en seguida su rostro se transformó en una mueca de preocupación. Me sujetó la cara con ambas manos.
-Madre mía... -murmuró, atónito.
-¿Qué pasa? -inquirí, nerviosa.
Sin mediar palabra, deslizó sus pulgares por mis pómulos, y un intenso dolor me aguijoneó la zona. Emití un quejido.
-Debería volver y partirle las manos a ese gilipollas por haberte hecho esto -siseó. Sus ojos se oscurecieron.
-Estoy bien -le aseguré, aunque yo misma lo dudaba.
-Estás bien por los pelos. Si no llego a oírte gritar... -con delicadeza, me soltó el rostro, y entonces yo me fijé en sus nudillos ensangrentados.
-¡Dios mío! -exclamé, señalando sus manos-. ¿Estás bien? ¿Qué le has hecho a Marco?
Los ojos negros de Dani se abrieron como platos.
-¿Cómo puedes preocuparte por él? ¿No eres consciente de lo que ha estado a punto de hacerte?
-Sí, pero... no lo sé -sacudí la cabeza- ¿Qué le has hecho?
-Le he partido la nariz, y puede que alguna costilla. Nada comparado con lo que debería haber hecho con él -se crujió los nudillos ensangrentados-. Sigue ahí, retorciéndose en el suelo.
-¿Y esto? -señalé sus manos.
-Peores cosas me he hecho. Además, la mayor parte de la sangre es suya -se encogió de hombros-. Lo importante es que tú estés bien.
Asentí.
-Gracias a ti.
Esbozó una media sonrisa.
-¿Qué vas a hacer ahora?
-Voy a volver al Vanila, están mis amigos y mi hermana... y, ¿te puedo pedir un favor?
-¿Otro? -alzó las cejas.
-Sí -lancé un intento de carcajada, que se convirtió en un sollozo-. No le digas nada a nadie, ¿vale? No quiero que se enteren.
-Es tu decisión -se encogió de hombros-. Pero... si vas a volver a entrar y no quieres que se enteren, te daría dos consejos. El primero, que te subas la cremallera del vestido -sonrió, y yo me apresuré a hacerlo, azorada-. Lo segundo, que te laves la cara, tienes algunos cortes... y si puedes, maquíllate un poco, para disimularlos.
-Buena idea, sí.
-Tengo un poco de experiencia con los golpes -se tocó la nuca-. Yo también voy a volver -me indicó, y echamos a andar hacia el pub.
El trayecto no se me hizo incómodo, tal vez porque iba junto a una persona que, aun desconocida, me había salvado la vida, o al menos, había impedido que lo que me quedaba de ella fuera un tormento.
Llegamos al Vanila enseguida.
-Te voy a dejar aquí, porque probablemente no quieras que tus amigos te vean conmigo. Con todo lo que dicen por ahí de mí...
-Eso no... -lo corté, extrañada.
-Recuerda la cara, se te va a hinchar mucho mañana. Cuídate, Alejandra -y con estas palabras, se marchó, dejándome en la puerta del pub.

Ángel de la guarda (Daniel Oviedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora