18.- Eres un gallina.

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—Entonces... ¿Qué dices?

Eché la cabeza hacia atrás, aplastándola contra el reposabrazos del sofá, soltando un cansado bufido.

—¿Un miércoles? ¿En serio?

—Venga, Aeryn, será divertido —me animó Spencer, levantando un posapapeles de un mueble situado encima del televisor, cotilleando qué había debajo.

Pocas veces había entrado a mi casa; y la razón era porque mis padres casi nunca salían de ella, solo para el trabajo.

—Mañana tenemos una examen.

—Menuda excusa más pobre —bufó, abriendo un armario—. Mira, si no quieres venir, dilo y ya está. Sabes que odio que la gente mienta sobre falsos planes. —Se inclinó para coger algo dentro del estante—. ¿Puedo? —señaló una bandeja de galletas en su mano.

—Sírvete. —Me senté recta en el sofá, con el pelo por todos lados de la cara—. No es que no me apetezca... No creo que colarse en una piscina municipal la noche de un miércoles sea muy compatible.

—Te estás colando en una piscina. Eso ya debería ser suficiente. —Puso una mueca de asco al morder una galleta—. Eftán ranfias.

—A lo mejor son del año pasado —comenté quitándole importancia con la mano mientras me levantaba.

Inmediatamente Spencer escupió el contenido de su boca de vuelta en la caja.

—¡Qué asco, Spence!

—¡Podrías haberlo dicho!

—Dame eso —le arrebaté las galletas—, ahora tengo que tirarlo.

—Deberías haberlo hecho hace unos cuantos meses —apuntó, arrugando la nariz—. ¿Tienes agua en la nevera? ¿O zumo? ¿Whisky? Lo que sea para quitarme este sabor a podrido.

Rodé los ojos riendo entre dientes, volviendo de la cocina con una vaso de zumo de piña y se lo entregué.

Bebiéndoselo de un trago observé que debajo de su camiseta blanca con las mangas abiertas por los costado se podía observar un bonito bikini color hueso.

—¿Te has puesto tu bikini brasileño para ir a la piscina municipal?— pregunté irónica al reconocerlo—. Ya puede ir alguien importante.

—Cállate —espetó devolviéndome el vaso—. Y ve a cambiarte. Ya.

—No he dicho nada de ir.

—No. Ahora te estoy obligando —empezó a darme empujones rumbo a mi habitación.

—¡Spencer!

—¡No hay "Spencers" que valgan! —me tiró dentro del cuarto de un último golpe y cerró la puerta en mis narices—. Ah, ¡no intentes escapar por la ventana! Miles te vigila.

—Hola, encanto.

La voz de mi amigo me sobresaltó desde la ventana. Tenía la cara sonriente y claramente con expresión burlesca.

Un gruñido gutural salió del fondo de mi garganta.

—¡No hay ser humano que os entienda! ¿No se suponía que estabais en fase de "te odio, no puedo ni mirarte"?

Miles se escogió de hombros y se alejó de la ventana para darme privacidad mientras me cambiaba.

Quince minutos más tarde los tres caminábamos por el atardecer que se filtraba en las calles de Londres.

Lo bueno de nuestra villa es que estaba alejada del centro, a unas tres paradas de tren, y podías tener tanto tranquilidad como gentío alrededor de las casas.

PHILOPHOBIAWhere stories live. Discover now