Prólogo

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Martes, 3 de julio. Armario de mantenimiento. 11:30 a. m.

Él me dirigía ese tipo de mirada. Era inconfundible. Única. La inigualable mirada del famoso mariscal de campo, Park Jimin.

Diecinueve años. Último año de preparatoria. Cabello castaño, un metro setenta y cinco centímetros de fuerza, coraje, amabilidad y... ¡Oh! ¡Por favor! ¿A quién engaño? Jimin no era sino el mariscal de campo más arrogante y engreído de toda la escuela. Estaba lleno de confianza y seguridad en sí mismo, así como una sonrisa matadora que atraía y controlaba a todas las chicas a su alrededor.

Simplemente no soportaba a este chico. Debía admitirlo; era extremadamente ardiente. Todo en él parecía estar allí por una razón. Sus abdominales de acero, esos bíceps y esas piernas que lo hacían lucir estilizado y elegante con tan solo dar un paso. Sí; era extremadamente ardiente, pero ¿y qué? ¿De qué valía todo eso si su personalidad apestaba?

Para la mayoría de las chicas, Jimin es la estrella naciente de la nación. Un atleta nato. El chico más amable y considerado que alguna vez podrás encontrar. Atento, carismático, divertido, inteligente... ¿Algo más? ¡Oh, sí! De seguro todas dirán que es realmente bueno besando. Un caballero de brillante armadura... ¡TONTERÍAS! Desde el primer momento en que lo vi, supe que algo malo tenía que tener. Y lo descubrí aquella mañana en el armario de mantenimiento.

Era hora del almuerzo. Como de costumbre, me encontraba caminando hacia la cafetería, mientras buscaba en mi cartera un poco de dinero. Me moría de hambre. Iba pasando cerca del armario de mantenimiento cuando sentí un fuerte agarre en mi muñeca izquierda. Un escalofrío recorrió mi columna. Detestaba todo contacto físico fortuito, y más en el ámbito escolar. Inmediatamente, me di vuelta y divisé un antebrazo cubierto por la chaqueta de nuestro uniforme escolar. Antes de que pudiera articular palabra, fui halada hacia el interior de aquel pequeño cubículo lleno de indumentaria asquerosa y maloliente. Mis ojos se vieron cubiertos por una mano cálida con olor a vainilla.

—Mmm... huele a vainilla. ¿Acaso comiste un panqué o algo así? —pregunté.

La mano misteriosa se apartó repentinamente de mi rostro, permitiéndome observar detalladamente al portador de aquel olor tan dulce. ¡Y vaya sorpresa! Nada más y nada menos que la estrella naciente de la nación, Park Jimin.

—¿Qué haces a... —fui interrumpida por él.

—Eso es lo de menos. Lo importante es lo que haces tú aquí —me susurró.

—¿Disculpa? —pregunté confundida.

—Debo pedirte un favor... —respondió Jimin, esta vez un poco irritado. La paciencia no parecía ser una de sus virtudes. Aún me sujetaba fuertemente la muñeca, y se veía algo nervioso. Supongo que hablar conmigo no estaba dentro de sus planes diarios, sobre todo porque escogió este interesante lugar para hacerlo.

—¿Qué se te ofrece? —pregunté de forma fría, mientras me soltaba de su agarre.

—Verás, odio ser el que tenga que pedir esto. De hecho, la mayoría de las chicas notan mi presencia y se ofrecen de inmediato a ayudarme con lo que sea, pero, teniendo en cuenta que son unas tontas, me vi en la necesidad de pedirte ayuda en esta ocasión.

—¿Podrías ser más específico, por favor? Y apresúrate, que no tengo todo el día —Jimin suspiró.

—Como seguramente debes saber, soy el atleta más deseado en toda la escuela, por lo que se me exige mucho más que a cualquier alumno promedio como tú. Eso incluye tener buenas calificaciones en cada una de mis materias. He estado haciendo un excelente trabajo, como siempre, pero en los últimos meses he tenido algunos problemas con química. La profesora Smith me recomendó buscar asesoramiento para mejorar mis calificaciones y me dijo que tú eras una de las mejores alumnas en su clase, así que...

Esa mirada © ➳ Park Jimin || Esa mirada #1Where stories live. Discover now