18 de noviembre de 1958

1.3K 130 17
                                    

Hola, madre.

Estos dos días han sido muy ajetreados y apenas he tenido tiempo de pensar. Siento que es de esas veces que me estoy gritando a mi misma que debo sentarme a darle un poco de presencia a esta cosa que se me ha agarrado al estomago y no me suelta. Esta cosa que no tiene nada de mala, como otras veces, pero que me tiene inquieta y distraída.

Es un sentimiento que no soy capaz aún de plasmar aquí en el papel con claridad porque eso significaría hacerlo real, y me da un miedo terrible asumirlo. Pero también es algo bonito hasta el punto de hacerme sentir viva, diferente.

No le sé explicar, madre. Por mi cuerpo siempre habían pasado los mismos sentimientos y habían llegado todos al mismo lugar. Esto, en cambio, es completamente nuevo y por consiguiente no tengo ni idea de adónde puede desembocar.

Siento que le escribo no queriendo desvelar lo que usted ya sabe incluso desde antes que yo. No había nada que se le escapara, ni un detalle mío ni de mis hermanos. La quiero imaginar aquí sentada a mi lado, mirándome con esa sonrisilla suya, callada y esperando a que yo le confiese abrumada por el silencio lo que ya sabemos las dos.

Pero me da mucho miedo darle un nombre a este sentimiento y también al motivo. Me da miedo, sobre todo, dejarlo aquí escrito y exponerme a mí misma y a que esta libreta algún día llegue a otras manos que no sean las mías. Imagínese entonces en el lío que me metería.

Así que de momento me conformaré con cuidar la parte bonita de todo esto. Que sí, existe. Voy a arropar esta especie de ilusión que siento por volver a reconocerme y ver que no estoy muerta por dentro.

A pesar de eso, mis noches siguen siendo una pesadilla de la que no consigo salir. La voluntad de Jaime siempre gana en la batalla de la cama. Es imposible negarse y considero que sería muy torpe intentar resistirme. Es mi marido e injustamente le debo lo que me pide.

Y yo sabía que tanta insistencia noche a noche no solo eran necesidades de hombre, si no que había una segunda intención que esta misma mañana me confirmó bajo un momento de debilidad.

— Buenos días, mi amor. – Dijo mirándome mientras yo me ponía la bata. – Quédate un ratito más, anda.

— Tengo que irme a trabajar, Jaime. – Me agarró del brazo y me llevó de nuevo a su lado.

— ¿Sabes qué?

— ¿Qué? – dije lo más seca que pude para que notara mi incomodidad mientras acariciaba mi tripa.

— Tengo el presentimiento de que esta noche ha sido productiva. Deberías de tomarte hoy el día libre, el estrés del trabajo seguro que no ayuda

— ¿No ayuda a qué? – giré la cara para mirarle con los ojos entornados.

— A que te quedes embarazada, cariño. He decidido que no quiero volver a irme a trabajar fuera otra vez sin dejarte un trocito de mí.

— Has decidido. Tú solo, por supuesto.

— Estamos casados, Marta. Es algo que tiene que pasar en algún momento y creo que ya vamos tarde.

— Te pasas diez de los doce meses del año fuera de casa ¿qué sentido tiene que me dejes embarazada y te vayas?

— Mis viajes no serán para siempre, buscaré algo estable aquí cuando el bebé nazca. No puede ser que todos mis compañeros y amigos de la tripulación de mi edad tengan una familia y yo solo

— Así que es eso de nuevo las apariencias. No vas a cambiar nunca.

— Deja de ser tan sarcástica, eres insoportable cuando te pones así.

Un refugio infinito. Mafin.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora