— Feliz cumpleaños, amor — Dijo mi prometida con los ojos cerrados, buscándome la mano bajo las sábanas.

Y yo solo pude decir gracias. Porque no había palabras suficientes para explicar lo que sentía. Porque Dora era nuestra mezcla perfecta, el punto medio entre su fuerza y mi torpeza, entre su luz y mis silencios.

Y porque, en ese momento, no podía imaginar mejor manera de empezar un nuevo año de vida que así: con ellas dos, en la madrugada, abrazados por el milagro más dulce que habíamos creado.

Después de que Theodora se calmó, nos quedamos los tres en silencio. Ella en el medio, respirando despacito, con sus manitos cerradas sobre el pecho. En algún punto, sin darme cuenta, me volví a quedar dormido. Era como si el mundo se hubiera detenido ahí, en ese momento perfecto.

Cuando abrí los ojos otra vez, la luz del sol ya se colaba por las cortinas. Estiré la mano, medio dormido todavía, y fue entonces que noté el hueco al lado mío. La cama estaba vacía. Bueno, no vacía del todo… Max seguía ahí, enroscado a los pies como un guardián fiel. Me saludó con un parpadeo lento, sin mucho apuro.

Me levanté despacio, me puse la camiseta que estaba en la silla y pasé por el baño como siempre. Un poco de agua en la cara, dientes, y ese momento donde miro mi reflejo y pienso un año más. No era algo que me pesara. Hoy, en realidad, me sentía más liviano que nunca.

Bajé las escaleras con el corazón tranquilo y sin saber muy bien qué esperar. Y entonces la vi.

Madison estaba en la cocina, con Theodora en brazos. Tenía su bata de dormir abierta sobre un conjunto simple, el pelo atado como pudo, y un pie meciéndose en automático mientras preparaba algo en la sartén. Dora apoyaba la cabeza en su hombro, ya más despierta, con esos ojos que lo miraban todo como si fuera nuevo.

Max fue hasta ella con el rabo moviéndose como loco y Madison le dio un pedazo de pan sin siquiera mirar. Todo tan natural, tan doméstico. Tan nuestro.

— Buenos días, cumpleañero — Dijo sin girarse, como si pudiera leerme sin mirarme.

— ¿Esto es real? — Pregunté, apoyándome en el marco de la puerta.

Ella se rió bajito.

— Más real que el café que está en la mesa. Si te apuras, todavía está caliente.

Me acerqué en silencio, y no sé si fue el olor a desayuno, o la imagen de ellas dos juntas, pero sentí ese nudo en la garganta que llega cuando algo te emociona sin aviso.

Madison como madre era algo que todavía me costaba procesar. No porque dudara de ella, sino porque me asombraba. La forma en que sabía leer a Dora, su paciencia, ese amor que le brotaba por los poros… No había tomado un solo curso, no había leído manuales. Lo hacía todo con intuición y corazón.

Y verla así, con mi hija dormitando en su pecho mientras preparaba huevos revueltos y le hablaba a Max como si entendiera todo, fue como recibir el mejor regalo de cumpleaños del mundo.

— Pensé que íbamos a pedir algo para desayunar — Le dije, tomándole la cintura por detrás.

— Podemos pedir para el almuerzo si quieres, pero esto lo quise hacer yo.

Dora hizo un ruidito, algo parecido a un bostezo, y Madison la alzó un poco más.

— Creo que ya desayunó ella también — Dijo con una sonrisa cansada, de esas que me partían el alma y me la curaban al mismo tiempo.

INVISIBLE STRING [H.S] Where stories live. Discover now