16 de noviembre de 1958

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Buenas noches, madre.

De nuevo otros cuantos días sin hablarle.

Le pido disculpas y me las pido a mí misma cada día por acostarme sin contarle a nadie como me siento. Pero ya estoy agotada y no soy capaz de hacer las cosas con miedo.

Son las seis de la mañana y me he venido al despacho a escribirle porque sé que no seré capaz de seguir durmiendo, aunque lo intente.

Estoy agotada y resignada, madre. Tanto que no soy capaz de conciliar el sueño. Hace días me sentía aún viva. El dolor y las ganas de que alguien o algo pudiera sacarme del agujero me mantenían con algo de esperanza. Pero hoy ya no la encuentro. Hoy prefiero aceptar que esta es la vida que me ha tocado vivir, y hacerlo.

Así que afronté el comienzo de semana poniendo orden en aspectos que había dejado olvidados en mis días libres. Aspectos que pensaban que se me habían olvidado, pero no.

Jaime estaba ocupado supervisando la labor de la Doctora Borrell en el dispensario, como si ella lo necesitara. Así que yo continué con mis labores en la fábrica y me aproveché de la situación para salirme por una vez con la mía.

Había un tema pendiente que me inquietaba mucho y que sabía que no podría solucionar en consenso con mis hermanos y padre. Un tema que estaba dispuesta a afrontar yo misma en todos los aspectos, pero que pensé que no iba a ser del todo necesario.

No había nada que le gustara más a Jaime que un buen baño de vanidad. Sentir que el foco está dirigido hacia él y que todo sean palabras de admiración hacia su persona. Así que fui algo manipuladora, sí, pero la ocasión lo merecía.

— Hola. – Dije dulcemente entrando al dispensario.

— Hola, mi amor. – Él era el más caballero del mundo delante de los demás. - ¿Qué haces aquí?

— ¿Todo bien, Doña Marta? – La doctora Borrell levantó una ceja y yo le hice saber con un gesto sutil que lo que me había pasado hacía una semana no podía salir de su boca.

— Sí, venía a hablar contigo, Jaime.

— Pues os dejo. Si viene algún paciente me avisáis.

— No, Doctora, quédese. Le interesa. – Dije con una medio sonrisa. – Quería hablarle del material que me dijo que necesitaba para el dispensario. Había pensado que puede pedírselo a mi marido y que él nos lo facilite.

— ¿Qué material?

— Pues, Don Jaime, como bien dice su mujer, estamos muy faltos de material para la atención de infartos y dolencias del corazón. Sabemos que siempre ese tipo de casos hay que derivarlos al hospital más cercano, pero necesitamos al menos la asistencia primaria para socorrer a los enfermos, y no la tenemos.

— ¿Y por qué no lo habéis comprado ya? Le empresa puede permitírselo de sobra.

— Mi hermano no quiere destinar una partida presupuestaria a esto, cree que no es necesario.

— Claro que es necesario. Yo me encargaré de hacer el pedido, Doctora ¿Tiene un listado?

— Sí, ahora mismo se lo traigo. – Dijo con una sonrisa de satisfacción.

— Ya hablaré con Jesús para que entre en razón, y si no lo hace, yo corro con los gastos. No se puede consentir una carencia de material de ese tipo en una fábrica de renombre.

— Gracias. – Le dije también bastante orgullosa de mi hazaña.

Y si no había nadie en ese momento para decirme lo buenísima que era en lo mío, ya me lo dije yo varias veces a mi misma mientras bajaba las escaleras del dispensario.

Un refugio infinito. Mafin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora