23 de noviembre de 1958

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Buenas noches, madre.

Siento mi ausencia estos días.

Y lo siento sobre todo porque no soltar todo lo que se está formando dentro de mí, a veces me resulta asfixiante.

Estos días he estado en Santander con Jaime y su familia. No tuve más opción que ceder a su capricho y perder varios días de trabajo para satisfacer su deseo, como siempre. Han sido días tediosos con comidas y cenas rodeada de conversaciones de hombres en las que no podía intervenir, noches muy largas y tardes infinitas en soledad, pero, sobre todo, han sido días muy reveladores.

Hacía tanto tiempo que no hablaba tanto conmigo misma, madre. Tuve tiempo incluso de mirarme al espejo y verlo todo como necesitaba hacerlo, con perspectiva.

Si me miraba de cerca, mis propios ojos me gritaban lo que mi corazón llevaba semanas advirtiéndome. Pero es que, si daba dos pasos atrás en aquel espejo, se volvía a confirmar.

Veía a una mujer muerta de miedo. Mirándose a sí misma intentando reconocerse y preguntándose si no está en medio de una huida extraña hacia adelante para alejarse de tanto dolor, de tanta soledad. Una mujer envuelta por la mentira, pero llena de verdad.

Y eso era lo que necesitaba. Sacar la verdad que tanto me aterrorizaba, pero que estaba permitiéndome sentir con una fuerza infinita.

Y me ahogaba no saber como hacerlo, pero entendí lo importante que es el dialogo interno. Las preguntas y, sobre todo, las respuestas sinceras a una misma son las más difíciles.

Pero una tarde el cuerpo volvió a darme un toque de atención.

Me encontraba sola en aquel caserón enorme y la tarde estaba nublada. No había ningún tipo de aliciente para sentirme bien. Aún me quedaban dos días allí, y, lo peor, con sus dos noches. Noches que acababan colándose en mi pensamiento cada vez con más frecuencia. Momentos horribles que no se me iban de la cabeza ni aun esforzándome. Y saber que eso era lo que me esperaba el resto de mi vida acababa siempre provocándome un llanto silencioso, el peor de todos.

El pecho comenzó a dolerme de la misma forma que lo hizo aquel día en la fábrica. La vista se me nublaba de forma intermitente y el aire de aquella habitación parece que me lo habían robado a conciencia.

Intenté levantarme de aquel sofá para ir a por un poco de agua, pero apenas pude dar unos cuantos pasos. Me dejé caer lentamente dejándome guiar por la pared y quedé sentada. Tuve la necesidad de sujetarme el pecho porque sentía que se salía de allí, de su lugar. Era doloroso e incontrolable. Solo podía dejar que pasara porque ni siquiera podía pedir ayuda.

Pero de repente cerré los ojos y apareció usted. Me daba la mano, dejaba un beso en mi mejilla y me levantaba de allí para sacarme al exterior. Me invitaba a respirar profundo y yo lo hacía tranquila, dueña del aire esta vez, una sensación de libertad preciosa. Pero no quedó ahí aquella ensoñación. Usted volvía a darme la mano y me llevaba a la puerta de aquella casa, la abría y yo cerraba los ojos mientras el aire me despeinaba sin que me importara lo más mínimo. Yo di un paso hacia adelante, pero usted me frenó y me obligó a girarme para mirar a quien tenía a su otro lado. Y tenía que ser ella, por supuesto. Toda esa pesadez desapareció de mi pecho y yo me fundí en un abrazo con ella. Usted nos abrazó también y nos empujó juntas a aquella inmensidad verde y azul. Nos empujó a la libertad.

Cuando abrí los ojos yo seguía sola, sentada en aquella esquina de aquel salón inmenso y desolador lleno de animales disecados, pero ya no había dolor.

Usted me dio la clave. Siempre lo hizo y aún tan lejos de mí, lo sigue haciendo. Fina era ese vendaval de aire fresco que me limpiaba por dentro. Lo que siempre quise y lo que nunca imaginé que existiría. Sentir tan fuerte era precioso y nuevo para mí, pero ya no había duda, era ella la que lo movía todo.

Un refugio infinito. Mafin.Where stories live. Discover now