—Parecía tan aplicado y decidido... así se mostró el día del baile de Storm, con ganas de hacer valer su futuro.

—Retoma lo que quedó de esa vez, entonces. Alena: las oportunidades no se desperdician —calló por un largo momento, y Alena levantó su cabeza para ver si se había quedado dormido, sintió que sonreía —Calma, aún estoy despierto. Pensé que te verías con Elián hoy. Casi sigues su rutina nocturna.

—Hoy le evité —reconoció con congoja—. Y creo que él también a mí.

—No vas a permitir que esto los separe, ¿verdad? —le preguntó con cierto tono de reproche.

—Claro que no —se extrañó la chica.

Prodigium... —dijo André, sosteniendo con más fuerza a su amiga entre sus delicados brazos—. Elián te ama, no lo abandones.

Alena apretó los labios, pero no alcanzó para reprimir las lágrimas. Mojó la camiseta del adolescente con ellas y luego se apresuró a pasar su mano para secarlas.

—Si su plan era irse... es obvio que está aquí por ti. Si siempre sufrió, ahora lo aguanta por ti. Si su familia lo tiene olvidado en este lugar, tu eres su familia en Storm. Ámalo y cuídalo, siento que lo merece más que nadie. Piensa que ese chico que murió, siquiera llegó a vivir lo suficiente para poder amar y ser amado, y si lo hizo, alguien ahora quedó solo en la vida. No debemos correr con el destino oscuro que este colegio nos muestra, podemos esperar algo mejor.

—Cuando nos graduemos, André... el mundo nos deparará una hermosa sorpresa para todos... —bostezó Alena, sus párpados pesaban a medida que la plática suave del joven relajaban su alma y sus músculos tensos—. Eres un bombón relleno de amor, te quiero mucho. Gracias por ser mi amigo, mi mejor amigo —le regaló un beso pequeño sobre la tela de la camiseta y se desvaneció sin notarlo, cayendo en el sueño.

—Buenas noches, Prodigium... yo también te quiero y pongo mis manos en el fuego por ti, amiga —respondió, cerrando sus ojos también.

*

Amanecía, la habitación de los adolescentes recibió los primeros destellos de claridad gris por la hendija de la pesada cortina roja. Y un tímido rayo de luz se abrió paso entre los objetos del cuarto hasta acariciar el rostro de André.

Incómodo, se desperezó y se estiró como pudo para contemplar su reloj de mesita, que aún no sonaba, faltaban unos quince minutos para iniciar otro día escolar. A su lado la respiración de su amiga se oía profunda y tranquila. Intentó deshacerse de sus brazos para no despertarla, y se salió de la cama, temblando de frío. La habitación estaba helada en contraste con el calor de su cuerpo, las baldosas aún más. Fue a echarse rápidamente agua en el rostro para espabilar. Con la toalla alrededor del cuello y su camiseta blanca llena de gotitas de agua que chorreaban también de su cabello, André se dispuso a buscar en el guardarropa una camisa impecable y una corbata. Pasó perchas de un lado a otro, y se detuvo en el vestido que Giovanna Esaguy le había enviado a su amiga sin explicaciones. Lo retiró con miedo y contempló el modelo sencillo y alegre, de colores vivos y estampado de flores pequeñitas. «Andrea Schenffeld», le habían puesto en un muñeco, con ese mismo vestido. La mano le tembló con la percha sostenida, porque su cabeza delató una curiosidad prohibida. Y se encontró con el reflejo de sí mismo en el espejo del cuarto, con una mirada más sugestiva que la suya, invitándolo. Se volteó pensativo hacia la cama, Alena estaba relajada y profundamente dormida. El valor solo le alcanzó para apoyárselo sobre su ropa de cama, e imaginar cómo se vería. Se perdió en la imagen y en sus pensamientos, mientras se contempló.

De repente, André escondió el vestido dentro del mueble con rapidez y temblando al oír cómo golpearon la puerta con tanta insistencia, que se había asustado. Tocaron casi de la misma manera en que Leopold solía venir a despertarlo por las mañanas. Por un momento se ilusionó. Pero al momento siguiente cayó en la cuenta de que Alexander, no dormía en su cama sino en la de él. Podría traerle problemas.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora