឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵ ឵឵឵឵឵ 𝟷𝟺 . ┊

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El amanecer apenas se filtraba por los bordes pesados de las cortinas, lanzando un rayo pálido y débil que cruzaba la habitación en penumbra como un espectro silencioso

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El amanecer apenas se filtraba por los bordes pesados de las cortinas, lanzando un rayo pálido y débil que cruzaba la habitación en penumbra como un espectro silencioso. El aire era espeso, inmóvil, cargado de humedad y encierro, como si la habitación respirara por sí sola, sofocando a su único habitante. Gi-hun despertó con un quejido seco, áspero, sintiendo que su cuerpo entero se hundía en el colchón como si fuera de plomo. Cada articulación parecía haber sido reemplazada por nudos de alambre, y sus músculos estaban tan tensos que dolía incluso respirar. Parpadeó con lentitud, los párpados pegajosos, y lo primero que sintió fue esa incomodidad profunda en el centro de su cuerpo, como un peso extraño que no había pedido, una presión viva que palpitaba como un recordatorio silencioso de lo que le estaba creciendo dentro.

Su mano temblorosa se deslizó hacia el vientre, y apenas rozó la tela de la camisa arrugada que lo cubría, se detuvo. Tragó saliva, su garganta reseca le raspaba por dentro como papel lija. Cerró los ojos con fuerza y apretó los dientes, mientras sus dedos se cerraban con torpeza alrededor de esa curva que comenzaba a definirse más claramente cada día. No era grande aún, pero estaba ahí: tensa, firme, ajena. Su piel estirada lo hacía sentirse prisionero en su propia carne. Cada día sentía que el cuerpo que cargaba no le pertenecía, que esa masa silenciosa que crecía dentro de él era una invasión, un tumor emocional que no se podía extirpar sin llevarse algo de su alma en el proceso.

Se incorporó lentamente, con un gruñido lastimoso, una mano en la espalda baja y otra aún sobre el vientre. El dolor era profundo, un ardor constante que nacía en la pelvis y trepaba como una liana espinosa por su columna, y lo obligaba a encorvarse como un anciano. Sentía la piel caliente, extrañamente sensible al más leve roce. Un hormigueo punzante le recorría las costillas, y cuando intentó estirarse, un espasmo violento lo obligó a doblarse hacia adelante, jadeando. El movimiento brusco agitó el contenido de su estómago y una náusea espesa subió de golpe por su garganta, obligándolo a cubrirse la boca. No vomitó. Ya no. Pero el sabor amargo quedó ahí, como un castigo que no se iba.

Volvió a sentarse al borde de la cama, sudando frío, con las manos temblorosas sobre las rodillas. Su pecho subía y bajaba con dificultad. Miró sus propias piernas, delgadas, débiles, con los tobillos hinchados. Las marcas de los días anteriores seguían ahí: moretones amarillentos, rasguños, mordidas viejas. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no lloró. Estaba seco. Había llorado tanto que ya no salía nada. Solo ese calor nauseabundo dentro de su vientre, ese "algo" que se movía a veces no del todo claro, no lo suficiente como para llamar patada pero que él sentía como un recordatorio cruel de que no estaba solo. De que había algo dentro de él, creciendo, robándole el aire, el descanso, el tiempo, la voluntad.

Se tocó el vientre otra vez, con asco, con rabia. Lo apretó. No mucho. Apenas. Pero suficiente como para que la presión le causara un escalofrío de malestar. Cerró los ojos, imaginando por un segundo cómo sería si pudiera arrancárselo con las uñas. Si pudiera abrirse con las manos y sacarlo, dejarlo sobre el suelo y decir "Ya no más". Pero no podía. Nadie lo escuchaba. Nadie lo salvaría. Ni siquiera la muerte parecía querer llevárselo todavía.

឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵឵឵឵឵឵឵឵឵឵ ឵ ឵឵឵឵឵ ⩇⩇ . ┊TERMINADO - 𝐄𝐋 𝐀𝐌𝐎 𝐄𝐍𝐅𝐄𝐑𝐌𝐎Where stories live. Discover now