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-Quiero que sepas que como gemela dejas bastante que desear -informé a mi hermana, poniendo los ojos en blanco.

-¿Y eso por qué? Tengo la misma cara que tú, con eso basta, ¿no? -Sarah esbozó una media sonrisa de suficiencia.

-Vete por ahí -le saqué la lengua, en un acto sumamente infantil. Pero con mi hermana nunca podía contenerme, no podía dejar de ser espontánea-. Voy a cambiarme.

-Sí, que falta te hace -mi hermana soltó una carcajada, riéndose a mi costa. Esa mañana se había entretenido en despertarme vertiendo sobre mí un vaso de agua helada, y ahora estaba empapada.

-Te auguro un futuro muy negro este curso. Verá usted lo que le va a pasar -la señalé con el dedo, imitando a uno de nuestros profesores, el más severo y desagradable.

La expresión de la cara de mi gemela se transformó en una mueca de desesperación.

-Dios mío, Alejandra. Que hoy lo volvemos a ver. A él, y a todos los demás. No puedo asimilarlo.

-Ya... intento buscarle algún lado bueno a que empiecen de nuevo las clases, pero no se lo encuentro -suspiré, y me dejé caer contra la pared del pasillo en el que estábamos hablando Sarah y yo. Ella en el umbral de la puerta de su habitación y yo en la mía.

-Qué poco me apetece -imitó mi gesto. Era algo muy común en nosotras, imitar nuestros gestos mutuamente. Lo hacíamos de forma inconsciente, pero nos resultaba muy curioso una vez nos dimos cuenta.

-Ya ves. Bueno, voy a cambiarme, ahora en serio. Que llegamos tarde a clase. Y no quiero empezar el año así.

Sarah asintió.

-Cinco minutos -y se encerró en su cuarto. Yo hice lo mismo.

Me apresuré a vestirme con la ropa que había elegido la noche anterior, unos pitillos vaqueros claros, una blusa de tirante ancho blanca que contrastaba con el moreno de mi piel, y una rebeca negra. Me puse mis sandalias de cuero trenzado, y el colgante con el nombre de mi hermana. Puede parecer extraño, pero los llevábamos intercambiados. Era una forma de estar siempre juntas.

Me ahuequé el pelo, ya que al tenerlo rizado no necesitaba peinarlo, me perfumé con mi colonia favorita y salí de mi habitación. Justo al mismo tiempo que Sarah.

-A la vez -me sonrió.

-Como siempre.

Bajamos al piso de abajo, a desayunar. Nuestra madre se encontraba allí, aunque a punto de irse.

-¡Buenos días, reinas! -nos dio un beso a cada una.

-Buenos días -respondimos al unísono. Saqué de un armarito dos cuencos y dos cucharas, mientras mi hermana hacía lo propio con los cereales y la leche.

-¿Qué? ¿Como van esos ánimos para el nuevo curso?

-No van, mamá, no van -respondió Sarah mientras llenaba los cuencos con cereales.

-No encontramos ningún motivo por el que querer volver al instituto -añadí, rociando los cereales con la leche.

-Tiene que haberlos. Por ejemplo, vais a ver a vuestros amigos todos los días.

-Eso ya lo hemos hecho en verano -le recordé, sentándome con mi bol enfrente de mi hermana.

-Exacto. Si los amigos son lo único bueno del instituto, y ni aun así eso compensa... ya me dirás tú qué puede hacerlo-completó Sarah.

-Además, es peor. Me voy a pasar seis horas al día sin verla -señalé a mi gemela. Ella asintió, frunciendo el ceño.

-Deberían ponernos en la misma clase, mamá. No entiendo por qué se niegan a hacerlo.

-Ya sabéis, tenéis que aprender a ser independientes la una de la otra. Es lo mismo de siempre -mi madre se encogió ligeramente de hombros, todo lo que la permitía su traje de chaqueta.

Nuestros profesores insistían año tras año en ponernos en clases separadas, y no había nada que pudiéramos decir mi hermana, mis padres o yo para convencerlos de lo contrario. Me encantaría saber cómo es tener a mi hermana en clase.

-Pero si ya somos independientes -nos quejamos a la vez.

-¿Seguro? -mi madre alzó la ceja-. ¿Quién se ha ido hoy a la cama de quién?

Hubo unos segundos de silencio.

-Yo a la de Alejandra -reconoció mi hermana-. Pero ¡es que no podía dormir! ¡Estaba nerviosa!

-Y yo también -la apoyé.

Mi madre negó con la cabeza, fingiendo cierta desesperación. O quizá no fuera fingida.

-Precisamente por eso os separan cada año -sonrió. Miró su reloj de pulsera-. Me tengo que ir ya. Que tengáis muy buen día, y luego me contáis, ¿vale?

Nos volvió a dar un beso a cada una mientras seguíamos desayunando.

-Vale.

-Y no os durmáis en los laureles, que llegáis tarde -nos advirtió-. ¡Hasta luego! -y se marchó.

Sarah y yo nos terminamos los cereales a la vez, y subimos a nuestras habitaciones para lavarnos los dientes y coger las mochilas.

-¿Estás preparada? -le pregunté a mi hermana dramáticamente, abriendo la puerta de casa.

-Algo así.

Y, finalmente, salimos de casa.

Ángel de la guarda (Daniel Oviedo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora