24 de noviembre de 1958

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Buenas noches, madre.

Le confieso que todo lo que le escribí anoche me tiene aterrorizada. Ando con la libreta a cuestas todo el día con un miedo terrible y pendiente de no dejármela olvidada en ningún lugar y correr el riesgo de que alguien lea la forma en la que le abro mi alma cada noche.

Le debo confesar también, que durante el día de hoy he releído tres veces la forma en la que fui capaz de expresarle torpemente lo que sentía por Fina.

Y según lo hacía, me aseguraba más de ello, madre. Ese sentimiento se afianza cada vez que su nombre pasa por mi cabeza acompañado de la imagen de cualquier sonrisa suya. Es posiblemente lo que más me delate, la forma en la que pienso que nada malo puede pasar si me regala una de sus carcajadas mientras se toca el pelo. Allí me siento a salvo, es algo increíble.

Sé que esto que siento está prohibido y para muchos es, cuanto menos, enfermizo, incluso asqueroso. Pero yo, ahora que estoy inmersa en este sentimiento tan bonito, no soy capaz de ver qué hay de malo en querer de esta forma.

No sé cómo habría reaccionado usted ante esta situación, pero elijo pensar que después de preocuparse por lo evidente, me apoyaría como hija suya que soy. A pesar de que todo juega en mi contra, sé que la posibilidad de verme feliz de verdad, podría con todo.

Necesito pensar que ahora mismo estaría aquí, tras de mí y frente a este espejo cepillándome el pelo y pidiéndome que le contara más sobre lo que me gusta de esa chica. Que le encantaría verme ilusionada con alguien, por fin, y que haría lo indecible por aplacar mi miedo.

Pero fíjese, madre. A pesar de que los riesgos son números y muy graves, ahora mismo solo me aterroriza la idea de no ser correspondida por ella. Algo, que, siendo sincera, veo bastante probable.

Yo no soy nada parecida a esa cabaretera tan vivida y con tanto desparpajo. Porque, aunque luego resultara ser una bruja, sé de sobra que es el tipo de mujer que, en primer término, llama la atención por su experiencia. Y yo, en cambio, lejos de tener una poquita si quiera, soy un saco de problemas, de miedos y de inseguridades.

Pero de momento me conformo con pasar tiempo con ella. Con recargarme de esa energía tan bonita que tiene y que me está devolviendo a la vida.

Por eso esta mañana lo primero que hice fue dirigirme a la cocina para comprobar como seguía de su catarro. Sabía que su cabezonería y su sentido de la responsabilidad no la dejarían quedarse en la cama y haría lo imposible por ir a trabajar, pero parece que esta vez el bueno de Isidro, hizo bien su trabajo.

— Buenos días, Doña Marta, iba a buscarla.

— Dígame ¿Qué necesita?

— Pues quería decirle que Fina no está para ir a trabajar, ayer parecía haber mejorado, pero ha pasado una mala noche.

— Claro, si es que se salió de la cama y cogió frío sin estar recuperada aún – Chisté. - ¿Ha avisado a la doctora?

— Sí, le ha dicho que tiene que quedarse en reposo al menos un par de días, que, si no, puede desembocarle en una neumonía. – Suspiró. – Lo que no sé como lo voy a hacer para que no se mueva de la cama, esta niña es una cabezona de cuidado

No pude evitar sonreír enternecida cuando la llamó niña.

— A quién habrá salido ¿eh? – Dije jocosa golpeando con cariño su hombro. – No se preocupe, Isidro, iré a convencerla, o a intentarlo

— Siempre la puede amenazar con despedirla, usted es su jefa – Bromeó el hombre muy agradecido. – Le agradezco el detalle, Doña Marta. Vaya a la habitación si quiere, ahora mismo está sola.

Un refugio infinito. Mafin.Where stories live. Discover now