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Un poco confusa aún, me dirigí a los baños. Estaban ya prácticamente vacíos. Me sorprendí al ver mi rostro, tenía los pómulos magullados por completo y un pequeño corte en el derecho. Me lavé la cara, me la sequé con la falda del vestido, y me apliqué una fina capa de maquillaje. A continuación me retoqué el rímel, que se me había corrido por completo.
Al salir del baño, me di de bruces con Sarah.
-¡Álex! ¿Dónde estabas? ¡Llevo buscándote casi media hora! -me riñó, abrazándome.
-Ya te lo he dicho, he ido a tomar el aire.
-Joder, y lo has tomado pero bien. Estábamos diciendo de irnos ya a dormir, ¿qué te parece?
-Lo veo, estoy reventada. ¿Y tu amigo?
-Se fue hace rato, tengo su número -me sonrió-. Se llama Álvaro, ¿a que es guapo?
-Guapísimo -afirmé, aunque apenas me había fijado en él-. ¿Y los demás?
-Álex, ¿estás bien? -me interrogó mi hermana, ignorando mi pregunta.
-Claro, ¿por? -me revolví, nerviosa.
-No sé, te noto... bueno, los demás están recogiendo las cosas del guardarropa, ¿quieres que los esperemos fuera?
Asentí. Sarah y yo salimos del pub, que se vaciaba por momentos. La puerta estaba colapsada de gente.
-Qué agobio -suspiró Sarah, cuando entre codazos las dos logramos atravesar la multitud-. Está aquí todo el instituto, ¿te has dado cuenta?
-Sí, ha sido una fiesta muy buena -respondí, ausente.
-Pero absolutamente todo el instuto -continuó Sarah-. Por Dios, si está ahí hasta Daniel Oviedo.
Me giré para seguir la dirección de su mirada, y pude distinguir, algo apartado de la multitud, a Daniel y Nerea, fumándose juntos un cigarro y riendo.
-¿Cómo puede llevar esa chupa de cuero, con el calor que hace todavía? -indagó mi hermana-. Luego al instituto, cuando hace frío, va en manga corta...
No le respondí que la llevaba para ocultar las manchas de sangre de su camiseta.
-Y mira qué nudillos lleva. Seguro que se ha metido en alguna pelea -Sarah me miró-. Hermana, de verdad que me compadezco de ti. No me gustaría estar en tu pellejo en clase.
Me encogí de hombros, con un gesto de indiferencia.
-No es tan malo, la verdad.
Sarah fue a añadir algo, pero en ese momento llegaron los demás.
-¡Anda, mira la perdida! -Fran me entregó mi chaqueta-. Te dije que no tardaras, ¿te acuerdas? Anda que me haces caso...
Sacudí la cabeza, no tenía ánimos para contestar a eso.
-Yo creo que ya pega irse a casa, ¿no? -sugirió David entonces.
-Pega muchísimo.
-Pues andando, que es gerundio.
Todos le hicimos caso sin rechistar.
-No hemos vuelto a saber de Marco, ¿no? -preguntó Víctor.
-No -respondí tajante, logrando que no me temblara la voz.
-Vale, vale, no me muerdas.
Y ahí acabó nuestra conversación.

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-¡Joder, Alejandra! -chilló mi hermana, nada más abrir los ojos a la mañana siguiente.
-Que te den po donde amargan los pepinos, Sarah, en serio -gruñó David, tirándole un cojín a la cabeza con los ojos aún cerrados-. Con la resaca que tengo, ¿tienes que gritar de esa manera?
-¡Pero mirad a mi hermana! -insistió Sarah.
Medio dormida, intenté esbozar una mueca de confusión, y entonces pude apreciar que tenía los pómulos totalmente entumecidos.
-Nena, ¿qué es eso? -se alarmó Claudia, levantándose de un salto del colchón que compartía con Carolina-. ¿Cómo te lo has hecho?
Sin responder, me levanté y me dirigí al espejo que habia junto al armario se David. Seis pares de ojos, algunos todavía legañosos, me siguieron.
El espejo me devolvió la imagen que esperaba.
Tal y como Daniel me había advertido anoche, mis pómulos estaban totalmente hinchados, especialmente la zona del corte, y de un feo color rojo intenso con zonas que amenazaban con ponerse moradas.
-No puede ser, ¿qué te ha pasado?
-Au -me quejé, rozando el corte levemente con la punta de los dedos. Solté lo primero que se me ocurrió en ese momento-. Me he caído del colchón esta noche mientras dormía. No pensé que sería para tanto.
Hubo un segundo de silencio, seguido de un estallido de carcajadas.
-No puede ser verdad -a Fran se le saltaron las lagrimas.
-Que sí... -insistí, y esbocé una sonrisa que se perdió en el intento.
-¿Y cómo es que no me he dado cuenta? -repuso mi hermana, tras varias carcajadas.
-Estabais todos profundamente dormidos, y tampoco sonó mucho...
-Dios mío, Álex, ¿cómo se puede ser tan torpe?
-Estás hecha un cristo.
-¡Pareces un hámster!
-Lo que parece es que le han pegado una paliza -aseveró Víctor, riendo.
Se me puso el vello de punta. Si ellos supieran... pero no, no podían saberlo.
-La próxima vez te pongo la barrera de mi cuna para que no te caigas, Álex -me dijo David, con guasa-. ¿Te duele mucho?
-Me arden -confesé.
-Voy a por hielo -Caro se recompuso, y en menos de un minuto tenía sendos paquetes de hielo, cada uno puesto sobre un pómulo.
-Qué fuerte -musitó, examinando la zona-. Tiene hasta un corte. Desde luego, Álex, lo que no te pase a ti... ¿quieres un paracetamol o algo?
-No, gracias, no es necesario. Sólo espero que la gente no se ría mucho de mí -apunté, siguiendo con el engaño.
-Créeme -me contestó Fran-. Eso va a pasar.

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Sarah y yo llegamos a casa ya entrada la tarde, como solía ocurrir cuando dormíamos en casa de alguien.
Antes de salir, me eché varias capas de maquillaje para intentar disimular el estado de mi cara. Todavía me quedaba la excusa de la caída de la cama, pero no quería alarmar a mis padres más de lo necesario.
No obstante, a Sarah no podía engañarla.
-A ver -exclamó en cuanto subimos al piso de arriba de nuestra casa, tras saludar a nuestros padres. Nos metió a ambas en mi cuarto y cerró la puerta- ¿Cómo te has hecho eso? -señaló mi rostro-. Y la historia de la cama se la cuentas a quien te crea, que yo no.
Le sostuve la mirada unos segundos, y me eché a llorar. Sarah me abrazó con fuerza y yo escondí la cara en su pelo.
-Fue anoche, en ese rato que estuviste fuera, ¿verdad? -asentí-. ¿Qué pasó?
-Pues... -sollocé, e intenté que no me temblara demasiado la voz-. Salí, y fui al parque que hay al final de la calle del Vanila. Estaba oscuro, no sé por qué lo hice, fue estúpido... estaba sentada en un banco, y de repente apareció Marco, e iba colocadísimo, y entonces...
Las pupilas de mi gemela se dilataron con furia.
-Te juro que lo mato, Álex. Como ese cabrón te haya hecho algo, le...
-Lo intentó -la corté-, y de hecho estuvo a punto de conseguirlo, pero Daniel me oyó gritar y me lo quitó de encima.
-¿Daniel, qué Daniel? -indagó mi hermana, aunque sabía la respuesta.
-Daniel Oviedo.
-¿Y qué le hizo exactamente!
-Dice que le partió la nariz, y puede que un par de costillas.
-Demasiado poco le hizo, la verdad. Llego a estar yo... -rechinó los dientes, estaba enfurecida-. ¿Y tu cara hinchada?
-Marco me pegó varias veces -confesé, entre lágrimas.
-¿Sabes? Me da exactamente igual lo que Daniel le haya hecho, yo a ese tío me lo cargo. Aunque él me mate en el camino, me lo cargo. Es que no... no puedo... no sé -las ideas de mi hermana se atropellaban en su mente, impidiendo que sus palabras fluyeran.
-No hace falta, no quiero volver a verlo nunca más, pero ya está. Quiero olvidarme de esto para siempre, ¿vale, Sarah?
-¿¡Qué!? -mi hermana me sacudió los hombros-. ¿Estás loca? Tenemos que denunciarlo.
-No, es una tontería, no puedo demostrar que me hiciera nada... y además -vacilé unos segundos-, no quiero meter en líos a Daniel Oviedo después de que me salvara.
Sarah me miró, con la duda reflejada en los ojos. Estaba decidiendo si valía la pena.
-Bueno... en eso llevas razón, pero, ¿y si Marco vuelve a intentarlo, contigo o con cualquiera? Daniel Oviedo no va a estar siempre ahí para salvarte.
No supe qué contestar, Sarah también estaba en lo cierto.
-No creo que valga la pena -suspiré, indecisa. Tenía miedo de lo que pudiera pasar si lo denunciaba, y sentía la irrefrenable necesidad de proteger a Daniel a cambio de lo que había hecho por mí.
-Alejandra...
-No se lo digas a nadie, por favor. Estoy segura que después de la paliza, Marco no se volverá a acercar a mí -no estaba segura en absoluto.
-Ya veremos -sentenció Sarah.

Ángel de la guarda (Daniel Oviedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora