7.- Ni se te ocurra ofrecerme tu chaqueta.

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Empujé la puerta del pub recibiendo el aire frío de la noche con gusto. El baile con Spencer se había alargado a casi toda la noche, parando de vez en cuando para tomar algo de beber.

Estaba ardiendo y cansadísima.

Un grupo de chicos estaban fumando en uno de los portales cercanos. Me silbaron cuando pasé, y yo les enseñé mi bonito dedo del medio. Rieron como respuesta; pero no era broma, no estaba de humor. Si se acercaban, no contendría mis impulsos defensivos profundos.

Busqué un suelo relativamente limpio y me senté, soltando un leve suspiro ya que por muy acostumbrada que estuviera a los tacones tenía las piernas temblando.

La calle estaba oscura, a excepción de los pequeños espacios iluminados por farolas. Solo estaban las personas que salían del bar a tomar el aire, se podía decir que estaba bastante desierta para ser un viernes por la noche.

Apoyé la cabeza en la pared y descansé los ojos. Me palpitaban las sienes, pero aún no estaba lo suficientemente ebria, no lo estaba, y lo supe por los fragmentos de recuerdos que se colaron sin mi permiso a través de mi mente por culpa de ese molesto dolor.

Tosí sacudiendo la cabeza, cosa que fue una muy mala idea, porque un dolor desgarrador se abrió paso a través del lado izquierdo de mi cara.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no me podía mover?

Aquel dolor había hecho que puntos negros oscurecieran mi visión, perdiéndola por un momento y desconcentrándome totalmente.

Miré por la ventanilla, pero la perspectiva era demasiado extraña, ¿por qué el cielo era de gravilla?

El humo de la parte delantera del coche hizo que cogiera todo el esfuerzo que tuviera para poder moverme lo máximo que pudiera.

El dolor estalló en el costado esta vez. Grité, y al alzar los brazos me di cuenta de que el vehículo se encontraba del revés.

Sangre comenzó a salir de mi nariz, me la limpié como pude antes de que me entrara en los ojos. Demasiado lenta, intenté desabrocharme el cinturón de seguridad, que hizo que cayera al techo del coche con un golpe seco que envió millones de descargas por toda mi cabeza.

Todo comenzaba a dar vueltas y a verse demasiado blanco, percibía como mi cuerpo se inclinaba hacia los lados hasta que finalmente noté como mi hombro chocó contra algo duro.

A malas penas conseguí abrir los ojos desde el suelo. Traté de enfocarlos, mi corazón acelerando mis latidos hasta el punto de ser lo único que era capaz de escuchar.

El coche. Faros. Ciervo. Ojos. Miedo.

Ash.

Un cuerpo se hallaba en frente mío. Su boca abierta con líquido rojo cayendo gota a gota, manchando el cobrizo pelo con el que tanto me gustaba jugar.

Ojos mirando a la nada, sin brillo.

¡ASHTON! Intenté gritar su nombre con las pocas fuerzas que me quedaban, pero la respiración me iba fallando, notaba como el cuello se oprimía poco a poco.

Sólo veía la sangre y los ojos sin vida que se encontraban mirándome.

Alargué la mano. Si lo tocaba despertaría, le diría que todo saldría bien, que íbamos a estar bien, que solo había sido un pe queño choque.

Mi mano cayó por delante sin fuerzas, y la oscuridad finalmente me cegó llevando mi mente a la deriva.

Parpadeé varias veces centrándome en la calle en la que estaba, sacudiendo la cabeza para dejar de pensar. Necesitaba dejar de pensar en aquella noche. Lo necesitaba para poder superarlo después de dos años.

Pasé las manos por debajo de mis ojos para asegurarme que no estaban mojados y que mi pintura de ojos no estaba destrozaba. Todo limpio.

Escuché un chasquido a mi lado y vi como uno de los borrachos que había pasado se acercaba a mi tambaleante.

—¿Estás sola, preciosa? —pasé olímpicamente de él—. Una muchacha como tú no debería estar sola. —Una lasciva sonrisa rellenó su boca. Era delgaducho, de unos treinta y algo, con barba de varios días y pinta de no oler precisamente bien—. Si fueras mía, no te apartaría de mi lado ni un segundo.

Suficiente.

—¿No es algo temprano para un hombre de treinta décadas andar con adolescentes?

—No si son bellezones como tú. —Vi que iba a dar otro paso hacía mi. Ya estaba dispuesta a levantarme y rodearle para volver a dentro cuando una voz conocida habló tras él.

—Está conmigo.

Alcé las cejas al ver a Chase con aire de superioridad. El hombre le echó una ojeada de arriba abajo y finalmente soltó una risa agria.

Niños, aquí un consejo: nunca se emborrachen pasados los veinticinco.

—¿Quién es este payaso? —Chase se cruzó de brazos como respuesta, haciendo que aumentaran su volumen y surtiendo el efecto que deseaba: intimidarlo. Estaba claro que Chase podía tumbarlo dándole con un dedo en la frente, el hombre era todo huesos.

—Su novio.

Fruncí los labios y las cejas a la vez, pero no comenté nada, quería que aquel hombre me dejara en paz a pesar de odiar con toda mi alma esa palabra.

Echó una última mirada hacia mí y Chase intermitentemente antes de irse murmurando por dónde había venido.

Chase se sentó en el suelo a mi lado.

—Podrías darme las gracias por segunda vez.

—Ni lo sueñes. Estaba controlado.

—Lo sé, pero quería divertirme viendo como huía con el rabo entre las patas —me miró por el rabillo del ojo divertido—. Estás temblando.

—Hace frío —me encogí de hombros ante la obviedad. Sólo llevaba mi top y pantalones cortos. El clima de las afueras de Londres aun no era demasiado cálido por las noches—. Ni se te ocurra ofrecerme tu chaqueta.

Rio ante mi amenaza.

—Tampoco lo iba a hacer —abrió los brazos—, no llevo, no soy un caballero. Pero sería mejor que volviéramos dentro antes de que cojamos una neumonía.

—¿Cuántas veces lo has hecho? —pregunté por mera curiosidad.

—¿El qué?

—Lo de ofrecer tu chaqueta a inocentes chicas para que se derritan ante ti y poder llevártelas a tu habitación.

—Te acabo de decir que no soy un...

—No me lo trago.

Chase suspiró.

—Está bien. Cuatro —alcé una ceja— ¿Cinco? —solté una carcajada a la que él se unió—. No me acuerdo, ¿vale? No es un crimen. ¿Cuántas veces has rechazado tú una chaqueta para hacerte la interesante?

—Siempre.

—Admirable.

—No quiero ponerme las cosas de los demás. Demasiado personal.

—Ósea, que prefieres morirte de frío.

—No soy tan gilipollas, cuando veo que empiezo a temblar de verdad busco un sitio dónde se esté caliente.

—¿Y ahora no estás temblando de verdad? —Igual me castañeaban un poco los dientes.

—Cállate —espeté levantándome del suelo. Chase alargó una mano para que lo ayudara pero la ignoré volviendo a la puerta del pub.

—Yo de ti no buscaba a Spencer y Miles. He salido precisamente porque empezaron a discutir y no quería verme envuelto en la Tercera Guerra Mundial —dijo detrás de mi.

—Entonces será mejor que pidamos otra ronda.


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