5 de noviembre de 1958

1.2K 99 15
                                    

Buenas noches, madre.

Desde que escribo este diario no dejan de pasarme cosas de la suficiente enjundia como para necesitar dejarlas aquí plasmadas para siempre. Podría decirle que me encantaría que mis nietos leyeran esto dentro de muchos años, pero ya sabe que eso se hace cada segundo más imposible.

Y es que yo, en vez de escribirle al futuro, decido escribirle al pasado.

Le escribo a usted y no a mis hijos, ni a mis nietos, porque yo hoy ya no necesito esperanza, necesito refugio. Necesito recordar con fuerza lo protegida que me sentía en sus brazos y permitirme agarrarme a esa nostalgia, porque es el único calor real que soy capaz de sentir sin tener que imaginármelo.

Anoche me di cuenta que los pasillos del hospital eran una metáfora perfecta de cómo me siento, de lo que soy para los demás. A nadie le gusta pasar por ellos, pero tienen que hacerlo para llegar adonde quieren. Su silencio es incómodo, sus luces no dejan ver más que lo necesario. Son tenues y siniestras. Y el frío. El frío es insoportable allí, madre.

En cambio, cuando entras a las habitaciones, todo es diferente. El calor va directo a sonrojarte las mejillas al instante, las luces ya son más acogedoras y te ayudan a respirar algo más tranquilo. Ya sabes que has llegado adonde querías llegar. A cuidar y a que te cuiden. Ya estás en casa. El pasillo solo era un trámite. Justo como me siento yo.

Y yo anoche, en aquel hospital, me sentí más en familia de lo que jamás lo he hecho en esta casa desde que usted se fue. Y creo que solo necesité un puñadito de confianza. Supongo que porque no me acuerdo la última vez que alguien me la dio.

— ¡Doña Marta, Doña Marta!

Isidro agarró mi mano un poco agitado y se incorporó en la cama. Había tenido una pesadilla, seguramente, fruto de toda la medicación que le estaban administrando. Supuse que estaba algo ido.

— Tranquilo, estoy aquí.

— Dígame la verdad, por favor.

— ¿Qué verdad? ¿De qué habla?

— Su hermano quiere despedir a Fina porque sabe su secreto ¿a que sí?

— Tranquilo, Isidro. Ya le he dicho que Jesús no va a despedir a Fina. Y lo del cabaret no lo sabe, ni lo va a saber, se lo prometo. Ahora vuelva a dormir, vamos. – Intenté acariciar su hombro para que volviera a tumbarse.

— No me refiero al secreto del cabaret, si no al otro secreto – De repente comenzó a toser y volvió a incorporarse.

— Tome un poco de agua y tranquilícese, Isidro. – Le acerqué su vaso de agua y me di cuenta de que estaba muy nervioso, pero también muy consciente.

— Me refiero al otro secreto, Marta. – Me agarró del brazo con fuerza – Su hermano se ha enterado de que a mi hija le gustan las mujeres ¿verdad? No me mienta.

— ¿Qué dice? – Me quedé pálida, no me esperaba algo así. – Se tiene que tranquilizar, Isidro. Le va a dar otro ataque, esto no es bueno para usted.

— Todas las noches tengo pesadillas con que detienen a Fina por su condición. Que la pillan con una mujer y le encierran y le pegan palizas y

— Eh, eh, Isidro, ya, relájese por favor se lo pido. Ha sido solo una pesadilla.

— Pero se puede hacer realidad. Su hermano

— Mi hermano no tiene ni idea de eso que me cuenta. Y yo tampoco lo sabía.

— Soy un viejo metepatas. Pensaba que lo sabían y que por eso querían echarla. Ahora la querrán echar de verdad y con motivos.

— Eso no es motivo para echar a nadie, Isidro. Y no se preocupe, esto no va a salir de aquí.

Un refugio infinito. Mafin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora